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16 de febrero de 2012

Dime qué y cómo comes: así lo harán tus hijos

La alimentación y otros aspectos relativos a la nutrición están en continua revisión. Periódicamente se publican trabajos que ofrecen nuevas pautas y nos invitan a dejar atrás prácticas que, aunque tengan un buen fundamento, son mejorables. Por ejemplo, aspectos como la suplementación con ácido fólico (vitamina B9) en la mujer durante el embarazo. Se ha podido demostrar que hay más beneficios cuando el ácido fólico va acompañado de una fórmula múltiple de calidad, en lugar de la administración aislada de dicha vitamina.

De lo que no hay duda, y existen evidencias que así lo indican, es de la influencia tan importante que ejercemos en la salud de nuestra siguiente generación. Los grupos de alimentos, la calidad de la dieta, el tamaño y la cantidad de las ingestas en casa determinan dichos parámetros en nuestros descendientes. Lo dicta el sentido común, pero de cuando en cuando nuestra frágil memoria precisa que nos lo recuerden desde los estamentos científico-médicos para tomarlo en serio.

Desde esta perspectiva, no resulta demasiado desencaminado culpar al entorno familiar de los malos hábitos de algunos jóvenes. Desgraciadamente, esta influencia —mala o buena— se extiende a otros ámbitos de la esfera de la educación en el hogar. Existen numerosos estudios que demuestran que una estimulación temprana a nivel psico-social capacita a la persona para el futuro (edad adulta).

Pero centrémonos en la salud a través de la alimentación. Algo tan sencillo como la excesiva exposición a la fructosa añadida y otros azúcares simples en la niñez está relacionada con problemas en los niveles de ácido úrico y de hipertensión. Estas son conclusiones de un estudio representativo con más de 4.800 adolescentes, publicado en una de las revistas más prestigiosas de pediatría, Journal of Pediatrics, en 2009.

En este mismo sentido, podríamos criticar la fuerte impronta que dejan costumbres o películas en las que se recurre al azúcar para ganarse a los niños y endulzar la medicina o el chupete. Como dicen Nguyen y Lustig en un artículo: “Si Mary Poppins no hubiese utilizado el azúcar para mejorar el sabor de la píldora de los niños, quizá los niños no necesitasen ni siquiera esa medicina”.

¿Quiere usted dejar de ver a sus hijos sufrir por problemas relacionados con el acné? ¿Qué tal si deja de ingerir leche y otros derivados lácteos insulinotrópicos delante de ellos? Según Ngunen y Lustig, existe una relacion directa entre las elecciones de los alimentos por parte de los hijos y lo que ven en casa. Además, las conclusiones de otro trabajo del Departamento de Dermatología de la Universidad de Osnabrück (Alemania) hablan del acné como síndrome relacionado con el efecto insulinotrópico de la dieta actual, con los lácteos jugando un papel fundamental al respecto. Terminan aseverando que ambas acciones, restricción de leche y reducción general del efecto insulinotrópico de la dieta, tendrán un impacto enorme en el control y la prevención de enfermedades propias de países occidentales como la obesidad, la diabetes, el cáncer, las enfermedades neurodegenerativas y el acné.

En cuanto al uso lúdico o a modo de extra que suele hacerse de la comida rápida (nótese que aquí debemos incluir no sólo las hamburgueserías y pizzerías americanas, sino todo tipo de comida procesada, incluidos muchos bares de tapas, heladerías, cafeterías, etc), ¡mucho ojo con crear el hábito!, pues se ha observado en un estudio que todas esas opciones obesogénicas se caracterizan por elevar en exceso la insulina e inducir lo que se denomina resistencia a la insulina en el Sistema Nervioso Central, su relación con alteraciones de la hormona leptina y las señales de saciedad o las respuestas hedonistas respecto a la comida… Decida qué tipo de comportamiento quiere mostrar con la próxima generación.

Para finalizar, sólo imagine que en lugar de comportamientos obesogénicos o de cualquier otra naturaleza patogénica, usted decidiera hacer uso del conocimiento respecto a los efectos saludables de algunos complementos entre la población adolescentes. Por ejemplo, se ha observado que el uso de complementos nutricionales con HMB en adolescentes practicantes de voleibol protege y mejora su perfil hormonal. ¿Tendrá sentido fomentar este tipo de hábitos durante la práctica deportiva de nuestros hijos para asegurarnos de que tengan una mejor calidad de vida y aprovechen al máximo los beneficios del ejercicio? Claro que sí. De lo que no deberíamos tener duda es de que cómo y qué comamos nos dirá qué harán y cómo será la salud de nuestros hijos.

Francisco Carreño-Gálvez, doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y experto en Nutrición Celular Activa y Nutrición Ortomolecular (pacocarrenogalvez@gmail.com)

Fuente:

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