Bilbo y sus colegas han comprobado que los cerebros de los animales que habían recibido más caricias maternas tras nacer tenían más genes activos destinados a producir esta sustancia. Tras consumir una droga como la morfina, en el cerebro de los mamíferos se activan células de la glía que producen moléculas inflamatorias que mandan señales a un centro de recompensa llamado núcleo accumbens. Sin embargo, cuando entra en juego la molécula IL-10 contrarresta esta inflamación y reduce la señal de recompensa, lo que evita que se cree una adicción. Sorprendentemente, cuanto más arrumacos maternos se han recibido en edades tempranas, mayor es la capacidad de producir esta sustancia.
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Muy Interesante
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