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23 de septiembre de 2011

Miguel Servet, un legado de quinientos años

La pasividad de algunas Administraciones y la irresponsabilidad de muchos medios hace pasar prácticamente inadvertida la efeméride del teólogo y médico aragonés.


España es un país lleno de paradojas, casi tantas como los olvidos a los que nuestra sociedad posmoderna condena a determinados personajes que, por su importancia intelectual e impronta histórica, deberían figurar como materia preferente de estudio en todos los programas educativos de nuestras autonomías. Este año 2011 se cumple el V centenario del nacimiento de Miguel Servet en Villanueva de Sijena (Huesca), un pequeño pueblo del viejo Reino de Aragón. Allí se conserva su casa natal, inaugurada en julio de 2002 por el Príncipe de Asturias, desde donde se divulga y fomenta el estudio de uno de los humanistas españoles más sobresalientes del siglo XVI.

Y pese a la trascendencia histórica y, como veremos, ética de Servet, esta efeméride está pasando inadvertida en toda España. Esto se debe, aunque no exclusivamente, a la desatención irresponsable de los medios de comunicación de ámbito nacional y a la pasividad de la Administración central del Estado, pues ninguno de sus organismos culturales ha hecho lo más mínimo, pese a que así se les solicitó, por reivindicar y dar a conocer a todos los españoles la figura de Miguel Servet. Lo he dicho muchas veces... "si Servet hubiera nacido en Estados Unidos sería un héroe nacional". Con esta frase he intentado expresar lo incomprensible de esta situación y denunciar la miseria moral y sectaria que a veces tanto condiciona la política de algunas de nuestras instituciones culturales, tanto públicas como privadas.

A diferencia de otras naciones, la historia de España se puede construir fácilmente engarzando, prácticamente sin solución de continuidad, los episodios de intolerancia que constantemente han tejido su devenir histórico. El fenómeno inquisitorial, cuya estela se prolonga hasta la primera mitad del siglo XIX, así como la caterva de procesos constitucionales de efímera e irreal vigencia y los múltiples pronunciamientos del propio siglo XIX, que desembocan en la II República y posterior Guerra (In)Civil de 1936, con toda esa mezcla de intolerancia, cainismo, revanchismo y picaresca destructiva, nos revela que la sociedad española no se ha caracterizado por su excesiva tolerancia, ni, a fortiori, por favorecer ese estadio de las relaciones humanas que, a modo de superación de la mera tolerancia condescendiente, llamamos "convivencia".

Sin embargo, y ahí radica la paradoja, uno de los individuos que más ha contribuido históricamente al desarrollo de la idea de tolerancia religiosa, y por extensión política, en Occidente es un valiente y tenaz teólogo y médico aragonés.

Injusto final. El gran público conoce principalmente a Miguel Servet por su descubrimiento de la circulación menor o pulmonar de la sangre y, a lo sumo, su injusto final a manos de Juan Calvino un 27 de octubre de 1553, no por razón de este descubrimiento científico, como habitualmente se cree, sino esencialmente por negar el dogma de la Trinidad y por anabaptista, es decir, por rechazar el bautismo infantil, e indirectamente también por defender la separación entre Iglesia y Estado. Pocos de nuestros conciudadanos son conscientes de su defensa decidida del derecho a la libertad de conciencia y del impacto que su ejecución causó entre algunos de sus contemporáneos. Este aspecto ha sido torticeramente soslayado, cuando no olvidado, durante muchos años, por gran parte del "establishment" y de la clase intelectual española.

Libertad individual. Hoy también conocemos que su ejemplo y triste final desencadenaron un intenso debate entre, por un lado, los partidarios de perseguir a los herejes como expresión ética de una defensa decidida de la fe cristiana y, por otro, aquellos humanistas e intelectuales, muy minoritarios, que empezaron a defender la necesidad de reformar este paradigma social multisecular, evolucionando hacia formas de tolerancia y de libertad de conciencia que permitiesen la creación de una esfera real de libertad individual, al menos en el mundo cristiano.

Servet fue un humanista radical de mente intrépida e independiente que, desencantado con las reformas protestantes, desarrolló un programa propio para restaurar el Cristianismo a su pureza y simplicidad original, muy en la línea de lo propugnado también por Erasmo de Rotterdam. El profundo y casi obsesivo estudio de la Biblia y de los Padres de la Iglesia le permite a Servet ser consciente del gran potencial del ser humano, al que siempre consideró dotado de una chispa de divinidad y de una gran racionalidad y libertad.

Y no es casualidad que Servet reclamase desde su juventud la libertad de investigación intelectual, especialmente en todo lo referente a los dogmas de la doctrina cristiana establecidos por los concilios. Quizás la frase que mejor refleja ese carácter "radical" en la búsqueda de la verdad es aquélla en la que, a modo de confesión, Servet reconoce que: Ni con estos ni con aquellos estoy de acuerdo en todo, pues todos me parecen tener parte de verdad y parte de error, y cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo.

Y en lo que respecta a su reivindicación de la libertad de conciencia, se observa una línea continua en su pensamiento, que se inicia cuando está discutiendo sobre el dogma de la santísima Trinidad con Juan Ecolampadio, el reformador de Basilea, y llega hasta el juicio que por instigación de Calvino le incoa el Ayuntamiento de Ginebra.

Servet defendía claramente que la persecución y muerte por discrepancias religiosas era contrario a la enseñanza de los Apóstoles y a la doctrina original de la Iglesia. En una carta a Juan Ecolampadio, en 1531, Servet le significaba que: Propia de la condición humana es esa enfermedad de creer a los demás impostores e impíos y no a nosotros mismos, porque nadie reconoce sus propios errores. Me parece grave matar a un hombre sólo porque en alguna cuestión de interpretación de las Escrituras esté en el error... Es tremendamente raro encontrar en los escritos de los reformadores del siglo XVI un razonamiento tan diáfano en materia de libertad de conciencia.

La ejecución de Servet no fue el primer asesinato de la Reforma, pero sí es especial por al menos dos motivos. Primero por la profundidad de su humanismo, y segundo, por las circunstancias históricas de su martirio y las reacciones que suscitó entre sus contemporáneos. No debemos olvidar que Miguel Servet no fue un sedicioso, como sí ocurrió con parte del movimiento anabaptista de su época, sino un cristiano sincero, dotado además de un sorprendente ecumenismo, pues para Servet todos los hombres naturalmente buenos, con independencia de sus creencias religiosas, son candidatos a la salvación.

Esta visión de un hombre sincero en sus convicciones, pero desprovisto de la más mínima defensa y apoyo frente a sus jueces (su petición de asistencia letrada fue rechazada por el Ayuntamiento ginebrino) no pasó desapercibida para algunos humanistas, quienes no dudaron en coger la pluma para criticar vehementemente la actitud instigadora de Juan Calvino.

Acusación a Calvino. Fue Sebastián Castellio, desde Basilea, quien, a propósito de la muerte de Servet, le dirigió a Juan Calvino una de las frases más clarividentes en la historia de las ideas, que debiera figurar en la entrada de todos los establecimientos educativos de la Unión Europea: Matar a un hombre para defender una doctrina no es defender una doctrina, es matar a un hombre.

A partir de la muerte de Servet se produce un punto de inflexión en un debate, que aunque no nuevo, se empezaba a plantear entre los humanistas y teólogos de la época acerca de la necesidad de defender la libertad de conciencia frente a los poderes civiles y religiosos. Y ese núcleo inicial de defensores de la libertad de pensamiento entorno a Castellio se fue extendiendo poco a poco por Polonia, Transilvania y posteriormente por Holanda y Estados Unidos. Gracias a ellos la muerte de Servet no se perdió en la trastienda de la historia, permitiendo que filósofos como Voltaire, o constitucionalistas como Thomas Jefferson, la tuviesen en cuenta cuando defendieron la separación de Iglesia y Estado o la tolerancia en nuestras sociedades con aquellos que, pacíficamente, no profesan nuestras mismas ideas.

En estas circunstancias, sería injusto soslayar, y más en este año 2011, que fue el ejemplo ético de un pensador español nacido en Aragón el que contribuyó a activar como nunca en la historia de la humanidad el debate sobre la libertad de conciencia. Sobran, por lo tanto, razones para que los españoles nos volquemos en la celebración de esta efeméride y hagamos justicia a este español errante y mártir, que murió, como tantas veces se ha destacado, para que el derecho a la libertad de conciencia y pensamiento llegara a ser un derecho inalienable del individuo en las sociedades modernas y reconocido en los textos de mayor rango jurídico.

Fuente:

El Correo Gallego

17 de julio de 2011

La falacia del continuo

Imaginad que tenemos un grano de arena. Evidentemente, no diremos que es un montón de arena. Ahora tenemos dos granos. ¿Es un montón? ¿Y tres? ¿Y cuatro? … ¿Y un millón? A esta última pregunta podemos responder que sí. Pero si en uno, dos, tres y cuatro hemos dicho que no y en un millón hemos dicho que sí, la pregunta es ¿cuándo decimos que n granos de arena no son un montón pero n+1 granos de arena sí son un montón? Bienvenidos a la falacia del continuo o paradoja sorites.

Podemos decir que un grano de arena es un montón ya que si tenemos un millón vamos quitando grano a grano y sigue siendo un montón, llegando un momento en que tenemos un solo grano, concluyendo que un grano es un montón. Y viceversa, podemos decir que si un grano de arena no es un montón, vamos sumando grano a grano y aunque lleguemos a un millón seguirá sin ser un montón. Pero, seamos realistas, pocas personas dirían que un grano de arena es un montón y otras pocas dirían que un millón de granos no lo es. Y esto que parece una nimiedad tiene unas repercusiones bárbaras, ya que hay quien lo utiliza, a veces en un sentido (diciendo que un grano y un millón de granos es lo mismo) y a veces en otro (diciendo que un grano es una cosa y un millón otra). La paradoja se da siempre que utilizamos el “sentido común” sobre conceptos vagos.

El caso dónde ha sido aplicada de forma más famosa es en si los embriones son seres humanos o no. Todos podemos tener más o menos claro que cuando vemos un ser humano lo reconocemos al instante. Pero, dejando fanatismos religiosos aparte, hemos de reconocer que el concepto “ser humano” ya en sí es un concepto vago. ¿Qué es un ser humano? ¿una cadena de ADN? ¿una célula con potencial de convertirse en un ser humano? Si lo creéis así, os recuerdo que la oveja Dolly salió de la célula de una ubre de otra oveja, así que por la misma regla de tres, cualquier célula humana también sería un ser humano. Un ser humano, por ejemplo, debe tener neuronas y estas tardan alrededor de 20 días en aparecer después de la fecundación y el encefalograma de un feto no sale hasta la semana 30 de gestación (fuente). Y si creéis que reconoceríais un ser humano y pensáis que los fetos de siete semanas lo son, decidme cuál de estos es humano y cuál no:

(foto: vía)

Cabe recordar que nuestro concepto sobre los embriones ha ido cambiando con el tiempo. Aristóteles creía que el embrión estaba formado de sangre menstrual y que el elemento dinámico masculino le daba forma. Se preguntó si todas las partes del embrión empezaban a existir al mismo tiempo o se iban formando sucesivamente, como cuando se teje una red. Después de abrir huevos de gallina entre distintas fases o etapas, argumentó a favor de la existencia de estructuras embrionarias. Pero su rechazo de la preformación, de la idea de que todo estaba ya preformado en miniatura desde el primer momento, se basaba no en observaciones, sino en argumentos filosóficos. Por otro lado, en tiempos pasados, la idea predominante entre los teólogos era que el alma humana entraba en el feto masculino alrededor del día número 40, y en el feto femenino en torno al día 80. Y sin alma, ya no eran humanos, ¿no?

No obstante, no quiero entrar en si un embrión es un ser humano o no lo es, pues me parece que pocos vamos a cambiar la opinión que tenemos formada. Lo que sí quiero poner sobre el tapete es que no me sirve el razonamiento de que un embrión es un ser humano porque si lo dejamos desarrollarse llegará en una serie de pasos continuos a un adulto. Y un adulto, no cabe duda que lo es. Quiero decir que si queréis decirme que un embrión es un ser humano, buscad otro razonamiento, pues ese argumento no me sirve. Y ¿por qué?, porque si lo aceptáis por también tendréis que aceptar que un chimpancé también es un ser humano, cosa que no me vais a admitir, ¿verdad? Pero este punto tengo que explicarlo con algo de detalle.

Tomemos como ejemplo la gaviota sombría (Larus fucus) y la gaviota argéntea (Larus argentatus). Ambas pertenecen claramente a especies distintas, sobre todo, en lo que respecta al color. Cualquiera puede distinguirlas. En Gran Bretaña conviven ambas especies.

(foto: vía)

La gaviota argéntea y la sombría jamás procrean entre sí, pero entre ellas hay una relación fascinante. A medida que nos desplazamos por la Tierra hacia el oeste (alrededor del Polo Norte; pasando por América del Norte, Alaska, Siberia, y luego regresando otra vez a Europa) las gaviotas argénteas van dejando gradualmente de parecerse a gaviotas argénteas y se parecen cada vez más a gaviotas sombrías. Finalmente se observa que nuestra gaviota sombría es, en realidad, el otro extremo de un anillo que partió como gaviota argéntea. En cada punto del anillo, las aves son lo suficientemente semejantes a sus vecinas como para procrear entre sí, pero no sucede con los extremos de ese anillo.

(foto: vía)

Volvemos a topar con la falacia del continuo: por un lado, podríamos decir que ambas son una misma especie, pero por otro no. Este tipo de especies reciben el nombre de especies anillo.

Y ahora vamos a suponer que una persona da la mano su madre quien, a su vez, da su otra mano a la suya (abuela de la primera), esta última a su madre y así sucesivamente. Si pudiéramos hacer eso iríamos poco a poco a encontrarnos a nuestro antepasado común con los chimpancés. Supongamos ahora que este antepasado, en vez de dar la otra mano a su madre, se lo da a su hija que empieza la rama de los chimpancés: formaría la cadena que llevaría a los chimpancés modernos. Si pudiéramos recorrer la cadena humana, llegar al antepasado común y volver a caminar por la línea de los chimpancés, llegaríamos al que estamos mirando. Y todo ello sin discontinuidades. Cuando miramos a un chimpancé a los ojos, estamos mirando realmente a un primo lejano nuestro.

Y aquí viene el problema: ¿cuál es el primer ser humano cuya madre no lo es? No me sirven explicaciones que afirmen que se es humano al 80% o al 90%, pues es una característica que nosotros asignamos o no asignamos; no sirven términos medios. Es cierto que serían unas cuantas generaciones. Carl Sagan decía que si un hombre entrara en su habitación, detrás viniera su padre, detrás su abuelo, etc., ¿cuánto tiempo deberían estar pasando personas hasta que entrara uno que caminara a cuatro patas? La respuesta es que una semana. Una semana pasando una persona detrás de otra. En fin, continuemos.

Fijaos que el ejemplo de la cadena (del anillo, tal como hemos explicado antes) de los seres humanos es totalmente análogo al de las gaviotas argénteas y sombrías, solo que ahora tenemos a un ser humano por un lado y a un chimpancé (para el caso de los religiosos y su famoso anuncio, un lince; ¿por qué no?, solo que el antepasado común estaría más lejos). Bien, ¿cuál es el principal problema de lo que os estoy hablando? ¿Cuál es la diferencia real entre el anillo que formaban las gaviotas y el que forma el ser humano con un chimpancé? Yo os lo diré: los seres intermedios entre gaviotas argénteas y sombrías están vivos y los seres de las cadenas intermedias entre chimpancé y hombre han muerto. Y de muchos de ellos todavía no se han encontrado fósiles. Ahora, ¿os imagináis que estuvieran vivos? ¿No da para pensar si tendríamos clar0 qué es un ser humano y qué un chimpancé si existieran todos los pasos intermedios?

Aun así, si seguís pensando que los embriones tienen un estatus particular, os propongo una situación particular. Imaginad que tenéis que tomar una horrible decisión. Un misil nuclear va a caer sobre España y debéis decidir entre dos objetivos: una ciudad de un millón de habitantes y un pueblo abandonado donde vive una única persona. ¿Qué haríais? Y ahora imaginad que entráis en un hospital en llamas y solo tenéis una oportunidad para salvar a alguien. En una habitación hay una mujer y un recipiente con un millón de embriones congelados. ¿A quién salvaríais? ¿Elegiríais igual que en el caso anterior? Quizá todos seamos seres humanos, pero unos más que otros.

Y es por ello que yo no podré deciros si un embrión es o no un ser humano, pero si me decís que lo es por una serie de pasos continuos hasta llegar a un ser adulto, entonces un chimpancé también es un ser humano.

Para finalizar, os dejo con esta misma reflexión pero en palabras de Richard Dawkins:

Quiero pensar que todos nosotros abogamos por los derechos humanos. Hay personas, sin embargo, que abogan por los derechos de los gorilas. En ese momento, todos le haremos la pregunta: ¿y qué tienen de especial los gorilas? Si a esas mismas personas les dijéramos que para nosotros son más importantes los cerdos hormigueros africanos, a buen seguro, nos preguntaría: ¿qué tienen de especial los cerdos hormigueros africanos?

Ahora bien, nadie se plantea la pregunta que debería ser más obvia: ¿qué tienen de especial los seres humanos? Como somos especistas, la respuesta es evidente: los seres humanos son humanos y los gorilas son animales. En ese momento se abre un abismo, ya que la vida de un solo ser humano vale más que la vida de todos los gorilas del mundo. Y si le adosamos la etiqueta de “Homo sapiens a un trozo insensible de tejido embrionario, el valor de esa vida se catapulta repentinamente hacia el infinito.

(…)

A una persona con mentalidad discontinua no se le ocurre la posibilidad en un término medio entre gaviotas argénteas y sombrías. Esto, por supuesto, es totalmente extrapolable a las especies. Muchas asociaciones autodenominadas “provida” y otras se tiran el día hablándonos del momento exacto en que un feto se torna humano. Es inútil decir que un feto es “medio humano” o “en una centésima parte”. Para ellos no puede haber etapas intermedias y de ahí surgen muchos males.

(…)

Si alguien tuviese éxito en producir un híbrido de chimpancé y ser humano, la noticia produciría un terremoto. Los obispos plañirían, los abogados se regocijarían malignamente de antemano, los políticos conservadores tronarían, los socialistas no sabrían dónde levantar sus barricadas. El científico que hubiese logrado la hazaña sería muy solicitado en las salas de profesores, denunciado en el púlpito y en la prensa amarilla y condenado, tal vez, por la fatwah de algún ayatolá. La política no volvería a ser la misma, al igual que la teología, la sociología, la psicología y la mayoría de las ramas de la filosofía. El mundo, que se estremecería por un acontecimiento de índole incidental como lo es una hibridación, es, por cierto, un mundo especista, dominado por una mentalidad discontinua.

Fuentes:
Richard Dawkins, El capellán del diablo.
Stephen Jay Gould, Ciencia versus religión.

omado de:

Historias de la Ciencia
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