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29 de mayo de 2016

El mago que humilló a Marconi (y el nacimiento de la piratería)


La estación de Marconi en Poldu, Cornualles, a finales de 1901. 
 
Atardecía en Cornualles, la esquina suroccidental de la isla británica, ese día de junio de 1903. El renombrado ingeniero, inventor y empresario signor Guglielmo Marconi sabía que sus señales viajaban mejor cuando se ocultaba el Sol.

Lo había comprobado gracias a sus intentos de enviar mensajes transatlánticos inalámbricos desde ese lugar, su estación en Poldhu, hasta isla Terranova, que hoy es parte de Canadá, que estaba precisamente al frente aunque mucho más allá del horizonte.

Lo había logrado, aseguraba, pero había escépticos.

Se preparaba para dar una función pública que le serviría, como le habían servido otras anteriores, para acallar dudas, cimentar su reputación y hasta maravillar a los curiosos.

Iba a demostrar que sus mensajes no sólo viajaban largas distancias, sino que podía "sintonizar sus instrumentos para que ningún otro que no esté sintonizado de la misma manera pueda interferir con mis mensajes", como le había dicho al diario St James Gazette.

A unos 500 kilómetros de distancia

En el famoso auditorio de la prestigiosa Real Institución de Gran Bretaña en Lond
res, un distinguido público se había reunido para presenciar la gran hazaña: la recepción de un mensaje enviado por Marconi desde la estación en Poldhu.

El físico e ingeniero eléctrico británico John Ambrose Fleming, considerado como uno de los padres de la electrónica, era el presentador y estaba casi listo para iniciar el evento.

Gracias a su magnífica reputación, la sola presencia de Fleming le daba un manto de credibilidad a la ocasión. No por nada, Marconi lo había reclutado como asesor científico de su firma desde 1899.
Cuando Fleming terminó de ajustar el aparato con el que demostrarían la nueva maravilla tecnológica, se hizo un expectante silencio en la sala.

De pronto, se empezaron a escuchar unos golpeteos.

Tap, tap, tap

Fleming no se percató de nada, pues no sabía descifrar código morse y tampoco oía muy bien.


Pero su asistente, Arthur Blok, sí, y le extraño notar que se trataba de la misma palabra repetida. Más aún, que la palabra era "rats" (ratas: expresión de desilusión y disgusto).

El artículo completo en:

BBC Ciencia

4 de septiembre de 2012

El telégrafo cumple 175 años

Un telégrafo. | Tomasz Sienicki
Un telégrafo. | Tomasz Sienicki
Este martes se cumplen 175 años de la presentación por parte del estadounidense Samuel Morse de su primer telégrafo electromagnético en una Universidad de Nueva York. El invento convirtió a Morse en el pionero de la telecomunicación moderna, permitió la transmisión eléctrica de textos a través de grandes distancias y fue ampliamente utilizado.

A primera vista en el papel no se podía reconocer otra cosa que una línea en zigzag. Pero estas rayas entrantes y salientes representaban cifras, explicó Morse en septiembre de 1837 a sus sorprendidos espectadores.

A partir de una línea se obtenía entonces una combinación críptica "214-36-2-58-112-04-01837" y a su vez, a partir de ella y con ayuda de un código desarrollado por Morse, la frase que explicaba todo: "Experimento exitoso con telégrafo, 4 de septiembre de 1837".

Pero Morse, quien nació en 1791 en el estado norteamericano de Massachusetts, no tenía originalmente interés en la técnica, sino que primero estudió para convertirse en librero y luego se hizo un nombre como pintor. Todavía hoy hay cuadros realizados por él expuestos en renombrados museos en todo el mundo. 

Posteriormente asumió la presidencia de la Academia de Diseño de Estados Unidos y se presentó varias veces como candidato a alcalde de Nueva York, pero nunca fue elegido.

Hasta que un día, Morse viajó en un barco desde Europa de regreso a Estados Unidos y, según la leyenda, escuchó por casualidad una conversación entre pasajeros sobre electromagnetismo. Así nació la idea del telégrafo. Morse comenzó a pensar sobre el tema y ya no pudo abandonarlo. "Para ahorrar tiempo y avanzar en mi invento, viví y comí durante meses en mi estudio. Compraba los alimentos en un comercio y luego me los preparaba", escribió en su diario.

El tiempo apremiaba, porque Morse sabía que no era el único que estaba buscando fabricar un telégrafo. En otros países había varios científicos abocados a la misma tarea. Pero el pintor logró finalmente ganar con una forma de proceder más original.

Un invento simple

A partir de un caballete, un lápiz, piezas de un reloj viejo y un péndulo Morse fabricó un aparato entonces bastante voluminoso. El funcionamiento básico era simple: si no había flujo de electricidad, el lápiz dibujaba una línea recta. Cuando había flujo de electricidad, el péndulo oscilaba y en la línea se dibujaba un zigzag.

Poco a poco, Morse mejoró su aparato, hasta que finalmente, junto con un colega, inventó el código que lleva su nombre. Así, ya no se transmitían crípticas sucesiones numéricas, sino señales formadas por tres símbolos: punto, raya y espacio.

Con la ayuda de placas de contacto y un lápiz especial, que era dirigido por electricidad, las señales podían ser transmitidas por cables.

"Tenemos gran éxito. Todo el mundo aquí habla de nuestra máquina", escribió Morse entusiasmado en una carta dirigida a su hermano.

Primera línea entre Baltimore y Washignton

Después de que el inventor buscara sin éxito durante largo tiempo inversores y respaldo político para su aparato, el Congreso de Estados Unidos aprobó finalmente la construcción de una línea de telégrafo de 60 kilómetros entre Baltimore y Washington.
"¿Qué nos ha traído Dios?", fueron las primeras palabras que Morse transmitió por esta línea telegráfica. 

Posteriormente, gobiernos y empresas construyeron otras líneas y el invento de Morse se hizo estándar en todo el mundo.

Pese a ello, Morse, cuyo primer aparato de telégrafo se exhibe actualmente en el Museo Alemán de la ciudad de Múnich, se preocupó hasta su muerte (en 1872 en Nueva York) por el futuro del dispositivo y su propia fama.

"Ser un inventor no tiene realmente nada envidiable", escribió en una carta a un amigo. "Tan pronto como se puede vislumbrar el éxito del invento y sólo queda embolsar honra y ganancias, muchos le quieren quitar a uno la fama y afirman haber participado en el invento".

Fuente:

El Mundo Ciencia

27 de junio de 2010

El Internet victoriano (I)

Domingo, 27 de junio de 2010

El Internet victoriano (I)

(o como un poco de historia debería quitarnos el miedo a la red)




Cualquier avance científico siempre infunde toda clase de temores, lo que se ha venido a llamar síndrome de Frankenstein. Porque la electricidad, en su día, causó no menos reticencias: de ahí que Mary Shelley fundara su obra maestra en aquello que más miedo, por desconocido, generaba en el pueblo.

Sucedió más tarde con los movimientos mecanoclastas de los Ludditas, cuando iban por la Inglaterra del siglo diecinueve destruyendo los telares mecánicos por miedo a quedarse sin trabajo.

Bajo la misma lógica de que el temor surge de la ignorancia, la física suele asociarse con las bombas atómicas; la química, con los pesticidas; y la biología, con los ensayos clínicos con animales y con aberrantes mutaciones genéticas.

Y por supuesto, este miedo también se produjo no hace mucho con la popularización de Internet, cuando se creyó que la conexión al mundo desde nuestro propio domicilio nos convertiría en seres alienados sin interés en las relaciones interpersonales cara a cara.

Hoy en día, la evidencia deja en ridículo a todos aquellos analistas agoreros que predecían que Internet era el coco. Sin embargo, bastaba con leer un poco de historia para descubrir que no era la primera vez que la humanidad se enfrentaba a Internet. Al menos no del todo.

Antes de que se inventaran los ordenadores, ya existieron idénticos agoreros que se opusieron al “Internet victoriano”.

En su libro The Victorian Internet, el periodista Tom Standage documenta el efecto de la invención y difusión del telégrafo en la vida social del siglo XIX. Este dispositivo fue inventado por Samuel Finley Breese Morse, estadounidense, en 1832. El 24 de mayo de 1844, Morse transmitió el mensaje que se haría tan famoso: “Qué nos ha forjado Dios“ (traducción literal) o también: “Lo que Dios ha creado“ (“What hath God wrought”, una cita bíblica, Números 23:23) desde la Corte Suprema de los Estados Unidos en Washington, D.C. a su asistente, Alfred Vail, en Baltimore, Maryland.

Pensadlo por un momento. Imaginad cómo se propagaban las noticias antes de la invención del telégrafo. La rapidez de esas noticias estaba limitada por la velocidad que el ser humano podía desarrollar, ya fuera a pie, a caballo o en barco. Pero el telégrafo consiguió una forma de comunicación que eliminaba el espacio y el tiempo.

Esta tecnología muy pronto empezó a emplearse entonces para los negocios e incluso las relaciones sentimentales, y dio lugar a nuevos tipos de interacción en todos los ámbitos, desde el periodismo a la guerra, favoreciendo la aparición de nuevas costumbres y vocablos. ¿Os suena?

Pero podemos ir incluso más allá. Las mismas tipos de mentes que se ciscaron en el telégrafo también lo hicieron en lo que llegó después: el teléfono.

En la próxima entrega de este artículo os hablaré de las consecuencias sociológicas de este invento.

Vía | The Victorian Internet de Tom Standage / Conectados de Nicholas A. Christakis y James H. Fowler

Fuente:

Gen Ciencia
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