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28 de marzo de 2013

Bergoglio, el nuevo Papa, ¿más próximo a la ciencia que los anteriores?

El argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido el 13 de marzo de 2013 por los miembros del Colegio Cardenalicio, tras la renuncia al cargo de Benedicto XV, para convertirse en Francisco, el nuevo Papa, el jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, el país más pequeño, el único que tiene el latín como lengua, y también la edad más baja para el consentimiento sexual de Europa, como podéis leer aquí (además de otras cosas que probablemente no conozcáis del Vaticano).


Algunos han querido ver en el nuevo Papa una faceta más científica: no en vano, es un jesuita que ha realizado estudios científicos (estudió y se diplomó como técnico químico, para después escoger el camino del sacerdocio), recordándonos quizá vagamente a Silvestre II, el “Papa Científico”, cuyo pontificado transcurrió entre los años 999 y 1003.

Tal vez sea esperar demasiado que la visión de la Iglesia a propósito de, por ejemplo, el avance en la investigación de células madre o la profilaxis en las relaciones sexuales cambie drásticamente. Podéis leer más sobre ello en Células madre y fe religiosa (I) y (II).

Al menos esperemos no volver a leer afirmaciones como la vertida el 15 de marzo de 1990 por Joseph Ratzinger, siendo aún cardenal, en un discurso que pronunció en la ciudad de Parma hizo suya una afirmación del filósofo Paul Feyerabend: “en la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que Galileo, y que el juicio que la Iglesia le hizo a Galileo fue razonable y justo”.

 Y en definitiva esperemos que el nuevo Papa preste más atención a las nuevas evidencias científicas y no trate de desdeñarlas como si fuera poseedor de la verdad absoluta: su opinión cuenta para muchos fieles, y ello tiene influencia tanto social como política.

A ese respecto, el 18 de julio de 1870, el primer Concilio Vaticano introdujo la doctrina de la infalibilidad papal. En esencia, tal doctrina determina que las afirmaciones del Papa son incuestionables porque, gracias al Espíritu Santo, están protegidas eternamente de toda posibilidad de error. Eso no significa que el Papa no pueda equivocarse. Por ejemplo, la prohibición de la anticoncepción, si bien es vinculante para todos los católicos, no está protegida por la doctrina de la infalibilidad papal. Para ello, el Papa debe hablar ‘ex cathedra’ (“desde su trono”) como pastor oficial de todos los cristianos. 

Afortunadamente, sólo en una ocasión se ha llevado a cabo una afirmación de esta índole: la declaró el papa Pío XII en 1950. En pocas palabras, decía tal cosa: que la Virgen María, al morir, había ascendido corpóreamente al Cielo. Es una afirmación que, aunque viole las leyes de la naturaleza, tampoco pisa demasiado el terreno de la ciencia. Tampoco pasa demasiado.

Aunque, naturalmente, puede ser objeto de crítica, como cualquier otra afirmación acerca de la realidad.
A nivel epistemológico, como imaginaréis, la ciencia opera de modo radicalmente distinto, parafraseando a Jorge Wagensberg: la ciencia exige la máxima objetividad (para ser universal), la máxima inteligibilidad (para que todos podamos entender y rebatir) y la máxima dialéctica con la realidad (para progresar y autocorregirse). 

La ciencia no se funda en verdades inmutables, como ya nos dijo Karl Popper, sino que se autorevisan continuamente. No hay forma de saber cuántas de las actuales teorías resultarán erróneas en el día de mañana. Así pues, ¿cuánta fe hemos de depositar en lo que nos diga la ciencia? Responde a ello Sam Harris en su libro El fin de la fe:
La ciencia es ciencia porque representa nuestro esfuerzo constante de verificar que nuestras afirmaciones sobre el mundo son certeras (o al menos no falsas). Hacemos eso observando y experimentando dentro del contexto de una teoría. Decir que una teoría científica concreta puede estar equivocada no implica decir que pueda estar equivocada en todos sus elementos, ni que cualquier otra teoría tenga las mismas posibilidades de ser acertada.
Fuente:

Xakata Ciencia

23 de abril de 2007

Benedicto XVI resucita el infierno
Contra lo dicho por Juan Pablo II en 1999, Ratzinger sostiene que "el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno"

JUAN G. BEDOYA - Madrid - 23/04/2007

Muchos se preguntarán... Y ¿qué tiene que ver esta noticia con el mundo de las ciencias? `Pues bien todo hombre de ciencias, de una u otra manera libera un combate contra las ideas feudales, oscurantistas que ponen frenos al progreso de las ideas. Y es evidente que, en medio de esta pax americana, vivimos un peligroso retroceso en las ideas de la Iglesia Católica, de maera evidente que es parte de una estrategia global ideológica destinada al sometimiento intelectual de las masas, o sea se trata de atemorizar a sectores del planeta de escasa cultura o fueres niveles de fanatismo religioso. Leamos y analicemos la siguiente nota.


El Juicio Final de Miguel Ángel- EFE

La llamada de Benedicto XVI a la lucha ideológica contra el pluralismo moral y la modernidad incluye reponer el infierno, con mayúsculas. "El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno", ha dicho el Pontífice romano. "Nuestro verdadero enemigo es unirse al pecado que puede llevarnos a la quiebra de nuestra existencia". Antes había dibujado la figura de un Dios "de justicia", y por tanto, castigador.

En su llamada a la intolerancia con el relativismo y la laicidad, Benedicto XVI ha decidido reponer las armas del catolicismo clásico. El Papa cree que la vida cristiana occidental es "una viña devastada por jabalíes". Para hacer frente a la crisis la fuerza de la Iglesia no está en el diálogo ni en la tolerancia, sino en la vuelta a los orígenes. El Papa exige activismo, no sólo a sus prelados (unos 5.000 en todo el mundo, entre obispos, arzobispos y cardenales); también a los fieles creyentes y, más que a nadie, a los políticos que se llaman católicos.

Las tesis sobre cómo recuperar el protagonismo perdido la expuso Benedicto XVI el pasado 13 de marzo, en una Exhortación pastoral perfilada durante año y medio. Fue el primer sínodo del pontificado Ratzinger. En presencia de cardenales, arzobispos y obispos de todo el mundo, el Papa, presidente durante décadas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua inquisición romana, retó a los reunidos a llegar al meollo de la crisis del cristianismo para que Dios, un "proscrito en Europa", según Benedicto XVI, vuelva a figurar en la agenda de una sociedad de bautizados que ya no hace caso a la religión.

La proclamación de que "el infierno existe y es eterno" es la continuación de esa estrategia papal. Lo curioso es que su antecesor, el polaco Juan Pablo II, muerto hace dos años, corrigió a fondo y en la dirección contraria el concepto tradicional del catolicismo sobre el infierno. Lo hizo en el verano de 1999, en cuatro audiencias consecutivas, cada una dedicada a desmontar la credulidad popular sobre el cielo, el purgatorio, el infierno e, incluso, el diablo. "El cielo", dijo entonces el pontífice polaco, no es "un lugar físico entre las nubes". El infierno tampoco es "un lugar", sino "la situación de quien se aparta de Dios". El Purgatorio es un estado provisional de "purificación" que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satanás "está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor".

La homilía sobre el infierno la pronunció el papa Juan Pablo II en la audiencia del miércoles 28 de julio de 1999. Dijo: "Las imágenes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el infierno es una situación de quien se aparta del modo libre y definitivo de Dios".

¿Por qué el papa polaco revisó entonces la doctrina oficial sobre el Más Allá? La primera respuesta tenía que ver con "el acoso de la ciencia", en palabras de los teólogos. Roma no quería repetir la amarga historia de Galileo.

La segunda razón tenía que ver con las estadísticas: el 60% de los romanos católicos cree en Cristo, pero no en el infierno ni en el paraíso. Por último, aquel papa cumplía una obligación conciliar, retrasada mucho más de lo prudente. La Iglesia vive en su tiempo, y ha de poner al día la interpretación que en el pasado se hizo de los textos sagrados. Se trata del aggiornamento, la palabra preferida de los papas Juan XXIII y Pablo VI, impulsores del revolucionario Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965.

La decisión de Benedicto XVI de volver a poner sobre la mesa, sin matices, la idea del infierno eterno choca con ese pasado reciente. No es su primera vuelta al pasado.

También ha autorizado las misas en latín con el oficiante de espaldas a los feligreses, por citar un sólo ejemplo. Lo curioso es que hace menos de un año, el 6 de octubre de 2006, este papa mantenía el timón de Juan Pablo II haciendo público el documento de los expertos sobre la inexistencia del limbo, otra de las piezas señeras del Más Allá católico.

Según los catecismos clásicos, el limbo de los niños era el lugar al que iban a parar quienes morían sin uso de razón y sin haber sido bautizados. Un lugar sin tormento ni gloria. El castigo consistía en vivir en una tercera clase de cavidad distinta del cielo y el infierno, en el que las almas cándidas, además de estar privadas de gloria, sufrirían la condenación de la ausencia de quienes habían tenido la fortuna de salvarse: padres, hermanos y demás familia. La doctrina tridentina incentivaba con tales argumentos el bautismo rápido de los recién nacidos.

La doctrina que coloca en el limbo a los niños muertos sin haber cometido pecado, pero con la culpa del pecado original no lavada por el bautismo, es de origen medieval y poco relevante entre los teólogos modernos a no ser porque se hermana con la idea, también arrumbada por el Vaticano II, de que fuera de la Iglesia romana no había salvación.

La decisión de cerrar el limbo la impulsó el papa polaco encargando el asunto a una Comisión Teológica Internacional liderada por el hoy papa Ratzinger. La encomienda tenía su relevancia porque no era sólo liquidar la idea de cielo o infierno como lugares concretos en el firmamento, sino un repaso en toda regla a las tesis clásicas sobre el pecado original. En esta revisión cartográfica, la semana pasada Ratzinger solucionó uno de los vacíos creados por su antecesor. Tras la eliminación del limbo, a los padres creyentes les preocupaba la situación de los niños muertos no bautizados. La vuelta al paraíso es la solución apuntada.

Desde san Agustín al Vaticano II la Iglesia de Roma había sostenido la visión clásica del hombre en pecado desde que Eva y la serpiente liaron a Adán para comerse juntos una manzana. La escatología cristiana posterior al Vaticano II sostiene que fue introducido por san Agustín, al extender a todos los hombres la culpa por aquel pecado original -sucedido en un paraíso que la ciencia tampoco pudo encontrar-, lo que hizo fue una mala traducción de una de las epístolas de san Pablo.

Fuente:

Diario EL PAÍS - Sociedad

Y por sifuera poco:

Matrimonio Gay es maléfico y el Aborto es Terrorismo...
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