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4 de julio de 2018

El día en que las máquinas puedan elegir: la paradoja del libre albedrío en robots

Grandes filósofos como Rousseau o Kant, entendían la libertad como autonomía, es decir, como darse normas a uno mismo, siempre que esas normas fueran fruto de una decisión racional

Año 2043. Reino Unido es el último reducto de la WCC (Western Countries Confederation) en Europa, ante el imparable avance del DAESH. Un dron de exploración británico realiza un barrido por las orillas del Támesis. Con su sensor térmico detecta el avance de un grupo de soldados enemigos. Analiza y evalúa: diecisiete soldados, todos hombres (sabe eso debido a que analiza la forma de caminar, y la complexión y proporciones corporales), armados con armamento ligero y un lanzagranadas.

En milisegundos, manda las coordenadas del objetivo a otro dron, esta vez a un bombardero X-54, quien, de nuevo en otros pocos milisegundos, lanzará una lluvia de misiles sobre los desdichados soldados Sin embargo, los sensores del dron de exploración detectan nuevos enemigos. Entre las ruinas de lo que antes fue la abadía de Westminster, avanzan cuatro blindados autónomos de clase T-95. Son un objetivo estratégicamente muy jugoso (cada tanque de este tipo le cuesta al DAESH unos dos millones de dólares), mucho más interesante que el grupo de soldados.

Pero hay un problema. Los estrategas del DAESH descubrieron que había un tipo de blindaje para sus carros de combate, mucho más efectivo que el usual blindaje reactivo: el antiguo escudo humano. El objetivo era confundir la inteligencia artificial de las armas autónomas enemigas o, como mínimo, retrasar sus decisiones.

El cerebro positrónico de un dron de la WCC tomaba decisiones siguiendo a rajatabla la Convención de Massachusetts de 2036, en la que 136 países aprobaron un código ético mundial para armas autónomas, conocido popularmente como BH (el Bushido de HAL).

Según este código, un arma autónoma siempre evitará el mayor número de víctimas humanas posibles, por lo que a la hora de elegir el objetivo para un ataque, siempre elegirá a otra arma autónoma antes que a un grupo de soldados. La táctica del DAESH consistía en atar a unos cuantos prisioneros, si pueden ser civiles mejor, a lo largo de la carrocería de sus tanques.

Entonces el dron tenía dos opciones:
  1. Dirigir los misiles hacia el grupo de diecisiete soldados. Todo correcto a nivel ético y legal: se mata a personas pero son soldados enemigos ocupando territorio soberano.
  2. Dirigir los misiles hacia los T-95. Se ocasionarían víctimas humanas del propio bando, generando intencionalmente daños colaterales y, por lo tanto, violando claramente el BH. Sin embargo, eliminar esos carros enemigos supondría una ventaja decisiva en la batalla que, casi con total probabilidad, evitaría más muertes que ocasionaría.
¿Qué hacer? ¿Violar tu propio código ético, o ser práctico y ganar la batalla haciendo, quizá, un mal menor? El dron piensa y actúa: los blindados enemigos son destruidos. Los programadores de la empresa Deep Mind encargados de diseñar el cerebro computerizado de la máquina dejaron una puerta trasera mediante la que los compradores podían reprogramar la conducta de su arma a su antojo.

Los oficiales del ejército británico lo tuvieron claro: ganar la batalla era lo primero y unas cuantas bajas humanas, incluso de civiles, se justificaban en función de intereses estratégicos superiores.

El artículo completo en:

Xataka Ciencia

26 de agosto de 2010

El entrelazamiento cuántico puede ser una medida del libre albedrío

El mismo experimento que revela la naturaleza del entrelazamiento, también puede interpretarse como una medida del libre albedrío, dicen los investigadores.

La naturaleza de la mecánica cuántica ha forzado a los investigadores a reconsiderar su propio papel en el proceso de la ciencia. Ya se fue la idea Victoriana de que la medida es objetiva y absoluta. Hoy, sabemos que en el mundo cuántico, es imposible separar la medida del medidor. Pero exactamente qué papel desempeñan en el universo, aún hay que aclararlo.

Una intrigante idea es que ciertos tipos de experimentos pueden burlar la naturaleza de la medida. Y una clase particularmente importante de experimentos implica el entrelazamiento cuántico, el desconcertante fenómeno en el cual objetos separados por una gran distancia comparten la misma existencia (o, en términos científicos, se describen mediante la misma función de onda).

Imagina dos partículas que están entrelazadas de esta forma. Antes de que tenga lugar ninguna medida, estas partículas están en una superposición de estados. Entonces una medida en una inmediatamente influye sobre la otra, de alguna forma determinando el resultado de la medida sobre ella.

Muchos experimentos han demostrado que esta “influencia” tiene lugar tan cerca de la instantaneidad como es posible medir, y ciertamente no puede ser transportada por una señal a la velocidad de la luz. Los mismos experimentos también descartan cualquier correlación oculta entre partículas en las que el resultado de cualquier medida es acordado de antemano. Imagina, por ejemplo, alguna mano oculta que fuerza a los experimentadores a llevar a cabo sin saberlo medidas que siempre parecen como si estuviese teniendo lugar esta acción fantasmal a distancia.

Hoy, Jonathan Barrett de la Universidad de Bristol y Nicolas Gisin de la Universidad de Ginebra nos ofrecen una nueva e interesante aproximación a este problema. Asumen que el entrelazamiento ocurre como prescribe la mecánica cuántico, y se preguntan cuánto libre albedrío debe tener el experimentador para descartar la posibilidad de una interferencia oculta.

La respuesta es curiosa. Barret y Gisin demuestran que si hay información compartida entre los experimentadores y las partículas que miden, entonces el entrelazamiento puede explicarse mediante algún tipo de proceso oculto determinista.

En términos prácticos, esto significa que no puede haber información compartida entre los generadores de números aleatorios que determinan los parámetros de los experimentos a realizar, y las partículas a medir.

Pero lo mismo es cierto para los propios experimentadores. Esto significa que no pueden haber información compartida entre ellos y las partículas tampoco. En otras palabras, deben tener un completo libre albedrío.

De hecho, si un experimentador carece de incluso un sólo bit de libre albedrío, la mecánica cuántica puede explicarse en términos de variables ocultas. Inversamente, si aceptamos la veracidad de la mecánica cuántica, entonces podemos colocar un límite sobre la naturaleza del libre albedrío.

Esta es una forma interesante de enunciar el problema del entrelazamiento, y sugiere un prometedor número de obstáculos relacionados: ¿qué hay de los sistemas parcialmente entrelazados, y de otros en los que se entrelazan más de dos partículas?

El libre albedrío nunca fue tan fascinante.

Fuente:

Ciencia Kanija

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