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5 de mayo de 2016

El lápiz labial y las femme fatale



Ava Gardner, Rita Hayworth, Lauren Bacall... las hemos visto en multitud de ocasiones interpretando el papel de femme fatale, una villana que usa sus armas de mujer para seducir y dejar fuera de juego a un despistado héroe. En muchas de esas películas, el pintalabios femenino se convierte en una evidencia central del crimen, razón por la que la atractiva malvada acaba con sus huesos en la cárcel. Más o menos igual que en la vida real, aunque con menos glamour, claro.


En las comisarías donde se resuelven crímenes de verdad, alejadas del drama de Hollywood, a los detectives no les es tan sencillo vincular la mancha de carmín encontrada en la escena de un crimen con una marca y modelo concreto. Y mucho menos conectar esta evidencia con una posible sospechosa. ¿Por qué es tan complicado? Elaborar una barra de labios es artesanía pura. Si a esto le añades el temor del fabricante a que la competencia analice su producto y descubra sus componentes secretos, comprenderás el difícil trabajo al que se enfrenta un forense a la hora de desenmarañar la fórmula inicial e identificar su marca y modelo.


Ahora, un grupo de científicos de la Western Illinois University, ha conseguido crear una técnica fácil y económica con el fin de hacer más sencillo este proceso. La idea, presentada ayer en una conferencia de la American Chemical Society (San Diego), consiste en aislar cada componente por separado y después pasarlos por una sencilla técnica conocida como cromatografía de gases. Pero, antes de entender esto, veamos el difícil proceso de fabricación de una barra de labios.

¿Cómo se fabrica un lápìz de labios? 

Fabricar una barra de labios hoy en día es un proceso que dura alrededor de 40 horas. Uno de los ingredientes esenciales para comenzar este proceso es la cera de abeja o la lanonina, una cera natural producida por unas glándulas sebáceas de algunos mamíferos (también conocida como grasa lanar). Posteriormente, se mezcla esta base con el pigmento durante un periodo de unas cuatro o cinco horas. Para que el resultado sea una mixtura homogénea, este proceso se realiza en una cuba con la ayuda de una hélice a unos 90 grados de temperatura. Después, la mezcla se pone sobre unos moldes que se calientan hasta que la textura es la deseada.

El siguiente paso ahora es dejar que se enfríe y extraer los futuros carmines de sus correspondientes módulos. Para corregir imperfecciones (como grietas o rugosidades) se pasa el pintalabios cerca del fuego, lo que le da también su característico brillo. Es el momento también de añadir los conservantes necesarios para su posterior comercialización. Por supuesto, el proceso no podía terminar sin antes pasar unos más que exigentes controles de calidad. Bastantes más que los que pasó el robot del siguiente gif.


El artículo completo en:

QUO
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