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11 de julio de 2010

Imposible pero cierto

Domingo, 11 de julio de 2010

Imposible pero cierto

Cuando decimos imposible debemos de tener mucho cuidado. ¿No me cree? Lea:

Según la primera ley de Clarke, cuando un científico distinguido y anciano afirma que algo es posible, es muy probable que tenga razón; pero cuando asegura que algo es imposible, lo más probable es que esté equivocado (ver La cuarta ley de Clarke, 31-10-08). Y esta irónica ley a menudo es aplicable incluso a los más grandes. Incluso a los que, de hecho, rompen las barreras de lo supuestamente imposible. Albert Michelson, cuyos experimentos sobre la velocidad de la luz y el “viento del éter” provocaron una profunda revisión de la física newtoniana que desembocaría en la teoría de la relatividad, llegó a afirmar a finales del siglo XIX: “Todas las leyes fundamentales de la física ya han sido descubiertas, y están tan sólidamente establecidas que la posibilidad de que algún día sean modificadas como consecuencia de nuevos descubrimientos es extraordinariamente remota”. Paradójicamente, él mismo realizó un nuevo descubrimiento como consecuencia del cual hubo que modificar sustancialmente las leyes de la física.

Por la misma época, la comunidad científica, con lord Kelvin a la cabeza, consideraba imposible que la Tierra tuviera miles de millones de años, como sugería la teoría de la evolución, puesto que una esfera de materia incandescente del tamaño de nuestro planeta no podía tardar más de veinte o treinta millones de años en enfriarse. Tampoco creía el físico más respetado de su tiempo en la posibilidad de construir aparatos voladores más pesados que el aire, y estaba convencido de que los rayos X eran un fraude. Pero no hay que remontarse al siglo XIX en busca de ilustres proclamadores de falsas imposibilidades. El propio Einstein demostró en 1939 que los agujeros negros eran entelequias que nunca podrían existir.

En su reciente libro Física de lo imposible, el prestigioso científico y divulgador Michio Kaku (uno de los creadores de la teoría de cuerdas) contempla tres categorías de imposibilidades: las de “clase I” son las tecnologías que hoy no son posibles pero que no violan las leyes de la física tal como las conocemos (como la invisibilidad). Las de “clase II” son las situadas en los límites de nuestra comprensión del mundo físico (como el viaje en el tiempo). Y las de “clase III” son las que violan las leyes de la física conocidas (como el movimiento perpetuo). Y la tácita moraleja de este sugerente libro es que, como afirma la segunda ley de Clarke, la única manera de descubrir los límites de lo posible es rebasarlos adentrándose en lo imposible.

El Juego de la Ciencia

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