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7 de septiembre de 2018

La prueba de que el VAR también era necesario en las luchas de gladiadores

Uno de los protagonistas del pasado Mundial de Fútbol de Rusia ha sido el VAR (Video Assistant Referee, árbitro asistente de vídeo), que consiste en un conjunto de cámaras distribuidas por todo el campo que retransmite la señal a una sala donde los asistentes de vídeo pueden revisar los goles, las tarjetas, los penaltis y la identidad de los jugadores en determinados lances del partido. La asistencia se puede producir a petición del árbitro principal o a instancia de los propios asistentes avisando al árbitro por el pinganillo. Aunque parezca mentira, por todo lo que criticamos a los árbitros, ha tenido menos protagonismo del esperado en cuanto a los resultados finales. Eso sí, con este sistema se ha batido el récord de penaltis en un Mundial. ¿Y por qué digo que también habría sido necesario en las luchas de gladiadores en la Antigua Roma? Os cuento…

Antes de bajar a la arena, precisar algunos detalles sobre las luchas de gladiadores -ya hemos hablado del error del pulgar y del saludo ritual “los que van a morir te saludan“.


Las luchas de gladiadores en sí fueron una degeneración. El origen se remonta a la época de los etruscos cuando se celebraban este tipo de combates entre prisioneros para honrar la muerte de un ser querido. Un ritual funerario que se convirtió en un espectáculo lúdico. Y ya puestos, más tarde se añadieron la lucha entre animales o la de hombres contra animales, cualquier cosa para que no decayese el espectáculo.

La mayoría de los combates eran a primera sangre y sólo en contadas ocasiones se luchaba a muerte, aunque con la posibilidad de perdón por parte del emperador o el editor del espectáculo. Hay que pensar que era un negocio: el editor que organizaba y financiaba los combates, para ganarse el favor pueblo, tenerlo contento o conseguir los votos para algún puesto en la magistratura, alquilaba a los lanistas (dueños de las escuelas de gladiadores) los gladiadores que iban a luchar y, lógicamente, pagaba por ello. Si era a muerte había que pagar mucho más, porque un gladiador muerto era un luchador menos que el lanista podía alquilar para otros espectáculos. Así que, para amortizar los gastos interesaba que peleasen en muchas ocasiones para que fuese un negocio rentable.

Hecho el sorteo de las parejas que iban a luchar entre sí y cruzadas las apuestas, en la arena quedaban los luchadores y los summa rudis, una especie de árbitros que velaban por el cumplimiento de las reglas –fair play-. Estos jueces, normalmente prestigiosos gladiadores retirados, vestían túnicas blancas y llevaban espadas de madera (rudis) o látigos con los que señalaban movimientos ilegales, paraban el combate si algún gladiador era herido o los incitaban a la lucha golpeándolos si no le ponían muchas ganas.

En uno de estos combates celebrado hace 1800 años entre dos gladiadores llamados Diodoro y Demetrius ocurrió algo inesperado que nos revela la lápida de Diodoro.

El relieve muestra la imagen de un gladiador que sostiene lo que parecen ser dos espadas frente a su oponente caído pidiendo clemencia, y el epitafio en cuestión dice así…
Después de derrotar a mi oponente, Demetrius, no lo maté de inmediato. El destino y la decisión del summa rudis me mataron.
Tras estudiar el enterramiento, la conclusión de Michael Carter, profesor de la Universidad de St. Catharines—Brock (Canadá) y especialista en el estudio de este tipo de combates, fue que Diodoro había derribado a Demetrius y  éste, desde el suelo, extendía la mano en señal de clemencia. Diodoro, pensando que ya había vencido, no dio muerte a su oponente, pero el summa rudis interpretó que Demetrius no había sido derrotado por Diodoro sino que se había caído accidentalmente y ordenó reiniciar la lucha. Demetrius recogió su equipo y logró matar a Diodoro. Alguno o algunos de los conocidos del gladiador muerto, que habían visto lo ocurrido, encargaron la lápida y el epitafio para que la posteridad recordase aquel error fatal.
Seguro que Diodoro habría pedido el VAR.
Tomado de: Hsitorias de la Historia

27 de febrero de 2018

El Red Bull y la Viagra de los gladiadores

En cada escuela de gladiadores (ludus) los esclavos, prisioneros de guerra e incluso hombres libres sedientos de sangre o de gloria practicaban y se ejercitaban en el arte de la lucha para salir victoriosos de los combates en la arena. Lógicamente, también era muy importante su preparación física y la dieta. Contrariamente a lo que podríamos pensar, por las imágenes de hombres musculosos y fornidos que el cine y la TV nos han grabado a fuego en nuestras retinas, su dieta no era rica en grasas y proteínas animales, sino todo lo contrario.

Científicos de las Universidades de Berna y Viena han estudiado los restos de decenas de gladiadores encontrados en una necrópolis de Éfeso (ciudad de la Antigüedad situada en la actual Turquía) y han llegado a la conclusión de que su dieta consistía principalmente en cereales, legumbres, verduras y apenas carne. Por lo que los podríamos considerar casi vegetarianos. Entonces, ¿su dieta no se distinguía de la del resto de los mortales? Algo sí que había distinto, porque comparando los huesos de los gladiadores con el de otros cuerpos de la época, los de los luchadores presentan mayores niveles de ciertos elementos, como el estroncio. ¿Y a qué se debía? Pues a su bebida energética.

Igual que hoy en día los deportistas toman barritas energéticas o bebidas isotónicas para recuperarse de los esfuerzos, los gladiadores tomaban un brebaje de cenizas vegetales disuelto en agua y endulzado con miel. Eso sí, pero sin darles alas.

Y lo de la Viagra, no es exactamente que ellos la consumiesen, sino que se obtenía de sus cuerpos: se creía que el sudor y la sangre de los gladiadores podía curar la impotencia -supongo que por aquello de la virilidad de estos luchadores-. De hecho, algunos comerciantes dedicados al noble arte del engaño de los ingenuos esperaban en el espoliario (lugar donde se desnudaba a los gladiadores muertos y se remataba a los heridos mortalmente) para recoger las sustancias del amor y venderlas en pequeños frasquitos.

Tomado de:

Historias de la Historia
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