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17 de octubre de 2012

5 ideas de Gandhi aplicadas al movimiento ecologista


Mahatma Gandhi no fue realmente un ecologista, en la forma en la que lo pensamos hoy en día. Primero, ni el término ni el movimiento existían. Segundo, Gandhi estaba más concentrado en la situación de la humanidad que en la del planeta (aunque el buen trato a los animales sí estuvo dentro de sus principios).

Sin embargo, el trabajo y espíritu de Gandhi ha inspirado a movimientos sociales, políticos y ambientales por numerosas generaciones. Estas son 5 frases que pueden motivar al movimiento verde.

“Hay más en la vida que incrementar su velocidad”

Esta frase va en contra del ideal del progreso, de que lo más rápido es mejor, de que lo más nuevo es mejor. Es pensar si realmente necesitamos algo o sólo lo queremos. Es saber diferenciar entre máximo y óptimo. Es reconocer que calidad y velocidad son dos aspectos diferentes o sino, qué prefieres ¿vivir rápido o una vida de calidad?

“Primero te ignoran, luego se ríen de ti, luego luchan contra ti, luego tú ganas”.

Es una secuencia de eventos importante de recordar para el movimiento ecologista. Al principio, tus preocupaciones serán desconocidas para la mayoría (por ignorancia o por ceguera), luego se burlarán de ello (tanto quienes no lo comprenden, como quienes sienten una amenaza). Actualmente, el movimiento verde se encuentra en una fase entre la burla y la lucha, si seguimos adelante, llegarán las victorias.

“La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer es suficiente para resolver la mayoría de nuestros problemas”

Simple. Cierto. ¿Un ejemplo?, actualmente tenemos el conocimiento para que en 2050 el 80% de nuestra energía sea renovable. La evidencia muestra que el modelo del mercado alrededor de la agricultura promovido en estas últimas décadas simplemente no va a alimentar a todo el mundo: mientras unos mueren de hambre, otros cargan kilos de más. Es cuestión de que las personas quieran y sepan cómo poner su granito de arena para que exista mejor distribución, acceso y calidad de la comida.

“Interdependencia es y debe ser un ideal del humano tanto como la autosuficiencia. El humano es un ser social”.

La completa independencia es un ideal promovido por la ideología de Estados Unidos: tanto en el mito del “self-made man”, como en la noción moderna del Tea Party de “métete en tus propios asuntos, no en los míos”.

Pero el ser humano es un ser social: dependemos de los demás en todos los niveles, desde la familia, la comunidad, hasta el país y el globo entero. Así que hay que aprender a vivir, trabajar en conjunto, a ser empáticos y a compartir.

“Cuando admiro las maravilla del atardecer o la belleza de la luna, mi alma se expande en la adoración al creador”.

Sin importar cómo definas al creador, este sentimiento de admiración y amor a nuestro mundo es una virtud clave del movimiento verde. Para dejar de lado el utilitarismo (¿qué beneficio hay para mi cartera o para mi persona?), hay que tener este sentido de humildad y de admiración por el mundo. Es saber que nuestras victorias no serán a corto plazo, sino un beneficio para el mundo entero.

Fuente:

22 de septiembre de 2012

¿Por qué Gandhi odiaba el yodo? Una historia de la sal, los impuestos, los cretinos y los defectos de nacimiento

Gandhi odiaba el yodo. Y en la India hubo una gran cantidad de defectos de nacimiento. Y sal se convirtió en un problema político. Todos estos miembros, a primera vista no conectados, están perfectamente implicados.

Y es que, aún en nuestros días, persiste entre los habitantes de la India el rumor de que Mahatma Gandhi, el icono mundial de la paz, odiaba el yodo con todas sus fuerzas. Es lógico que odiara el uranio y el plutonio por lo que suponían: se podían construir bombas con ellos. Pero ¿el yodo?

Vayamos por partes. Durante su viaje por el continente europeo, el científico victoriano Humphry Davy hizo describió el yodo. Fue durante su estancia en París cuando Ampère, Clément y Desormes mostraron a Davy una sustancia que procedía de determinada alga marina, descubierta hacía solo dos años por Bernard Courtois. Al calentarse, esta nueva sustancia producía un vapor violáceo que se condensaba hasta generar cristales oscuros.

Inmediatamente, desde París, Davy escribió a la Royal Society para describirles la nueva sustancia y proponer el nombre de “yodo” para designarla, de la raíz griega para designar el color violeta.

Pero volvamos al pacífico Gandhi. Para protestar contra el opresivo impuesto británico a la sal, Gandhi dirigió al pueblo indio en 1930 en la famosa marcha a Dandi. Y es que la sal era muy importante para la India, pues siendo un país pobre como era, la sal era uno de los pocos bienes que podía producir por sí mismo. Sin embargo, los británicos gravaron la producción (8,2 %), algo tan desproporcionado como gravar a los esquimales por fabricar hielo.

Las protestas inspiradas por Gandhi se tradujeron, el 12 de marzo, en una marcha de 380 km compuesta por 78 seguidores y el propio Gandhi. A medida que avanzaba la marcha, se fue uniendo más gente, hasta el punto de que, al llegar a Dandi el 6 de abril, formaba una fila de más de 3 km de longitud. Gandhi, entonces, en una escena que quizá recuerde a la de Lo que el viento se llevó (juro por Dios que nunca pasaré hambre…), tomó del suelo un puñado de lodo salado y vociferó: “¡Con esta sal haré que se tambaleen los cimientos del Imperio [británico]!”.

A partir de entonces, los indios empezaron a hacer sal ilegalmente. Y entonces, también, empezaron a sufrir un gran porcentaje de defectos de nacimiento. El problema residía precisamente en la sal india: la sal común tiene poco yodo, un ingrediente esencial para la salud. Ya a principios del siglo XX, los países occidentales habían descubierto que añadir yodo a la dieta era la medida de salud pública más barata y eficaz que podía adoptar un gobierno para prevenir defectos de nacimiento y retraso mental.

La sal yodada, para los indios, era una imposición occidental, del Imperio británico, de modo que se negaba taxativamente a tomarla. La sal era del pueblo y para el pueblo. Pero las tierras de la India son pobres en yodo. Algo que también sucede en los lugares que se encuentran en las grandes cordilleras: los Andes, el Atlas, las tierras altas de Nueva Guinea, el Himalaya: las lluvias y las glaciaciones arrastran el yodo del suelo, hasta el punto de que las plantas de las que se alimentan los seres humanos también escasean en yodo.

Pero la sal ya se había convertido en un problema político, incluso en un problema epistemológico (la típica y tonta idea de que hay una ciencia oriental y otra occidental, y que la oriental es mejor que la occidental, algo de todo punto falso, como ya os expliqué en ¿Por qué la India es tan exótica y cool? La medicina alternativa como timo).

Tal y como explica Sam Kean en su libro La cuchara menguante:
En 1998, cuando el gobierno federal indio obligó a prohibir la sal común en tres estados que todavía se resistían, se produjo una reacción negativa. Los pequeños productores familiares de sal protestaron por el coste añadido en el proceso. Los nacionalistas hindúes y gandhianos arremetieron contra la imposición de la ciencia occidental. Algunos hipocondríacos incluso se preocuparon, sin fundamento, de que la sal yodada pudiera difundir el cáncer, la diabetes, la tuberculosis y, lo más extraño, el malhumor. Estos oponentes trabajaron con ahínco, y tan sólo dos años más tarde, ante la mirada atónica y aterrorizada de Naciones Unidas y de todos los médicos de la India, el primer ministro revocó la prohibición federal de la sal común. Esto técnicamente sólo hacía legal la sal común en tres estados, pero en la práctica fue interpretado como una aprobación. El consumo de sal yodada cayó de golpe en un 13 por ciento en todo el país. Y aumentó la incidencia de defectos de nacimiento.
Afortudamente, la revocación sólo se extendió hasta 2005, cuando se volvió a prohibir la sal común. El problema del yodo en la India, sin embargo, quedaba irresoluble.
Sigue vivo el resentimiento en nombre de Gandhi. Con la esperanza de inculcar algo de amor por el yodo a una generación con menos vínculos con Gandhi, Naciones Unidas anima a los niños a llevarse a hurtadillas un poco de sal de su casa hasta la escuela. Allí, juegan con sus maestros a un juego de química haciendo ensayos de deficiencias de yodo. Pero ha sido una batalla perdida.
Una situación que pudiera parecernos bárbara, carpetovetónica. Pero me recuerda demasiado a lo que está sucediendo aquí mismo, en países europeos y del Primer Mundo, con el asunto de las vacunas: Los casos de sarampión en Madrid se multiplican por 20… por culpa de la fe irracional de la gente.

Siendo ya un elemento químico de número atómico 53, hoy en día sabemos que el yodo es un componente esencial de nuestra dieta: un consumo insuficiente del mismo puede acarrear enfermedades de distinta índole. Tanto es así, que ya el filósofo inglés Bertrand Rusell (1872-1970) empleó estos datos médicos a propósito del yodo para negar la existencia de un alma inmortal: “La energía para pensar parece tener un origen químico […] Por ejemplo, una deficiencia de yodo convierte a un hombre listo en un idiota. Los fenómenos mentales parecen estar ligados a la estructura material”.

Fuente:

Xakata Ciencia
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