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6 de diciembre de 2019

'Sarco': la cápsula de suicidio para "una muerte rápida y sin dolor"


Philip Nitschke, un activista australiano impulsor de la eutanasia creó algo que ha sido llamado "la máquina del suicidio", aunque su nombre real es 'Sarco', que es una abreviatura de 'sarcófago'. Y tal como su nombre lo indica, se trata de una cápsula que ofrecería la libertad para que sus usuarios se puedan suicidar.

El proyecto fue presentado a finales del 2017, y ahora durante la semana del diseño 2019 en Venecia su creador aprovechó para mostrar el que sería el diseño final de Sarco. La idea es que saliera a la venta este 2019, pero, según su creador, aún siguen negociando con algunas empresas y hospitales para su comercialización.

"Todos deben tener el derecho de morir cómo y cuándo quieran"

El diseñador holandés Alexander Bannink fue quien colaboró con Nitschke para dar forma a Sarco, que consiste en un ataúd desmontable montado en un soporte que contiene un recipiente de nitrógeno. Según explican, una vez que la persona está adentro, sólo deberá presionar un botón para liberar el nitrógeno.

Nitschke menciona que el nitrógeno provocará que la persona se sienta mareada hasta perder el conocimiento y muera, y es que asegura que Sarco es un dispositivo que "proporciona a las personas una muerte cuando desean morir". "Creo que (elegir cuándo morir) es un derecho humano fundamental. No es solo un privilegio médico para los muy enfermos"

Mas información en: Fayer Wayer y Xakata Ciencia

27 de octubre de 2016

Niña de 5 años con enfermedad terminal escogió morir y no regresar al hospital

15 de junio de 2016

Julianna Snow, de 5 años, murió este martes tras decidir no regresar al hospital para un tratamiento que podría darle más tiempo, pero sería doloroso y hubiera quedado sedada.


Julianna Snow, la niña de 5 años de edad que provocó una conversación internacional sobre las decisiones dolorosamente difíciles para los niños con enfermedades terminales, murió el martes.


"Nuestra dulce Julianna se fue al cielo hoy", escribió su madre, la doctora Michelle Luna, en un blog dedicado a su hija. "Estoy aturdida y con el corazón roto, pero también agradecida. Me siento la madre más afortunada del mundo, para que Dios de alguna manera me ha confiado con esta gloriosa hija, y casi llegamos a pasar seis años juntos."


Julianna nació con una enfermedad neuromuscular incurable. La historia de CNN sobre ella el año pasado documentó cómo Luna y su marido, Steve Nieve, consultaban con su hija acerca de si ella querría ir al hospital si tuviera una complicación potencialmente fatal.

La otra opción era renunciar a la atención médica e ir al cielo. Julianna eligió el cielo, y sus padres, en consulta con los médicos de Julianna, acataron su decisión.

Esa decisión -el cielo sobre el hospital- comenzó una conversación sobre qué tipo de atención necesita un niño con una enfermedad potencialmente mortal, y si se debe consultar a los niños sobre esta decisión.

"Ella era una niña extraordinaria", dijo Art Caplan, director de la división de la ética médica en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York.

"Ella me enseñó a mí y a otros que incluso un niño puede llegar a estar bien informado sobre una enfermedad difícil y puede transmitir sentimientos reflexivos y notables acerca de su enfermedad y sus ideas."

La historia de Julianna

Cuando tenía 2 años de edad, Julianna fue diagnosticado con la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, una enfermedad neurodegenerativa.

En el momento en que ella tenía 4 años, había perdido el uso de sus brazos y piernas. Sus músculos de la deglución eran tan débiles que tuvo que ser alimentada a través de un tubo en el estómago. Sus músculos respiratorios también sufrieron, y ella entraba y salía regularmente del Hospital de Doernbecher en Portland, Oregón.

Pero su mente funcionaba a la perfección.

Por eso sus padres la consultaron cuando tenía cuatro años y los doctores les dijeron que tenían que tomar decisiones médicas difíciles.

Los doctores le explicaron a Moon, una neuróloga, y a Snow, un piloto de la Fuerza Aérea, que debían considerar lo que quisieran hacer cuando una infección complicara la respiración de su hija.

¿Querrían llevarla al hospital de nuevo? Los doctores afirmaban que había una probabilidad razonable de que Julianna muriera tras ser sometida a varios procedimientos dolorosos. Incluso si sobreviviera, dijeron, probablemente sería sólo por un corto tiempo, y estaría sedad, sin poder hablar o pensar.

No había respuesta correcta, les dijeron los médicos.

El año pasado Moon le preguntó a Julianna qué quería hacer y escribió la conversación en su blog.

Michelle: Julianna, si te enfermas de nuevo, ¿quieres ir al hospital o quedarte en casa?

Julianna: Al hospital no

Michelle: ¿Incluso si eso significa que te irás al cielo si te quedas en casa?

Julianna: Sí

Michelle: ¿Y tú sabes que papá y mamá no irán contigo inmediatamente? Irás sola primero

Julianna: No te preocupes. Dios me va a cuidar

Michelle: Si vas al hospital, eso te puede ayudar a que te mejores y puedas venir a casa y pasar más tiempo con nosotros. Necesito estar segura de que entiendes eso. El hospital te puede dar más tiempo con papá y mamá.

Julianna: Entiendo

Michelle: (llorando) Lo siento, Julianna. Sé que no te gusta cuando lloro. Pero es que me vas a hacer mucha falta

Julianna: Está bien. Dios me va a cuidar. Está en mi corazón

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Julianna estuvo en cuidados paliativos durante los últimos 18 meses de su vida.

Durante ese tiempo, le encantaba ponerse vestidos de princesa, inventarse historias y juegos, hacer manualidades con otros pacientes y que le pintaran las uñas de los pies.

En un mensaje de texto que le envió Moon a CNN, dijo que el final fue rápido.

"Se enfermó de repente y todo se redujo a la misma batalla de ayudarle a respirar", escribió. "Esta vez no se recuperó, se empeoró más y más y en menos de 24 horas se fue".

"Tuvo el apoyo de todo el personal de cuidado paliativos y todo lo que necesitó para estar cómoda. Murió en casa, en su cuarto de princesa y en mis brazos. Sé que ella lo quería así".

"Por favor no la olviden", escribió Moon en su blog. "Vivió, fue real, importó".

Al final Julianna obtuvo su deseo de morir sin intervención médica.

"Luchó por estar aquí, más fuerte de lo que he visto a alguien luchar, con un cuerpo que era muy frágil para este mundo. Fue muy valiente, y odio que haya tenido que ser tan valiente", añadió su madre.

"Ahora está libre. Nuestra dulce Julianna finalmente está libre".

Fuente:

CNN

4 de mayo de 2014

¿Cómo legalizar cualquier fenómeno, desde la eutanasia hasta el canibalismo?

En la actual sociedad de la tolerancia, que no tiene ideales fijos y, como resultado, tampoco una clara división entre el bien y el mal, existe una técnica que permite cambiar la actitud popular hacia conceptos considerados totalmente inaceptables.


Esta técnica, llamada 'la ventana Overton' y que consiste en una secuencia concreta de acciones con el fin de conseguir el resultado deseado, "puede ser más eficaz que la carga nuclear como arma para destruir comunidades humanas", opina el columnista Evgueni Gorzhaltsán.

En su artículo en el portal Adme, pone el ejemplo radical de cómo convertir en aceptable la idea de legalizar el canibalismo paso a paso, desde la fase en que se considera una acción repugnante e impensable, completamente ajena a la moral pública, hasta convertirse en una realidad aceptada por la conciencia de masas y la ley. Eso no se consigue mediante un lavado de cerebro directo, sino en técnicas más sofisticadas que son efectivas gracias a su aplicación coherente y sistemática sin que la sociedad se dé cuenta del proceso, cree Gorzhaltsán.

El artículo completo en:

RT Actualidad

24 de junio de 2012

La eutanasia y el síndrome de encerramiento

Tony Nicklinson sufrió un evento cerebrovascular hace siete años que lo dejó paralizado con síndrome de encerramiento.


Tony Nicklinson

Tony Nicklinson sufrió un evento cerebrovascular hace 7 años que lo dejó con síndrome de encerramiento.

Ahora está pidiendo a la Alta Corte de Justicia de Inglaterra que le permita morir.

En el caso que presentó en la corte, Nicklinson pide que un médico pueda legalmente ayudarlo a morir porque, según dice, vivir 20 años o más en su estado será una "creciente miseria".

Según expresó su abogado ante la corte, Nicklinson quiere que se le permita la eutanasia. Lo que él llama "un remedio".

Pero el gobierno argumenta que un fallo así equivaldría a autorizar un asesinato.

El caso de Tony Nicklinson es distinto de otros casos recientes en Gran Bretaña sobre el derecho a morir que se centran en el suicidio asistido, que son peticiones para ayudar a una persona a suicidarse.

Pero el caso de Nicklinson es una apelación para permitir matar deliberadamente a una persona que así lo está pidiendo, lo cual está estrictamente prohibido en Inglaterra y el resto del Reino Unido.

Pero la parálisis del señor Nicklinson es tan severa que no le permitiría suicidarse y alguien más deberá matarlo. Es eutanasia.

Después de un evento cerebrovascular en 2005 mientras estaba en un viaje de negocios en Atenas, quedó totalmente paralizado pero con todas sus funciones mentales intactas.

Tal como dijo a la BBC el señor Nicklinson, su vida es "una pesadilla viviente" porque no puede hablar ni moverse y depende de que otras personas le hagan todo para vivir.

Sin calidad de vida

Para comunicarse necesita una computadora especial que controla con la mirada.

"Los argumentos legales están bien, pero no deben olvidar que una vida resultará afectada por la decisión que tomen" expresó el señor Nicklinson en un correo electrónico.

"Una decisión en mi contra me condenará a "una vida de creciente miseria".

"Cada día que pasa la vida se vuelve un poco más incómoda y difícil de soportar" le dice a la BBC.

Su familia apoya su petición.

"Papá quiere morir porque simplemente siente que no tiene calidad de vida" dice su hija Lauren, de 24 años.

"Pasó de ser un jugador de rugby activo y extrovertido a alguien que pasa los días sentado en una silla de ruedas frente a la televisión".

Tal como explican los abogados, Nicklinson quiere que un médico pueda terminar su vida legalmente porque de lo contrario cualquier persona que le ayude a morir podría ser acusada de asesinato.

Según Laruen, la gente que conoció la vida de su papá antes del evento cerebrovascular entiende su decisión.

"La relación que una vez tuvimos estaba basada en las actividades que compartíamos, en salir y divertirnos" dice.

"Ahora no podemos hacer nada de eso. Nos une un vínculo muy fuerte pero desde su perspectiva eso ya no es suficiente".

Su abogado, Paul Bowen, dijo ante la corte que "Tony ha tenido casi siete años para contemplar su situación".

"Con los continuos beneficios para la salud y la asistencia social en el siglo 21 su expectativa de vida es normal. Es decir, le quedan otros 20 años o más de vida".

"Él no desea vivir esa vida".

Según el abogado, "el demandante, que ha llegado a la decisión voluntaria, clara, establecida e informada de terminar su vida con dignidad, está demasiado discapacitado para hacerlo".

"La ley actual de suicidio asistido y eutanasia opera para evitar que él adopte los únicos medios por los cuales puede prácticamente terminar su vida, es decir, la asistencia médica".

Durante los próximos días los jueces escucharán argumentos a favor y en contra y se espera que haya un fallo posteriormente.

Fuente:

BBC Ciencia

15 de diciembre de 2008

Libros: Eutanasia

Libros:

Eutanasia


Con auditorios a favor y en contra de la eutanasia, el cierre de la vida, ese instante en el que la muerte acecha ha sido (y es actualmente), materia de arduas discusiones en la sociedad. Para conocer una mirada médica y ética sobre el asunto, Futuro, que no teme en lo más mínimo a las controversias, presenta Ayudar a morir (Katz Editores).

Por Iona Heath
LA NEGACION CONTEMPORANEA DE LA MUERTE IMPONE AGOBIOS ADICIONALES TANTO A MEDICOS COMO A PACIENTES.
“Triunfo de la muerte”, Brueghel (Landesmuseum Joanneum)

“La sociedad, el arte, la cultura, toda la civilización humana no es sino evasión, un gran autoengaño colectivo cuya intención es hacernos olvidar que incesantemente caemos por el aire, que a cada instante estamos más cerca de la muerte.”
Sven Lindqvist, Exterminate All The Brutes

INTRODUCCION: UNA HISTORIA

Por John Berger

F. tenía 95 años y, si bien caminaba tan encorvado como una navaja a medio abrir, se preparaba las comidas, leía el periódico y seguía lo que sucedía en Medio Oriente. Desde la muerte de su esposa, ninguna mujer había vivido en la granja. Sus hijos, que sí lo hacían, habían aumentado el número de vacas lecheras de tres (cuando iban a la escuela) hasta las más de cien actuales. A medida que F envejecía, sus hijos, que creían en el trabajo, lo aceptaron tal como era y no trataron de cambiarlo. Era un hombre que pensaba, rezaba y no trabajaba mucho. Era anarquista por temperamento. Respetuoso y obstinado al mismo tiempo.

Hace poco los hijos reconstruyeron toda la casa, pero dejaron intacta su habitación, ubicada junto a la cocina, para que pudiera seguir dando exactamente los mismos pasos, seguir con su rutina de cortar verduras para la sopa, rezar, encender la pipa y tratar de contestar sus propias preguntas. F. murió hace dos martes. Por la tarde, apenas antes de la hora de ordeñe, los hijos lo hallaron en el suelo junto a su cama. Le costaba respirar. Telefonearon a todos los lugares posibles. Sólo los bomberos locales contestaron.

Alrededor de las diez de la noche los bomberos trasladaron a F. al hospital de la ciudad más cercana, donde murió a las cinco de la mañana. Retirado con precipitación de su casa, pasó las últimas horas de su larga vida con escasa atención médica. En tales circunstancias, de las que ninguno de los involucrados tuvo la culpa, murió separado arbitrariamente de toda la experiencia humana, aprendida en el transcurso de siglos, relacionada con la tarea de estar con -y acompañar- a los moribundos.

En su juventud había pocos médicos en esta región alpina, y las personas estaban acostumbradas a manejar la enfermedad (y la muerte) entre ellas. Para el momento en que nacieron los hijos había un servicio médico nacional: los médicos recibían llamados en plena noche y acudían a las casas; los hospitales se ampliaron. Poco a poco la población empezó a depender de un consultorio médico profesional y a tomar pocas decisiones por sí misma. Hace diez años, con la privatización y la desregulación, las cosas volvieron a cambiar. En la actualidad, la atención médica en un caso de emergencia quedó reducida a un servicio de transporte compulsivo. F. no murió en lugar alguno.

CAPITULO I: LA NEGACION DE LA MUERTE

Hace unos años, una de mis pacientes fue hospitalizada cuando perdió el conocimiento. El director de la institución geriátrica en la que vivía pidió una ambulancia. La mujer, una viuda de 80 y tantos años, estaba muy débil. En ese momento la preocupación por la discriminación a los ancianos estaba en su apogeo y, tal vez como consecuencia de ello, la paciente fue internada en una unidad coronaria donde se le brindó la mejor atención posible.

La mujer se recuperó y, dado que parecía encontrarse bien, se la dio de alta una semana después. Cuando la visité me dijo que estaba muy agradecida por cómo la habían atendido, pero manifestó su profundo disgusto por un tratamiento que consideraba completamente inapropiado. Me explicó que tanto su esposo como casi todos sus amigos y conocidos ya habían muerto, que su fragilidad física le impedía hacer prácticamente todas las cosas que le gustaban y que no tenía deseos de seguir viviendo.

Nadie le había preguntado nada al respecto ni se había tratado de determinar si el tratamiento -eficaz y por lo tanto recomendado- resultaba apropiado en su caso específico. Murió tres semanas después, mientras dormía. El elevado costo del tratamiento anterior había resultado inútil, perturbador y antieconómico. Como médico generalista, soy consciente de que no hago lo mejor para muchos de mis pacientes, sobre todo en el caso de los que agonizan. ¿Por qué son tan pocos los pacientes que tienen lo que se calificaría como una buena muerte? ¿Qué es una buena muerte? ¿Qué forma de morir queremos para nosotros y para nuestros seres queridos?

Hablando con amigos y colegas, compruebo que muchos pueden describir su participación en una muerte especial, aquella en la que el moribundo parece poder controlar y orquestar el proceso y morir con tal dignidad y calma que todos los que lo rodean, entre ellos el médico, se sienten privilegiados por la vivencia de esa situación y, en cierta forma extraña, enriquecidos por ella. Sin embargo, es sorprendente qué poco comunes son esas muertes. Muchos más son objeto de manoseo y falta de respeto, y quedan sumidos en el pánico, el sufrimiento o ambas cosas, circunstancias que llevan a que quienes permanecen entre los vivos, incluido el médico, abriguen sentimientos de rabia, culpa y tristeza.

CUANDO LA MUERTE SE HACE FAMILIAR

En Un hombre afortunado, John Berger destacó el importante papel que desempeña el médico generalista en relación con la muerte: “El médico es el familiar de la muerte. Cuando llamamos a un médico, le pedimos que nos cure y que alivie nuestro sufrimiento, pero si no puede curarnos también le pedimos que sea testigo de nuestra muerte. El valor del testigo es que ya vio morir a muchos otros [...]. Es el intermediario viviente entre nosotros y los innumerables muertos. Está con nosotros y estuvo con ellos, y el consuelo difícil pero real que los muertos ofrecen por su intermedio es el de la fraternidad”.

En los últimos cien años, sin embargo, el éxito espectacular de la medicina científica permitió que los médicos abandonaran ese papel tradicional de “compañeros de la muerte”. Poco a poco, el desafío tecnológico de prolongar la vida fue adquiriendo prioridad sobre la calidad de vida. Como consecuencia de procesos peligrosos e insidiosos, perdimos de vista en qué grado la forma en que vivimos tiene más importancia que cuándo morimos. De manera perversa, eso se hace más evidente en la atención de los moribundos.

La soberbia de la medicina científica alimenta cada vez más expectativas de salud perfecta y de longevidad. Periodistas y políticos, y sobre todo la industria farmacéutica, aprovechan esos procesos con entusiasmo. En buena medida, el objetivo de la atención médica y el límite respecto del cual se la evalúa pasó a ser la simple prolongación de la vida. Hablamos constantemente de muertes evitables, como si la muerte pudiera prevenirse en lugar de posponerse. Nos imponemos actividades y limitaciones que, suponemos, permitirán que vivamos más tiempo, y al parecer nunca se piensa en lo oportunas que son muchas muertes.

Los lineamientos de la atención médica parecen cada vez más producto de protocolos empíricos cuya naturaleza hace que se considere a los pacientes como unidades estandarizadas de enfermedad. Esos protocolos no tienen manera de dar cabida al relato de cada individuo, a los valores, las aspiraciones y las prioridades de cada persona diferente y a las formas en que los mismos van cambiando con el tiempo. El resultado es que una intervención empírica racional de eficacia comprobada puede terminar por ser inapropiada, antieconómica e inútil.

EL COSTO DE MIRAR PARA OTRO LADO

Las sociedades occidentales coinciden en lo que Philip Larkin calificó como “el costoso apartar la vista de la muerte”. El costo es monetario, pero también tiene un profundo efecto en la experiencia de la vida y de la muerte. A pesar de las onerosas pretensiones de la medicina, la muerte sigue siendo el final inevitable de la vida, y a menudo es impredecible, arbitraria e injusta, si bien cada vez más se la considera un simple fracaso de la medicina y de los médicos. La medicina no puede prometer el alivio de todo el dolor y el malestar corporal, pero cada vez los toleramos menos y nos mostramos más convencidos de que tenemos derecho a una salud perfecta.

El constante énfasis en los factores de riesgo de enfermedad ocasionados por el estilo de vida genera un clima de responsabilización de la víctima, que agrega un sentimiento de culpa a la angustia y el terror que sufren aquellos que, azarosamente, padecen una enfermedad grave. Susan Sontag destaca que en las películas de Ingmar Bergman la justicia –la idea de que los personajes tienen lo que se “merecen”– está rigurosamente excluida. Eso puede explicar el carácter sombrío de algunas de sus películas, pero también destaca su fuerza y su autenticidad.

Todos tratamos de darle sentido a la vida mediante la construcción de un relato coherente fundado en relaciones de causa y efecto. Nos decimos, y les decimos a los demás, que algo sucedió porque hicimos esto o porque se nos hizo aquello, pero el vínculo entre causa y efecto suele ser mucho más tenue de lo que nos gusta pensar. La actual ola de afirmaciones exageradas sobre el poder de la medicina preventiva forma parte del mismo fenómeno. Queremos creer que si nos comportamos bien, si comemos los alimentos adecuados y con moderación, si hacemos ejercicio de manera habitual, etc., se nos recompensará con una vida larga y saludable. Sin embargo, como nos muestra Ingmar Bergman, no necesariamente es así. Arthur Kleinman señala: “El cáncer es un recordatorio perturbador del núcleo inexorable de azar, incertidumbre e injusticia –todos ellos cuestiones de valor– de la condición humana. La negación contemporánea de la muerte impone agobios adicionales tanto a médicos como a pacientes”.

MORIR CON DIGNIDAD

Cuando sienten que se los responsabiliza de toda muerte, la culpa y la incomodidad impulsan a los médicos a luchar cada vez más por la prolongación de la vida, a menudo en detrimento de su calidad. Un estudio sobre la atención a pacientes con cáncer o demencia en estado avanzado, que agonizaban en un hospital de agudos de los Estados Unidos, reveló que se había intentado una resucitación cardiopulmonar en el 24 % de ambos grupos y que el 55 % de las personas que padecían demencia senil murieron con los tubos de alimentación forzada todavía puestos. La consecuencia es que “en los Estados Unidos hoy es casi imposible morir con dignidad a menos que se trate de una persona pobre”.

Uno de los encuentros más desafortunados de la medicina moderna es el de un anciano débil e indefenso, que se acerca al final de su vida, con un médico joven y dinámico que comienza su carrera. En un estudio llevado a cabo por S. A. Murray, éste y sus colegas utilizaron técnicas de investigación cualitativa para comparar la experiencia de la muerte en países ricos y pobres. Descubrieron que mientras los pacientes de Kenia manifiestan el deseo de morir para verse libres del dolor, los pacientes escoceses afirman que quieren morir debido a los efectos colaterales del tratamiento médico. Eso parece una condena terrible a la atención médica moderna.

Christopher Ricks describió a Samuel Beckett como el gran escritor de una época que ha creado nuevas posibilidades e imposibilidades, incluso en lo que respecta a la muerte, una época que ha prolongado la longevidad hasta hacer de aquélla tanto una pesadilla como una bendición.

Por lo que parece, la gente común toma cada vez mayor conciencia de la pesadilla, sobre todo cuando envejece. Y manifiesta esa conciencia a través de la adopción entusiasta de instrucciones por adelantado en materia de autodeterminación y testamentos vitales, mediante los cuales manifiesta su voluntad anticipada para el caso de carecer de facultades en el momento de decidir acerca de su tratamiento médico.

He afirmado que en la sociedad contemporánea la soberbia y la ambición de la ciencia biomédica son las principales responsables de la negación peligrosa y nociva de la muerte. Sin embargo, cuando visité el nuevo edificio de Daniel Libeskind para el Museo Judío de Berlín y estuve en la oscuridad helada de la Torre del Holocausto, comencé a preguntarme si la atrocidad genocida de tanta muerte en el siglo que acaba de finalizar no ha sido, por lo menos en parte, responsable de nuestra aversión, si las causas de nuestro rechazo no serían tanto culturales como científicas.

Fuente:

Página 12

1 de junio de 2007

Jack Kevorkian sale de prisión.
Jack Kevorkian, el 2Doctor Muerte", de 79 años y que hace una década ayudó a morir a más de 100 enfermos, dice que sigue creyendo en la eutanasia tras ocho años en prisión.
AGENCIAS - Washington - 01/06/2007 -



El médico Jack Kevorkian, más conocido como el Doctor Muerte por haber ayudado a 130 personas a suicidarse entre 1990 y 1998, según él mismo confesó en el juicio que le condenó a prisión, ha sido puesto hoy en libertad condicional tras cumplir ocho años de condena por el asesinato en segundo grado de Thomas Youk, un enfermo de esclerosis lateral, una dolencia crónica y mortal, a quién suministró una dosis de drogas letal que fue grabada en vídeo y emitida más tarde por televisión.

Kevorkian, de 79 años y un refinado experto en la práctica de la eutanasia -entre sus logros está la invención de la llamada "máquina del suicidio", un aparato que permitía a un paciente inyectarse por sí solo un cóctel mortal de potasio y cloruro- facilitó la muerte de más de un centenar de enfermos terminales entre 1990 y 1998, pero sólo pudo ser enjuiciado por su participación en cuatro suicidios, aunque en tres de ellos fue declarado inocente.

"Fue estupendo"

Gracias a su buena conducta en prisión, Kevorkian ha visto reducida su condena de los 25 años iniciales a los ocho que acaba de cumplir. A la salida del penal de Lakeland (Coldwater, Michigan) le esperaba un espectacular despliegue de cámaras y periodistas, movilizados por un caso que en su momento causó gran estupor en la sociedad estadounidense. En sus primeras declaraciones en libertad, Kervokian no ha mostrado señal de arrepentimiento alguno por su conducta pasada. Muy al contrario ha reafirmado su fe en la eutanasia -delito en todos los Estados de la Unión, excepto Oregón- y en el derecho a decidir cuándo acabar con tu propia vida. No obstante, ha dicho que no volverá a ayudar a ningún enfermo a lograr esa meta. Quizá porque es una de las condiciones que contempla su recién estrenado régimen de libertad condicional que se prolongará durante dos años. Si lo quebranta, volverá a prisión.

Su liberación, en todo caso, ha reavivado el debate sobre la eutanasia en Estados Unidos y, a juzgar por la reacción inicial, Kevorkian no tendrá problemas en captar la atención pública. Preguntado sobre su experiencia entre rejas, el médico ha hecho uso de un macabro humor negro: "Fue estupendo, uno de los períodos más interesantes de mi vida". El próximo lunes Kevorkian será la estrella del talkshow más famoso del país, el que presenta el veterano periodista Larry King en CNN. Además, su abogado ha dicho que ya tiene ofertas de contratos muy lucrativos para que el médico dé discursos por el país.

En paralelo, Baird Jones, un comisario de arte especializado en las obras de los famosos, ha aprovechado el momento para abrir una exposición de los lienzos de Kevorkian en el club nocturno Webster Hall de Nueva York, según el diario New York Daily News. Pintar es una de las aficiones de este inquietante médico. Sus cuadros frecuentemente muestran a figuras sangrientas, calaveras y rostros tristes.

Fuentes:

El País (España)

El Clarín (Argentina)
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