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6 de enero de 2020

El ser humano comenzó a usar ropa hace 170.000 años


Estudiando el ADN de los piojos, un científico descubrió que el hombre empezó a usar ropa hace 170 mil años y subsistió cerca de 800 mil años sin vello corporal y sin ropa.


Un nuevo estudio en el que se ha rastreado la evolución de los piojos demuestra que los humanos modernos comenzaron a usar ropa hace unos 170.000 años. Esta nueva tecnología les permitió tiempo después marcharse de África y emigrar con éxito a otras partes del mundo.

El investigador principal, David Reed, del Museo de Historia Natural de Florida, en el campus de la Universidad de Florida, estudia los piojos de los humanos modernos para conocer mejor la evolución humana y los patrones de migración. En su último estudio, que ha durado cinco años, utilizó la secuenciación de ADN para calcular cuándo los piojos de la ropa comenzaron a divergir genéticamente de los piojos del cabello humano.

Los datos con los que ha trabajado Reed muestran que los humanos modernos comenzaron a usar ropa unos 70.000 años antes de emigrar hacia zonas de climas más fríos, en latitudes más altas, un proceso éste último que se inició hace unos 100.000 años. Determinar con este grado de exactitud cuándo comenzó el Ser Humano a llevar ropa sería prácticamente imposible disponiendo sólo de datos arqueológicos, porque la ropa de tanto tiempo atrás difícilmente puede conservarse hasta nuestros días en los yacimientos arqueológicos.

El estudio también muestra que el Ser Humano comenzó a usar ropa mucho después de perder el pelaje de su cuerpo, lo cual, según investigaciones previas, sucedió hace alrededor de un millón de años. Esto significa que el Ser Humano pasó una cantidad considerable de tiempo sin pelaje corporal ni ropa.

El motivo de estudiar a los piojos en el marco de la arqueología y la paleontología es que, a diferencia de la mayoría de los otros parásitos, su notable especialización en las especies que parasitan los hace mantener una estrecha relación de coevolución con éstas, hasta el punto de que estudiarlos permite a los científicos obtener datos importantes sobre los cambios evolutivos en el animal parasitado basándose en los cambios detectados en el parásito.

En un estudio de los piojos de la ropa dirigido en 2003 por Mark Stoneking, un genetista del Instituto Max Planck de Leipzig, Alemania, se llegó a la conclusión de que los seres humanos comenzaron a usar ropa hace unos 107.000 años. Pero la investigación de Reed incluye nuevos datos, así como métodos de cálculo más adecuados para este tipo de trabajo.

El nuevo resultado de este estudio es una fecha inesperadamente antigua para el inicio del uso de la ropa, bastante anterior a lo inferible a partir de los indicios arqueológicos disponibles. Sin embargo, esa fecha tiene su lógica, ya que significa que los primeros humanos modernos probablemente comenzaron a usar ropa de forma habitual para protegerse del frío cuando se enfrentaron por primera vez a las duras condiciones de una Edad de Hielo.

Los seres humanos modernos surgieron hace unos 200.000 años. Y la fecha planteada por el estudio sugiere que los humanos comenzaron a usar ropa en la penúltima era glacial, la primera con la que se toparon.

La ropa, junto con el fuego y las herramientas para cazar constituyen las tres tecnologías fundamentales en la evolución epigenética del hombre en sus albores.
 
Fuentes:

Noticias de la Ciencia

Pijama Surf 

23 de abril de 2019

Los humanos aceleraron la extinción de los grandes mamíferos de Sudamérica

Una investigación refuerza la teoría de que no sólo el clima acabó para siempre con la megafauna de América del Sur.
Messineo y Politis sostienen con esfuerzo el fémur del megaterio hallado en un campo de la región pampeana argentina.
Los fósiles de una escena primitiva, hallados con la precisión de una fotografía, demuestran que los seres humanos se comieron a los últimos grandes mamíferos que quedaban en América después de la última glaciación. La evidencia, que figura en un trabajo publicado por Science Advances, fue analizada por un equipo de arqueólogos argentinos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires (UNICEN) junto a investigadores estadounidenses.

El clima contra la depredación humana es (ahora se sabe) una falsa controversia científica respecto a la extinción de los megamamíferos en Sudamérica y en el Mundo. Las sucesivas evidencias han enfatizado una causa sobre la otra, pero en conjunto reflejan que ambas fueron determinantes en la desaparición de los grandes animales del Pleistoceno.

Se trata de un proceso que en América se inició en el deshielo y que el apetito humano probablemente sólo aceleró. “El clima jugó un rol también. Se extinguieron grandes animales en el mundo, no solamente acá aunque se extinguieron más en Sudamérica, también lo hicieron en Norteamérica y Europa. Entonces la discusión es: el clima y algo más. Este algo más creemos que son los seres humanos”, aclara el director de la investigación Gustavo Politis, sentado en su oficina del área de Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario Pampeano (INCUAPA), a pocos kilómetros del sitio del hallazgo. Sin embargo, agrega una advertencia para quienes cargan las culpas sobre los seres humanos. “En Sudamérica hay al menos 30 especies de megamamíferos que se han extinguido. Las que han sido cazadas son 5, 6 no más. No se puede explicar toda la extinción por la acción del hombre”. La caza no es el único daño que podríamos haber hecho en el pasado. “También puede haber pasado que los seres humanos hayan hecho disrupciones en el ambiente como la introducción de nuevos parásitos o quemazones en los campos. Si el fuego produjo quemazón en poblaciones de animales con bajas tasas de reproducción, había un clima desfavorable y encima aparecieron seres humanos que los depredaron, los extinguieron” concluye Politis.

 

28 de octubre de 2018

Volumen de agua en nevado Huascarán se redujo a casi su tercera parte

El Ingemmet informó que en los últimos 200 años glaciares del Huascarán han reducido también su área de extensión. Asimismo, en el mismo periodo la temperatura ambiente del nevado se incrementó.


Un grupo de investigadores del Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico (Ingemmet), mediante estudios de geomorfología, lograron reconstruir glaciares del pasado y estimar su variación física a lo largo del tiempo. Asimismo, precisaron que los glaciares del nevado Huascarán redujeron su volumen de agua a casi su tercera parte en los últimos dos siglos.

El ingeniero Ronald Concha Niño de Guzmán, de la Dirección de Geología Ambiental y Riesgo Geológico, explicó que este hecho está relacionado con la Pequeña Edad de Hielo (PEH), periodo en que los glaciares de todo el mundo avanzaron por última vez, entre los años 1.500 y 1.900, aproximadamente.

El especialista agregó que desde aquel entonces el clima global experimenta un incremento constante de las temperaturas que trae como consecuencia el retroceso de los glaciares. En los Andes peruanos, la evidencia de la PEH ha sido registrada y conservada en geoformas del relieve en los ambientes glaciares.


En el caso del nevado Huascarán, durante la PEH sus glaciares abarcaban un área de 69 km2 y almacenaban un volumen de agua de 3698.1 mm3 a una temperatura ambiente aproximada de 0,9°C. En la actualidad, el área de extensión se redujo a 40,4 km2 (42% de pérdida), su volumen de agua ahora es de 1361.9 mm3 (63% de pérdida), mientras que la temperatura ambiente se incrementó a 1,89°C.

Estas investigaciones realizadas en los Andes peruanos tienen como objetivo fundamental comprender su impacto frente a los cambios climáticos y su relación con los recursos hídricos y peligros geológicos asociados, indicó el Ingemmet.


20 de abril de 2014

Confirmado: El Sol se ‘apagó’ durante la ‘Pequeña Edad de Hielo’

Como reflejan cuadros, crónicas y hechos históricos, Europa vivió entre los siglos XIV y XVIII una concatenación de crudísimos inviernos que arruinó cosechas y extendió el hambre entre sus habitantes. De hecho, a esta época se la conoce como “Pequeña Edad de Hielo”.

Una investigación publicada por la revista Nature Geoscience refuerza la hipótesis de que el máximo responsable fue el Sol, que experimentó una acusada caída en su actividad durante aquella época.

Dirigidos por Paola Moffa-Sánchez, científicos de la Universidad de Cardiff (Gran Bretaña) y Berna (Suiza) han llegado a esta conclusión tras analizar microorganismos fosilizados en el fondo marino al sur de Islandia.

“Analizando la composición química de estos vestigios, que vivieron en la superficie del océano, podemos reconstruir la temperatura y la salinidad del agua en los últimos 1.000 años”, ha declarado Moffa-Sánchez.

De ese modo han podido cotejar los cambios ambientales del Atlántico Norte con el registro de manchas solares, que son un indicador del humor de nuestra estrella: a menos “pecas” en su superficie, menos actividad.

Tras introducir todos los datos en modelos climáticos computerizados, el escenario resultante es que el enfriamiento del Sol generó una zona de altas presiones junto a las islas británicas, barrera que cortó el paso a los suaves vientos del oeste. Y sin el contrapeso de estas corrientes calefactoras, el aire gélido del Ártico campó a sus anchas durante los inviernos de la Pequeña Edad de Hielo, algo parecido a lo ocurrido en 2010 y 2013.

Fuente:

Muy Interesante

11 de septiembre de 2013

El megaterio: Un enigma para la paleontología

Los restos de la bestia extinta en América hace 8.000 años son un enigma de la paleontología.

El Museo de Ciencias Naturales expone el esqueleto recompuesto en Madrid.
 


Esqueleto del megaterio que se exhibe en el Museo de Ciencias Naturales.

Ese simpático monstruo imponente y desnudo en su osamenta que se posa sobre cuatro patas sobre los pedestales del Museo de Ciencias Naturales en Madrid ha sido un rompecabezas para la paleontología mundial. Megaterio lo llaman y pese a haber pasado a la historia como la primera especie extinta hace al menos 8.000 años montada para su exhibición pública en todo el mundo —antes que los dinosaurios reproducidos en plena época victoriana en Londres—, ahí reposa, discreto, sin que se le dé la importancia debida o sin que Spielberg, pese a ser una criatura genuinamente americana (del sur), la haya considerado para acompañar su parque Jurásico.

El del megaterio es un caso único en el mundo y ha sido cerrado como un callejón sin salida. Es un mamífero. No es un dinosaurio, pero merece haber entrado en la mitología de estas bestias por la atracción que generó. Ha desafíado a la ciencia, la paleontología, el diseño, el imaginario colectivo, la relación entre forma y realidad, designada conjuntamente entre investigadores y artistas para que los pobres mortales nos hagamos una idea de cómo debió ser la vida en este planeta hace millones de años.

“Es un expediente X completo”, dice Juan Pimentel, historiador de la ciencia, espléndido divulgador, amigo de enigmas con razones ocultas para ser desveladas a la vista. Cuando escribió El rinoceronte y el megaterio (Abada Editores), este experto equiparó el caso al de la bestia diseñada por Durero, que se dio por válido como modelo desde el siglo XVI hasta que imágenes más realistas nos presentaran al animal tal cual es.

Pero la vestimenta, la piel, la carne, el contorno del megaterio, nuestro querido monstruo extinto, siempre será un misterio. Habrá que conformarse con imaginarlo. Desapareció del hábitat 8.000 primaveras atrás, después de haber permanecido como parte de un paisaje desafiante para nuestra imaginación al menos 18 millones de años.



Ilustración del megaterio en un diccionario de 1849, según el dibujo de Cuvier.

Corría en el calendario el 1788 cuando llegó a Madrid. Un fraile dominico, Manuel Torres, lo había desempolvado un año antes en las inmediaciones de un barranco cercano a Luján, provincia de Buenos Aires. Allí habían aparecido los enormes huesos que componían la criatura de unos seis metros y que después tendría ocasión de estudiar Charles Darwin en sus viajes por Argentina hacia 1833.

Torres no era un científico, pero venía a ser considerado el erudito en fósiles de la zona. Nada más acabar de desenterrarlo se lo comunicó al virrey y quizás lo vio dibujado por Francisco Javier Pizarro, teniente del cuerpo de artillería que había sido enviado para dar cuenta. Pero fue José Custodio Saá y Faria quien desde luego hizo este trabajo para documentar los datos del ejemplar antes de que fuera trasladado a Madrid.

¿Qué era? ¿Un herbívoro con garras de carnívoro? ¿Un felino del tamaño de un paquidermo? El puzle no casaba. La confusión comienza a intrigar. Los expertos penetran en un túnel oscuro tratando de descifrar qué venía a ser aquello y más tarde en qué momento dejó de existir.

“Resultaba lo más parecido a una quimera, a esos animales que se describían como mezcla de otros ya conocidos en los relatos antiguos”, cuenta Pimentel. Centauros; sirenas; minotauros; elfos; la propia quimera con su vientre de cabra, patas de dragón, cabeza leonina escupiendo fuego… Entraban en el mundo de la fantasía, aplicaban a la ciencia las reglas de lo imaginado por inventores de historias con dragones y princesas para encontrar una explicación digna del fenómeno.

Los interrogantes se amontonaban. ¿Anfibio o acuático? 18 vértebras por encajar formaban la columna de unos 3,5 metros. La cabeza medía unos 70 centímetros. Aquello podía pesar 175 kilos. No es un elefante, no es un rinoceronte. ¿Qué demonios es? “Un monstruo”, acertaba a decir solamente el propio Torres.
Del nuevo mundo tampoco se podía esperar menos que lo ignoto, lo diferente, lo inimaginable. Hasta el rey Carlos III quería saber a toda costa qué era eso de lo que todo el mundo hablaba y nadie acertaba a descubrir. Ya desembarcados los restos, quedan en manos de Juan Bautista Bru de Ramón, pintor y disecador del Real Gabinete de Historia Natural —antecedente del museo de ciencias—, que lo trata como animal muy corpulento y raro.

Lo malo es que, lejos de ser naturalista, Bru de Ramón “no pasaba de pintor y taxidermista con dudosa reputación”, cuenta Pimentel. Así que lo adaptó libremente. “Serró, limó y cortó varios huesos, rellenó de corcho otros, colocó piezas de forma defectuosa, añadió, alteró su anatomía…”. Lo descuajeringó un poco, dicho sea de paso, y finalmente lo dispuso en una postura inadecuada o más bien “pésima”, como años después lo juzgó Mariano de la Paz Graells, gran naturalista de la época isabelina.

De bestia enigmática habíamos pasado directamente a engendro. Había llegado el momento de que entrara en escena un grande en la materia. Georges Cuvier era el hombre.
Lea el artículo completo en:

1 de junio de 2013

Los secretos de los gigantes de la Edad del Hielo

Dientes de sables

Hace 80.000 años, la Tierra comenzó a enfriarse en lo que supuso el inicio de la última Edad del Hielo.

Los científicos están descubriendo los secretos de las bestias gigantes de la Edad del Hielo rebuscando en la tierra que se recolectó en las excavaciones de la construcción de un estacionamiento en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles.
En 2006, después de que unos obreros encontraron el esqueleto casi completo de un mamut lanudo, se construyeron cajas de madera en torno a los depósitos de tierra.

Así se salvaguardaron los restos para entregárselos a los científicos del cercano Museo Page.

Laura Tewksbury

Laura Tewksbury lleva un año trabajando en las excavaciones.

Los 23 cráteres, cada uno con su propio paleontólogo residente, y 327 cubos de material fósil están brindando descubrimientos cruciales. Se espera que el trabajo tardará años en completarse.

Más de tres millones de fósiles prehistóricos de 600 especies han sido encontrados en las canteras de brea de California, cuya tierra milenaria preserva restos de las criaturas.

En el apogeo de la Edad del Hielo, la mitad de Norteamérica estaba cubierta por una enorme capa de hielo, pero las tierras del sur se hicieron más ricas que nunca antes. Conozca a las bestias gigantes que la habitaban:

Felino de dientes de sable

Pese a la notoriedad de los colmillos de 18 centímetros del felino de dientes de sable, puede ser que en realidad fueran sus musculosas extremidades inferiores y sus grandes garras las que lo hacían más mortífero.

Los largos y finos dientes del infame depredador eran sorprendentemente vulnerables y podían quebrarse al quedarse atrapados en los tendones o huesos de sus víctimas.

Eso le forzó a desarrollar una técnica de caza única.

Dientes de Sable

Los dientes de este felino eran más vulnerables de lo que aparentaban.

Los grandes felinos modernos de África, como los leones, suelen matar a sus víctimas mediante el sofoco, asfixiándolos o rompiéndoles la tráquea. Sus dientes apenas rompen la piel.

Pero su predecesor de la Edad de Hielo mataba clavando sus dientes y mordiendo después de haber inmovilizado a sus víctimas con sus poderosas garras y extremidades.

Blaire Van Valkenburgh, de la Universidad de California, descubrió que el felino de dientes de sable tenía un enorme hueso temporal que unía a la mandíbula con el cráneo y le permitía abrir su boca el doble que el león y morder con mucha fuerza la garganta de su víctima.

"Después se echaban para atrás y podían sacar grandes cantidades de carne", explica la científica.

"Probablemente el animal se desangraba en cuestión de minutos", añade.

El felino de dientes de sable prosperó en América del Norte en la Edad del Hielo. Se han encontrado variós especímenes en lo que hoy es Los Ángeles.

Perezoso de Shasta

Perezoso de Shasta

El perezoso de Shasta habitaba el Gran Cañón en la Edad del Hielo.

Los científicos han utilizado el estiércol perfectamente conservado del perezoso gigante de Shasta para rastrear sus movimientos por la tierra desértica del Gran Cañón.

En las cavernas que le servían de guarida a estos animales en lo alto del cañón, todavía se pueden encontrar enormes montones de residuos, gracias a que el clima en esos lugares es demasiado seco para que se descompongan.

El estiércol revela cómo estos animales de más de 220 kilos de peso sobrevivieron en arduas condiciones, masticando plantas duras que otras criaturas no habrían podido digerir.

Sus primos modernos, los perezosos de árbol de América del Sur vive de manera similar. Comen hojas duras y tóxicas que les toma semanas digerir y le proporciona poca energía, lo que le conduce al estilo de vida lento por el que es conocido.

Además de ser tan grande como un oso grizzly (una especie de oso pardo que vive actualmente en Norteamérica), el perezoso terrestre tenía largas garras para ahuyentar a los depredadores que eran tan formidables como las del felino de dientes de sable.

Los científicos analizaron las capas de estiércol para explicar la desaparición del perezoso terrestre.

Los últimos rastros de sus excrementos provienen del apogeo de la última Edad de Hielo, hace 16.000 años. En ese entonces, las condiciones se tornaron demasiado frías y demasiado secas para que sus plantas favoritas pudieran crecer y su metabolismo lento hizo que le quedara muy difícil mantener el calor.

Gliptodonte

Gliptodóntido

El gliptodonte podía nadar y comía plantas acuáticas. 

Del tamaño de un auto pequeño y equipado con un caparazón óseo enorme, una cola acorazada y un tronco, el gliptodonte es para la profesora Alice Roberts "de lejos, el mamífero más extraño" que ha visto en su vida.

Pero además de ser un espectáculo para los investigadores, proporciona datos sobre la vida en aquellas partes del mundo que no eran secas y frías durante la Edad de Hielo.

Grandes áreas de Arizona, donde el gliptodonte vagaba, estaban cubiertas de pantanos y ríos.

En los últimos 2,5 millones de años, ha habido cerca de 20 períodos glaciales y la proliferación del gliptodonte reflejaba el impacto del avance de la capa de hielo en el resto del mundo.

Los pantanos se expandían cada vez que la capa de hielo crecía, lo que llevaba a un aumento en el número de gliptodontes, los que morían conforme el hielo se empezaba a retirar.

Los científicos creen que una placa de hielo de más de tres kilómetros de alto en América del Norte actuaba como una cadena montañosa que empujaba vientos húmedos a través del desierto creando un pantano fértil.

Mamut de Columbia

mamut de columbia

Los mamuts dejaron sus huellas en la actual San Francisco. 

El mamut de Columbia o mamut colombino era el mayor de todos los gigantes de la Edad de Hielo.

Con una altura de 4,27 metros, se habría erguido como una torre sobre el elefante moderno, y se alzaba más de un metro más alto que el mamut lanudo.

Consumía hasta dos toneladas de hierba a la semana, por lo que cuando el hielo reemplazaba al agua de mar, el mamut colombino vagaba en busca de la vegetación.

El nivel del mar global en la Edad del Hielo era unos 120 metros más bajo que el actual.

Grandes rocas costeras al norte de San Francisco le han proporcionado a los científicos pistas vitales acerca de los movimientos del mamut.

Las rocas se desgastaron hasta tener un acabado liso, pulido y con parches que alcanzan varios metros de altura.

Los científicos creen que los mamuts utilizaban las piedras para exfoliar la piel y deshacerse de los parásitos, por lo que dejaron un rastro de su viaje por el mundo en la Edad de Hielo.
Tomado de:
BBC Ciencia

15 de abril de 2013

Las ballenas que sobrevivieron el fin de la Era de Hielo

Ballena de Groenlandia

No sólo son los mamíferos más longevos del globo, con algunos especímenes bordeando los dos siglos de edad, sino también pueden identificarse genéticamente con sus antepasados de hace unos 11.000 años.

A través de pruebas de ADN los científicos comprobaron que las ballenas de Groenlandia rompieron la tendencia al sobrevivir a la última Edad de Hielo.
Andy Foote, investigador del Museo de Historia Natural de Dinamarca, con sede en la Universidad de Copenhague, es co-autor del artículo publicado en la revista Nature Communications.

"Con base en todos los estudios anteriores que utilizan ADN antiguo para estimar el tamaño de la población (...) parece que la tendencia fue que las especies adaptadas al frío se extinguieron o disminuyeron en número al final de la Edad de Hielo, por el aumento de la temperatura", dijo Foote.

Pero mientras que el destino de los ahora extintos animales terrestres de la edad de hielo está bien documentado, poco se sabe sobre cómo los animales marinos se vieron afectados por el rápido aumento de la temperatura.

Las ballenas de Groenlandia hoy habitan los mares del Ártico y dependen del hielo marino donde se alimentan de pequeños crustáceos.

El equipo de investigadores quería descubrir cómo les fue a las ballenas con el rápido cambio climático de la transición Pleistoceno-Holoceno, cuando el hielo marino esencial se retiró de su hábitat en el Mar del Norte.

Los científicos analizaron el ADN antiguo de restos de ballena parcialmente fosilizados encontrados en las aguas entre Gran Bretaña y Holanda, y en torno a Dinamarca y Suecia.

A partir del análisis, los científicos fueron capaces de utilizar los datos para crear un modelo de predicción del hábitat y la construcción de una imagen de los movimientos de las ballenas pasadas y su probabilidad de supervivencia.

En movimiento

Ballena de Groenlandia

La cadena genética de la ballena de Groenlandia no se ha interrumpido por 11.000 años.

El estudio mostró que las ballenas de Groenlandia cambiaron su rumbo, moviéndose hacia el norte, a las aguas árticas más adecuadas.

"El retroceso del hielo, en ese caso concreto, abrió grandes áreas en las que repentinamente apareció un hábitat con condiciones ideales para estas especies del Ártico", dijo Kristin Kaschner, investigadora asociada de la Universidad de Friburgo, Alemania.

Al explicar por qué estos animales marinos pudieron haber prosperado al final de la última Edad de Hielo, mientras que muchas poblaciones de mamíferos terrestres disminuyeron o perecieron, la especialista añadió: "La mayoría de los mamíferos marinos están acostumbrados a migrar grandes distancias de todas maneras (...) creo que es una de las cosas que funcionaron a favor [de las ballenas], que fueron capaces de rastrear su hábitat".

Eso se combinó con el hecho de que el retroceso del hielo les abrió la oportunidad de un nuevo hábitat. "Eso fue muy favorable para ellas", asegura la investigadora.

Según el modelo, el área de hábitat adecuado para las ballenas de Groenlandia se triplicó durante el período de transición y la especie registró un aumento significativo de población al mismo tiempo.

Lea el artículo completo en:

BBC Ciencia

21 de marzo de 2013

¿Qué diferencias hay entre un mamut y un mastodonte?


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Aunque los mamuts y los mastodontes, los grandes titanes de la Era del Hielo, fueron parientes muy cercanos, no forman parte de la misma especie. A pesar de sus grandes similitudes y el hecho de que, en algún momento, supieron caminar juntos sobre la faz de la Tierra, cada una contaba con diferentes características que los distinguían. Te invito a que conozcamos las interesantes diferencias que hay entre un mamut y un mastodonte.

Mamuts y mastodontes: los titanes de la Era del Hielo

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Ambas especies constituyen diferentes ejemplos de Proboscidios, mamíferos placentarios penungulados (casi ungulados), muy similares a los elefantes de nuestros días, la única familia de dicho orden que no está extinta en la actualidad. Las tres especies de Elephantidae que existen son los elefantes africanos (de la sabana y de bosque) y los elefantes asiáticos, uno de los animales más grandes del mundo. Pero nuestros protagonistas, los mamuts y los mastodontes, se han extinto hace ya unos 10.000 años, luego de haber vagado por la Tierra unos 1.8 millones de años antes de su desaparición.

Para aquel entonces, en plena Era del Hielo, estos seres colosales podían encontrarse en las gélidas tierras de diversas zonas de Europa, Asia y América del Norte, tiempos muy duros en los que, según los expertos, desde los más gigantescos mamuts a los más inmensos mastodontes, debían convivir y muchas veces enfrentarse en casi épicas batallas contra temibles osos gigantes o feroces tigres dientes de sable y, aunque los científicos no están absolutamente seguros de ello, quizás a las primeras armas peligrosas y herramientas de los primeros Hombres. Mediante al árduo trabajo científico en excavaciones, análisis y complejos pronósticos, varias diferencias entre las dos especies suelen mencionarse, de hecho, hasta se cree que esas diferencias tuvieron mucho que ver en la extinción de estos maravillosos titanes.

Diferencias entre el mamut y el mastodonte

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(Ilustración de la estructura ósea de un mamut)

Se cree que los mamuts, del género Mammuthus, surgió hace aproximadamente unos 5.1 millones de años atrás sobre el salvaje suelo del continente negro africano. Así lo afirma el doctor Ross MacPhee de la Universidad de Alberta, miembro y conservador del Museo Americano de Historia Natural de EEUU, quien además señala que desde África, los mamuts migraron a lo largo de Eurasia y desde allí a las tierras del norte de América. Durante millones de años de compleja evolución, la especie consolidó al mamut lanudo, el M. primigenius, el cual surgió cerca de unos 250.000 años atrás.

Con el fin de la última glaciación o Era del Hielo, hace unos 10.000 años atrás, el último ejemplar de la especie también desapareció. No obstante, cabe señalar que los científicos creen que una población mínima de estos animales lograron mantenerse con vida hasta incluso unos 3.700 años atrás, en una inhóspita isla de la costa nororiental de la congelada Siberia. Hoy, los miembros de la familia de los Elephantidae son los parientes más cercanos que se conocen. Por otro lado, los mastodontes surgieron mucho tiempo antes que los mamuts, más precisamente entre unos 27 y 20 millones de años atrás.

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(Ilustración de la estructura ósea de un mastodonte)

Ellos vivían en algunas América del Norte y en algunas zonas de América Central. Al igual que sus parientes cercanos los mamuts, comenzaron a desaparecer hace unos 12.000 años y unos 2000 después, prácticamente no quedaba ninguno con vida. Aunque hay científicos que creen que los primeros Hombres incidieron en la extinción de ambas especies, factores como el cambio climático y las variaciones en los hábitats fueron los más incisivos en su desaparición.

Aunque los fósiles de cada una muestran muchas similitudes, los mamuts eran ligeramente más grandes que los mastodontes, éstos últimos tenían piernas más cortas y más bajas y además, cabezas más aplanadas que los mamuts. Cada especie tenía entre unos 2 y 4 metros de largo, estaban cubiertas de un espeso pelaje largo y desgreñado, ideal para protegerlos contra las terribles condiciones climáticas. Una de las diferencias entre mamuts y mastodontes refiere a su alimentación. Aunque ambos eran herbívoros, los mamuts (que tenían una joroba especial de grasa en la espalda para guardar nutrientes adicionales) tenían molares simples que les permitía comer vegetación como hierbas y pasto, muy similar a los elefantes de hoy. Por otro lado, los mastodontes tenían molares más especializados que les hacía capaces de destruir ramas, troncos, hojas y demás.

Interesante, ¿verdad? ¿Qué otras diferencias entre estas especies conoces?

Tomado de:

Ojo Científico
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