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28 de febrero de 2007

Las cartas, un tesoro que se pierde
Internet cambia la forma en que se comunican los científicos y el trabajo de los futuros historiadores de la ciencia

ROBERT P. CREASE 28/02/2007

Hasta hace bastante poco, las cartas eran el modo más habitual -y con frecuencia el único- en que los científicos se comunicaban informalmente entre ellos. Por tanto, no es sorprendente que los historiadores de la ciencia hayan recurrido durante mucho tiempo a las cartas como inestimables fuentes de información.


Un impresionante ejemplo trata sobre la ahora famosa reunión mantenida en septiembre de 1941 entre Werner Heisenberg y Niels Bohr en la Dinamarca ocupada por los nazis, durante la cual los dos físicos, en una charla privada, pretendían complementar la visión del otro respecto a los avances hacia una bomba nuclear. Al principio, el relato más destacado de la misteriosa visita provino de una carta que Heisenberg envió en 1955 al escritor científico alemán Robert Jungk. Pero entre los papeles de Bohr había diversos borradores de cartas que escribió pero nunca envió a Heisenberg después de leer el relato de éste sobre el encuentro. En 2002, cuando la familia Bohr hizo públicos los borradores, las cartas sirvieron de correctivo para la versión de Heisenberg, y demostraron que era engañosa e interesada.

Ahora que el correo electrónico ha sustituido a la escritura de cartas como el principal medio de comunicación informal, hay que lamentarse por los historiadores científicos del futuro, que no podrán utilizar las cartas y los telegramas para determinar hechos y calibrar reacciones a acontecimientos. Además del episodio de Copenhague, otro ejemplo del papel de las cartas es la sorprendente conclusión de Stillman Drake, basada en la atenta lectura de la correspondencia de Galileo, de que el acontecimiento de la Torre Inclinada ocurrió de verdad. Y de todas las reacciones al descubrimiento de la violación de la paridad en 1957, la expresión más simple y directa de conmoción provino de Robert Oppenheimer. Tras recibir un telegrama de Chen Ning Yang con la noticia, Oppenheimer respondió: "Caído sentado".

Las cartas también resultan útiles a los historiadores porque a menudo puede descubrirse con más claridad la personalidad de los científicos en comunicaciones informales que en documentos oficiales. A Catherine Westfall, que ha escrito historias de los laboratorios nacionales Fermilab y Argonne de Estados Unidos, le gusta señalar que las cartas a menudo revelan estilos de liderazgo de formas sorprendentes. "[El ex director de Fermilab] Robert R. Wilson sabía que estaba haciendo historia y era irónicamente consciente de sí mismo", me dijo Westfall en una ocasión. "Leon Lederman [otro director de Fermilab] contaba chistes, [mientras que el ex director de Argonne] Hermann Grunder escribía cartas que en realidad eran listas inacabables de tareas".

Los historiadores también emplean las cartas para reconstruir procesos mentales. Por ejemplo, no podríamos esperar comprender el desarrollo de la mecánica cuántica sin estudiar los enérgicos intercambios de correspondencia entre gente como Bohr, Dirac, Heisenberg, Pauli y otros cuando desarrollaron la teoría en los años veinte. De hecho, el historiador David Cassidy no decidió escribir su biografía de Heisenberg hasta que acompañó a la viuda del físico a su ático y la vio sacar un baúl de cartas personales suyas, y añadió que no podría haber completado la biografía sin ellas. Cassidy dijo también que la forma de comprender la conducta de Heisenberg durante el Tercer Reich es estudiar sus misivas casi semanales a su madre.

Los historiadores del American Institute of Physics (AIP), que trabajan en un proyecto para documentar la historia de la física en la industria, han encontrado indicios sobre cómo Internet y los ordenadores están transformando la comunicación científica.

Por supuesto, el correo electrónico es más barato, fomenta un pensamiento más rápido e introduce una peculiar amalgama de lo personal y lo profesional. Los historiadores del AIP también han detectado un declive en el uso de cuadernos de laboratorio, y han descubierto que los datos a menudo se almacenan directamente en archivos de ordenador. Por último, han señalado la influencia de PowerPoint, que puede anquilosar el debate científico y restarle audacia; también suele reducir el nivel intelectual de la información cuando los científicos envían presentaciones en PowerPoint en lugar de informes formales.

Sin embargo, por lo general, estas nuevas técnicas de comunicación son buenas para los científicos, y fomentan una rápida comunicación y una desaparición de las jerarquías. Pero para los historiadores tienen sus pros y sus contras. No es sólo que el buscar en un disco duro o una base de datos sea menos romántico que estudiar minuciosamente una polvorienta caja de cartas viejas en un archivo. Y tampoco es que el tipo de información que contienen los correos electrónicos difiera del de las cartas. Es mucho más preocupante la cuestión de si el correo electrónico y otros datos electrónicos serán preservados.

Por supuesto, podemos perder una carta, y un ejemplo clásico es la pérdida de gran parte de la correspondencia de Planck por culpa de una bomba aliada en la Segunda Guerra Mundial. Pero los desafíos de la preservación electrónica son mucho más amplios e inmediatos. Como observa el historiador del AIP Spencer Weart: "Tenemos papel del año 2000 a.C, pero no podemos leer el primer correo electrónico que se envió. Tenemos los datos y la cinta magnética, pero el formato se ha perdido". A Weart le gusta citar el comentario del investigador de RAND Jeff Rothenberg: "Sólo es una broma hasta cierto punto el decir que la información digital dura para siempre, o cinco años, lo que llegue antes", que significa que la información sólo perdura si se traslada regularmente a otro formato.

Este problema ha inspirado varios programas para fomentar la conservación de la documentación electrónica. Uno de ellos es Persistent Archives Testbed Project, una colaboración entre diversas instituciones estadounidenses para desarrollar una herramienta que archive datos electrónicos (información en slac.stanford.edu/history/projects.shtml). El otro es el Dibner-Sloan History of Recent Science and Technology Project (authors.library.caltech.edu/5456), que no sólo pretende archivar digitalmente documentos importantes, sino también implicar a los científicos que han participado en situarlos en un contexto histórico.

La tecnología, desde los lápices a los ordenadores, no sólo ha transformado la naturaleza y el contenido de la comunicación, sino también las prácticas que dependen de ella. La comunicación electrónica no sólo está cambiando la ciencia, sino también su historia. Los historiadores del futuro deberán recurrir a datos distintos de los de sus precursores para relatar de otra manera la historia de la ciencia.

No hay vuelta atrás, como ilustra de nuevo el episodio de Bohr y Heisenberg. De haber existido la Red cuando Bohr escribió sus inestimables cartas a Heisenberg, es probable que no se hubiese conservado su correspondencia. Sin embargo, cuando la familia Bohr decidió ofrecer los borradores al público, ¿dónde colocó el material? En Internet.

Robert P. Crease (rcrease@notes.cc.sunysb.edu) es director del Departamento de Filosofía de la State University of New York en Stony Brook e historiador del Brookhaven National Laboratory. El artículo se publicó originalmente en el número de enero de 2007 de la revista Physics World.


Fuente:

Diario El Mundo
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