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22 de junio de 2022

Por qué muchos bebés comparten su comida incluso cuando tienen hambre

En un laboratorio de La Universidad de Washington, Estados Unidos, bebés de un año y medio miraban con ganas de comer los pequeños trozos de fruta que extraños dejaban caer frente a ellos. Aunque era la hora de la merienda, algunos pequeños devolvían las frutas a los desconocidos.

Para los investigadores de la universidad, esas pueden ser las señales iniciales de una característica positiva muy específica de los seres humanos: el altruismo, o sea, la voluntad de ayudar y ceder ante los demás.

En un estudio recientemente publicado, un equipo del Instituto del Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de esa universidad estadounidense analizó el comportamiento de casi 100 bebés de 19 meses frente a algo que a ellos les suele gustar: pedacitos de frutas apetitosas, como fresas, bananos, arándanos y uvas.

En una primera fase del estudio, uno de los investigadores (hasta entonces desconocido para los niños) mostraba a los pequeños pedacitos de fruta que fingía soltar sin querer. Después, extendía las manos, indicando que quería los trozos de vuelta, pero sin pedirlo verbalmente.

De los bebés que participaron de esa primera fase, 58% devolvieron las frutas al investigador en lugar de comérselas.

Luego, un segundo grupo de menores participó en el mismo experimento, esta vez con un cambio importante: con este grupo, el experimento se llevó a cabo a la hora de la merienda, cuando los bebés probablemente tenían más hambre.

El resultado de esa segunda fase fue que 37% de los bebés devolvieron las frutas. La mayoría, entonces, optó por comérselas.

A pesar de eso, hay un número considerable de bebés que ejercen un comportamiento altruista hacia un extraño, afirma Rodolfo Cortés Barragán, investigador de post doctorado y principal autor del estudio.

"Generalmente, en las discusiones sobre el altruismo, uno piensa: '¿Será que le cuesta a uno mismo beneficiar a alguien?' En ese caso, ellos (los niños) su hubieran beneficiado y deseaban la comida, aun así la cedieron. Lo que demuestra que actuaron de manera altruista", explica Barragán a BBC Brasil.

El señala que, a los 19 meses, "los bebés ya tienen mucha habilidad para caminar, agacharse y recoger cosas del piso, y entienden las intenciones de su interlocutor".

"Estudiar el altruismo a esa edad nos puede ayudar a explicar las raíces (de ese comportamiento), para poder entender por qué los humanos practicamos el altruismo y cuándo comienza, y de esa manera poder promoverlo e incentivarlo a medida que los niños crecen y se convierten en adultos".

Lea el artículo completo en: BBC Mundo

14 de febrero de 2020

Dopamina, el neurotransmisor que nos puede convertir en adictos al juego

Tomar riesgos es parte de la naturaleza humana. 

Ya sea jugando con una máquina tragamonedas o montando una patineta: todos los días hacemos algo que nos ofrece tanto un potencial de riesgo como recompensa.

Lo que nos motiva a asumir estos riesgos es la liberación de dopamina.


Esta sustancia química activa las mismas vías de recompensa placentera en nuestro cerebro que si disfrutáramos de nuestra comida favorita o tuviéramos relaciones sexuales.

Asumir riesgos puede ayudar a avanzar en la raza humana cuando fomenta el espíritu emprendedor, la innovación y una mayor creatividad.
 
Pero cuando el deseo de correr mayores riesgos acaba por causar daño, pueden surgir problemas.

Esto incluye la adicción al juego, que se estima que afecta hasta al 1% de la población, según el Real Colegio de Psiquiatras de Reino Unido.

Los últimos intentos por hacerle frente incluyen planes para prohibir las apuestas en internet con tarjetas de crédito y hacer que el tratamiento esté disponible más fácilmente.

¿Quiénes tienen problemas con el juego?

El juego extremo es reconocido como un trastorno por la Organización Mundial de la Salud.

La mayoría de personas pueden disfrutar haciendo una apuesta de vez en cuando, incluso si pierden algo de dinero.

Pero para algunos jugadores esto se convierte en un problema cuando las apuestas alteran o comprometen sus vidas y las de sus familias.

¿Por qué algunas personas tienen este problema?
 
El juego, junto con el uso de sustancias como las drogas y el alcohol e incluso otras actividades como ir de compras, puede convertirse en una adicción cuando su uso se vuelve compulsivo y se escapa de nuestro control.

Estas adicciones provienen de dos vías de recompensa separadas en el cerebro que afectan nuestro comportamiento: la de "gustar" y la de "necesitar o buscar algo". 

La primera describe el placer espontáneo de comer una galleta de chocolate. La segunda es nuestro deseo de comer una cuando vemos un paquete de galletas de chocolate en el supermercado.

Necesitar o buscar algo nos motiva, nos hace desear cosas y hacerlas repetidamente.

En pocas palabras, la adicción puede verse simplemente como un nuevo cableado de estos sistemas de recompensa en el cerebro.

Cuando las personas se vuelven adictas al juego o a las drogas, estos sistemas de "gustar" y "necesitar o buscar algo" ya no están entrelazados.

El de "necesitar" permanece constante, pero la sensación de que nos gusta lo que conseguimos se va reduciendo.

Así, la persona adicta necesita involucrarse más en la actividad o en la toma de sustancias para obtener el mismo placer que sentía antes. 

Lea el artículo completo en: BBC Mundo


3 de enero de 2020

Los diez tipos de personas más odiosas en el trabajo


A estas personas se les conoce como tóxicas, pues su comportamiento sólo busca la dispersión del grupo y aunque en alguna oportunidad nos habremos cruzado con ellas, lo mejor es mantener cierta distancia para no cargarnos de su negatividad.
 
El psicólogo Gustavo Giorgi escribió un artículo en Entrepreneur en el que identificó diez tipos de personas más odiosas en el trabajo y aconseja no actuar como uno de ellos.

1. El que usa el trabajo para hacer terapia

Este tipo de personas llevan sus problemas al trabajo y cuando llegan usan a sus compañeros como sus terapeutas para que escuchen sus decepciones amorosas, traición de algún amigo o problemas familiares. Si uno le aconseja ir con un especialista, responderá que no necesita ni cree en los psicólogos.

2. El que se aprovecha de la creatividad e ideas de otros

Es el que tras escucharlo decir algo novedoso y que puede dar muy buenos resultados, hace pasar esas ideas como suyas para que su jefe lo felicite y obtenga reconocimiento. Lo peor es que cuando le reclama por su actitud, le dirá que jamás supo que también usted tenía pensado lo mismo.

3. El laberíntico

Es el colaborador que se “toma a pecho” todo lo que le diga, así sea de forma general, pues siempre piensa que cualquier comentario negativo va dirigido a él y buscará, e incluso obligará, a que le dé explicaciones.

4. El que disfraza sus inquietudes en un malestar generalizado

Este colaborador busca que sus inquietudes o algo que no haya conseguido sean vistos como un malestar generalizado, tomando la palabra en nombre del grupo. Por ejemplo, comenta el especialista, cuando este individuo dice que en la empresa no hay oportunidades para crecer, luego de no haber conseguido un ascenso.

5. El quejumbroso

Es aquel que siempre para quejándose de todo y que jamás se hace responsable de sus actos porque para él el resto es el culpable de lo mal que van las cosas. Debido a que constantemente se queja, lo hace como un hábito, generando un mal clima laboral.

Lea el artículo completo en: Gestión (Perú)
 

19 de diciembre de 2019

Enrique Rojas: ¿Las claves para tener un amor sólido para toda la vida?


¿Por qué a día de hoy se rompen 6 de cada 10 matrimonios? ¿Cuáles son las claves para tener un amor sólido para toda la vida? ¿A qué se debe la inmadurez afectiva de la sociedad actual? ¿Qué papel desempeñan el sufrimiento y el fracaso en el proceso de maduración de una persona? De todo ello nos habla el psiquiatra español Enrique Rojas en Entrevista, de RT. 

Rojas, que durante la entrevista cita con frecuencia y acierto a varios autores clásicos, admite abiertamente que no cree en el amor eterno. Si cree, en cambio, "en el amor que se trabaja día a día a través de las cosas pequeñas". En este sentido, ofrece tres sugerencias para una pareja afectada por una crisis: aprender a perdonar, evitar discusiones innecesarias, y no reprochar el pasado.

11 de junio de 2019

Los chimpancés tienen cultura y está en peligro

Un macroestudio identifica 31 tradiciones que se transmiten en las sociedades de estos simios y que podrían perderse para siempre por el impacto de los humanos.


Era otoño de 1960 cuando aquella joven sin estudios observó lo impensable: un chimpancé, David Greybeard, había doblado una rama y le había quitado sus hojas para pescar termitas con ella. Cuando el hallazgo de Jane Goodall se hizo público, los titulares de los periódicos no tuvieron dudas: obligaba a replantearse lo que significa ser humano. Hacer herramientas ya no era la característica que definía al sapiens frente al resto del reino animal. Los chimpancés, tan inteligentes y adaptables, habían desarrollado esta habilidad y se la transmitían entre ellos. Conocerles mejor a ellos nos ayudaba a conocernos a nosotros mismos.

Medio siglo después, en 2011, el chimpancé Nick cogió un puñado de musgo, lo sumergió en un pozo natural y, a modo de esponja, escurrió el agua en su boca para beber. Solo tres años después más de la mitad de los miembros de la comunidad de Nick, el macho alfa, bebía agua de esta forma. También había testigos: la primatóloga Catherine Hobaiter y su equipo, que habían asistido al nacimiento de una nueva tradición cultural en Uganda, la última de estas conductas que se han conocido desde los primeros hallazgos de Goodall. Beber empapando musgo y no usando hojas a modo de cuchara es una de las técnicas, conductas o ritos que conocemos de los chimpancés. El mayor estudio que se ha realizado nunca para conocer el mundo cultural de los chimpancés, recién publicado, ha registrado en total 31 de estas manifestaciones culturales que aprenden y se transmiten entre ellos, sin que se trate de un comportamiento inscrito en sus genes.

Pero todas esas tradiciones culturales están en peligro. Podrían desaparecer, con toda su riqueza y sus importantes claves para el conocimiento de los grandes simios, pero también de la evolución humana. Esa es la principal conclusión de este ambicioso estudio, que ha llevado a los científicos a estudiar 144 comunidades de chimpancés salvajes en 15 países africanos durante nueve años. Allí donde la presión humana es mayor, se derrumba la probabilidad de que los chimpancés desarrollen y conserven una tradición cultural propia, según publican en la revista Science.

Lea el artículo completo en: El País (Ciencia)


Los perros perdieron el sentido de la solidaridad al domesticarse

Los lobos son mucho más generosos con sus compañeros de manada, según un estudio.


Hace unos 15.000 años algunos lobos dejaron de serlo. Se convirtieron en animales dóciles y leales a su nueva compañía, la humanidad. Durante ese proceso de domesticación, lobos asiáticos y europeos comenzaron a acompañar a las personas en sus asentamientos gracias a su capacidad para adaptar su dieta a las basuras que desechaban. Además, tenían una gran comprensión de los comportamientos sociales humanos y a estos les venían de perlas durante sus cacerías. Poco a poco, se fue asentando esa amistad hasta que los lobos se transformaron en perros domésticos. Y al jurar fidelidad a sus nuevos compañeros, perdieron el sentido de la solidaridad con su propia especie.

"Nuestros hallazgos ciertamente sugieren que los perros perdieron cierta prosocialidad entre ellos, en comparación con los lobos", explica Rachel Dale, investigadora especializada en el comportamiento animal. Su equipo acaba de publicar los resultados de su trabajo con estos dos grupos de animales y su sentido de la solidaridad. El estudio, publicado en PLOS One, muestra que los lobos mantienen con salud de hierro esta camaradería, mientras que los perros parecen haber perdido la propensión a ayudar al compañero. "Esto sugiere que durante la domesticación, los perros perdieron cierta confianza mutua y, por lo tanto, ya no necesitan tener tanta consideración por las necesidades de los perros como los lobos", concluye Dale, de la Universidad de Medicina Veterinaria de Viena.

Lea el artículo completo en: El País (España)

Los pájaros son mucho más listos de lo que pensamos

La formidable capacidad de adaptación es una muestra de la inteligencia de los animales, tengan pico, pies, trompa o tentáculos.


Es innegable: las aves no tienen pulgar oponible porque no tienen manos. Pero resulta que son, con los primates, el grupo de vertebrados con el mayor número de especies que se sirven de objetos. Los descubrimientos de los últimos 20 años demuestran que las aves son también una de las más creativas. Los córvidos (arrendajos azules, grajillas, urracas, cornejas, cuervos y grajos) son actualmente reconocidos por su gran creatividad, y los Psittacidae (loros, cotorras, etcétera), por su capacidad de realizar actividades excepcionales. El alimoche (Neophron percnopterus) lanza piedras a huevos para romperlos, y las garzas atraen a los peces con cebo...

Se ha visto a una grulla canadiense (Grus canadensis) utilizar un pañuelo... ¡para secarse! El carpintero del desierto (Melanerpes uropygialis) se sirve del pico como recipiente para transportar y sorber miel, y el águila negra africana (Aquila verreauxii) es perfectamente capaz de lanzar objetos para atacar a otro individuo. Un ejemplo clásico es el del macho del pergolero grande (Chlamydera nuchalis) y su decoración de interiores. Este pequeño pájaro australiano cubre el suelo de su nido con un tapiz hecho de racimos de olores y hojas de variados colores, que completa con conchas, semillas, pequeños guijarros y objetos del mismo tono, con el propósito de atraer a su pareja. Es capaz incluso de construir una especie de tálamo nupcial, a lo que dedica semanas de trabajo. Empieza por erigir un pasadizo, que puede llegar a medir más de medio metro de largo, con ramitas entrelazadas, que a veces aprovecha también para formar un arco en la entrada. Este túnel conduce a una especie de patio que el macho decora con piedras, conchas y huesos y que está situado de tal manera que la hembra solo puede descubrirlo al alcanzar un determinado recodo del trayecto. ¿Con qué intención? ¿Para sorprender a su pareja, tal vez, y forzar su admiración? Más notable aún es el hecho de que el pequeño pájaro construye con piedras un sendero inclinado, colocando las más grandes al fondo del patio y las más pequeñas en la entrada, de modo que, en un espacio que parece más pequeño de lo que realmente es, se destaque la figura del pájaro y, quizá por ello, parezca más seductor.

Según algunos expertos, esta actividad tiene más que ver con la fabricación de un nido que con la utilización de herramientas, pero también puede considerarse que guarda relación con la manipulación de objetos. (...)

Por lo general, los cuervos y las cornejas son los campeones de la utilización y la fabricación de herramientas con algún grado de complejidad. Un ejemplo, a modo de abreboca. Estamos en Japón. Un cuervo grande (Corvus corax) sobrevuela una calle. Lleva una nuez en el pico. Se posa en un cable del tendido, cerca de un semáforo y encima de un paso peatonal. Cuando el tráfico es más denso deja caer la nuez sobre la calzada, y los autos que van y vienen acaban rompiendo la nuez. Este pájaro se vale nada menos que de la circulación automotora como de una herramienta... Pero es capaz de sorprendernos aún más. En efecto, el cuervo aguarda pacientemente que la luz del hombrecillo verde en el semáforo se encienda y la de los coches pase a rojo, y solo entonces vuela hasta el paso peatonal y recoge la nuez, ahora libre de su cárcel. Este tipo de anécdotas con cuervos es frecuente en Francia, Estados Unidos y, como hemos visto, Japón. Fetnat, la pequeña hembra capuchina, usaba mi pie para cascar nueces; por lo visto, los cuervos son más listos.

El artículo completo en: El País (España)

10 de junio de 2019

Las abejas saben contar desde cero

Las abejas saben contar desde cero.


Muchos animales saben contar. Mejor dicho, muchos animales saben ordenar mentalmente cantidades diferentes, por ejemplo de comida o de otros animales con los que compiten. Su supervivencia depende de ello. Los chimpancés, en algunos casos, hacen estos cálculos más rápido que las personas. Pero son pocos los animales que empiezan a contar desde cero, o sea, los que entienden que nada tiene un valor numérico por debajo de la unidad. Al menos eso piensan los científicos, que hasta ahora solo habían identificado esta habilidad en delfines, loros, simios y en humanos mayores de cuatro años. Un estudio publicado hoy en Science demuestra que las abejas se suman a este selecto grupo.

Para poner a prueba a los insectos, varios investigadores de Australia y Francia entrenaron a dos grupos de abejas. Sobre una pantalla rotatoria, los científicos colocaron parejas de cartas blancas estampadas con dos, tres, cuatro o cinco figuras geométricas negras —como naipes—. En un grupo, las abejas recibieron una recompensa dulce al posarse sobre las cartas con el mayor número de figuras. En el otro, la recompensa estaba asociada al valor menor. Cuando los animales aprendieron las reglas del juego, los científicos introdujeron dos elementos nuevos: el naipe en blanco (cero) y el naipe de una sola figura geométrica (uno). Las abejas entrenadas para buscar los valores más pequeños fueron capaces de extrapolar la regla y volar hacia el naipe vacío en lugar del naipe con la figura. “Demuestran comprensión de que el conjunto vacío es más pequeño que el uno, lo cual es difícil para otros animales”, escriben los autores en Science, aludiendo a estudios previos con loros y chimpancés. En una ampliación del experimento, los insectos también escogieron el cero en lugar de los naipes con los que ya habían entrenado u otros con figuras geométricas nuevas.


31 de mayo de 2019

Por qué los consejos para ser feliz no siempre funcionan

La psicoterapeuta María Ibáñez Goicoechea y el psicólogo Jesús Jiménez Cascallana exponen por qué proponerse cambiar no es suficiente para conseguirlo.


Muchos de los consejos psicológicos actuales más divulgados son ineficaces, incluidos los de los considerados expertos en psicología. Un ejemplo son las claves para la felicidad que difunde la Universidad de Harvard con el profesor Tal Ben Sahar y su cátedra de la felicidad. Algunos tan llamativos como "llevar un calzado cómodo". No hay duda de que la elección del calzado es importante, pero que de la felicidad es una idea que raya en lo absurdo. El resto de sus consejos tampoco se salvan, pues dan por cierto que uno puede tener ciertas cualidades por el hecho de decidir tenerlas. "Ser agradecido" o "tener empatía con los demás" son algunos ejemplos de las recetas ineficaces de Ben-Shahar y otros expertos.

Su problema es que dan por sentado que uno puede adquirir ciertas cualidades por el mero hecho de decidir que así será, pero si ser feliz fuera tan simple, con decidir serlo estaría todo resuelto. Y no es así. Por eso muchas personas están hartas de frases motivadoras y de consejos fáciles para alcanzar la felicidad, que tan comunes son actualmente, en realidad son ineficaces.

Estos consejos proponen cosas como "ser fuerte", o convencerse de que uno puede con lo que se proponga, aunque no entienda los motivos que le hacen sentir débil o que le impiden avanzar. Es como si se anima a una persona con un esguince en el tobillo a caminar con firmeza: se trata de un remedio obviamente contraproducente, pues está claro que primero tiene que sanar la lesión, y que solo entonces caminará sin dificultad. Algo similar sucede al decirle a una persona tímida que tiene que ser más empático, o a una persona deprimida que tiene que estar más activa, o a unos padres con una hija que se autolesiona que se alejen de las personas tóxicas… es completamente ineficaz, contraproducente y produce frustración.

Uno no puede cambiar su realidad psicológica por el mero empeño o la fuerza de voluntad, ni va a resolver sus problemas solo con cambiar su comportamiento. Hay que entender las causas, las verdaderas causas del malestar. Decidir que te vas a mostrar al mundo como una persona segura y capaz de todo no hará que lo seas, ni que consigas todo lo que te propongas. El camino es otro.

Lea el artículo completo en: El País (España)

¿Problemas con tu jefe? Quizá tu madre te dejó llorar demasiado

La forma de relacionarnos en el trabajo puede obedecer a tres tipos del vínculo parental que establecemos en las primeras etapas de la vida, si lo transferimos a superiores y compañeros.


Todo empieza con un lloro insistente, ese que los padres de un bebé encuentran alarmante, irritante y odioso antes de resignarse a la llamada del instinto de supervivencia del retoño, y del suyo de protección. Durante ese proceso, habrán tenido que aclarar una duda importante: ¿dejo llorar al niño hasta que caiga rendido y se duerma, o corro raudo a acunarle hasta que coja el tren del sueño? Según algunos psicólogos, la manera en la que resuelven la situación (tanto los padres como los retoños) marca a los pequeños hasta el punto de que la experiencia puede influir en que sean futuros líderes en el trabajo o los gruñones de la oficina.

Estos psicólogos encuentran la explicación en la teoría del apego, que estudia el vínculo que las personas establecen con sus madres y sus padres en los primeros compases de la vida. Algunos progenitores apuestan por dejar llorar a los niños hasta que aprenden que ni papá ni mamá van a acudir, y otros aparecen por la puerta de la habitación del bebé ante el menor quejido. Con esta decisión, cada progenitor crea en el niño una serie de patrones emocionales y conductuales que influirán en su carácter, así como en su manera de relacionarse con las personas de su entorno a lo largo de la vida, incluidos su jefe y sus compañeros. Puede explicar los problemas en el trabajo.

Lea el rtículo completo en: El País (Ciencia) 

23 de mayo de 2019

'Bullying' en la familia: qué pasa cuando tu acosador es tu hermano

Este tipo de abuso permanece oculto, pese a que se ha calculado que es hasta tres veces más común que el escolar.


Se trata de un tipo de maltrato del que apenas existen datos con los que calcular su prevalencia: el bullying entre hermanos, una violencia que se produce en el núcleo familiar y que no es fácil identificar. Ahí, precisamente, radica el desafío: ser capaces de distinguir entre una rivalidad normal entre hermanos y una interacción fraternal abusiva.

No hay muchos estudios al respecto, pero el profesor de psicología Mark Kiselica, de la Universidad de Cabrini, en Pensilvania, ha hecho uno cuyas conclusiones son llamativas: se trata de la forma de abuso más común de la sociedad occidental, más común que el abuso doméstico o el abuso infantil. En su trabajo, el psicólogo encontró que entre un tercio y la mitad de los niños menores de 18 años están involucrados de alguna manera en el acoso entre hermanos y que es hasta tres veces más frecuente que el acoso escolar.

"Qué exagerado", pensarán algunos. "Llevarse como el perro y el gato es algo normal entre hermanos". Y es cierto, hasta cierto punto. Aunque no sea lo ideal, tirarse algún que otro tirón de pelo y darse patadas y pellizcos debajo de la mesa está dentro de lo predecible. Ya sea porque las personalidades son muy distintas y chocan, por competitividad, por llamar la atención de los padres, por celos; quererse y odiarse con la misma intensidad son cosas de hermanos, sentimientos que emergen en todas las familias. A veces, incluso, que tu hermano no deje de meterse contigo tiene sus ventajas, ya que la superioridad que ejerce el mayor casi siempre enseña al pequeño a manejarse en los conflictos reales que luego surgen fuera de casa. ¿Pero que ocurre cuando este comportamiento se convierte un ataque permanente y despiadado?

Lea el artículo completo en: El País (España) 

9 de mayo de 2019

Los 4 tipos de personalidad en los que todos encajamos y que marcan el guion de 'Juego de Tronos'

Las características básicas de otros tantos protagonistas definen las distintas maneras de ser de las personas.


La egocéntrica Cersei Lannister, capaz de pasar por encima de todos con tal de lograr sus propósitos. El reservado y diligente Jon Nieve. La dulce, pero firme Khaleesi y su innata capacidad de liderazgo. Y Tyrion Lannister, extrovertido, guasón, especialmente dotado para el arte del engaño y para ingeniárselas con tal de salvar el pellejo. Son cuatro personajes de ficción, pero encarnan los cuatro tipos universales de personalidad que podemos tener las personas reales. ¿Caprichos de la psicología?

Es lo que enuncia un macroestudio de la Universidad de Northwestern, en Estados Unidos, dirigido por el profesor Luis Amaral y publicado el pasado mes de septiembre en la revista Nature Human Behaviour, analiza los niveles de neurosis, extroversión, sinceridad, afabilidad y escrupulosidad de una muestra de millón y medio de cuestionarios. La conclusión, hay cuatro tipologías de personalidad: el egocéntrico, el reservado, el líder y el promedio, las de los cuatro protagonistas principales de la serie Juego de Tronos. Así lo ve Xavier Savin, psicólogo general sanitario, experto en psicología del trabajo y miembro de Top Doctors. "Los personajes de ficción tienden a la caricatura, lo que viene muy bien para utilizarlos como ejemplo de tipologías puras. Estos cuatro personajes se ajustan mucho a esa descripción", dice.

Aún así, y al igual que en la vida real, casi nadie encaja milimétricamente en un único patrón de personalidad. Siempre picotea de los rasgos de otras. Incluso, suele registrarse una evolución motivada por la edad o las propias circunstancias de la vida. "Los protagonistas de Juego de Tronos nos permiten también comprobar este supuesto. Khaleesi, pese a encajar con el perfil de líder en casi todo, no parece ser una persona especialmente extrovertida. En cambio, Jon Nieve, aunque reservado, posee muchas habilidades sociales y se muestra relajado en situaciones socialmente exigentes", profundiza el psicólogo.

Lea el artículo completo en: El País (España)

26 de marzo de 2019

¿Es posible detectar la psicopatía en la infancia?

Es fundamentalmente un trastorno en el desarrollo y no surge de la nada en la edad adulta.


Ya un bebé - aunque sea casi imposible detectarlo - puede presentar rasgos psicopáticos. Resulta difícil de creer pero es cierto, porque, de hecho, la psicopatía es fundamentalmente un trastorno en el desarrollo, y no surge de la nada en la edad adulta. Todos los adultos psicópatas han mostrado unos rasgos característicos durante su infancia o la adolescencia, y pueden detectarse desde edades muy tempranas. Pero, ¿cuáles son esos rasgos y cómo se podrían detectar en niños tan pequeños?

Tal y como sugirió el filósofo John Locke "Todos nacemos como pizarras en blanco", por lo que, evidentemente, la educación por parte de los padres, el entono y el nivel socio-económico son importantes a la hora de conformar el carácter de un niño. El libro Good For Nothing: From Altruists to Psychopaths and Everyone in Between de la psicóloga, Abigail Marsh sobre la psicopatía, recopila muchas historias de muchos padres con algún hijo que presenta unos rasgos de violencia extremos y, precisamente, no se trata de una mala crianza, una desestructuración familiar o familias disfuncionales, sino que suelen ser padres cariñosos y muy volcados en la educación y crianza de sus hijos.

Entonces, ¿qué pasa? ¿La psicopatía se nace con ella o se hace? Existen numerosas teorías en torno a este trastorno. La última investigación relacionada con el tema y publicada en el (NCBI) National Institutes of Health asegura que los primeros signos de psicopatía se descubren en niños de tan solo 2 años, entre ellos, la falta de empatía, Los sentimientos de culpa y emociones superficiales o la frialdad son solo algunos de ellos. Sin embargo, para Celso Arango, vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP) y jefe del servicio psiquiátrico del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, los principales factores de riesgo son la personalidad y el temperamento, y con este último rasgo la persona nace, así que la genética es primordial.

“La personalidad se va formando a lo largo del tiempo, y el temperamento viene dado por las condiciones genéticas, y este último no se puede modificar”, asevera Arango.

El renombrado filósofo y psicólogo, William James, ya aseguraba que nuestra personalidad no se forma del todo hasta que cumplimos los 30 años, pero nuestro temperamento es el que es, y eso sí que no se puede cambiar. Esto es lo que también se cuenta en el libro de Marsh, donde se explica que los niños, al igual que los adultos son capaces de tener una violencia extrema durante un periodo de tiempo prolongado, a diferencia de los adultos, cuya crueldad no suele extenderse tanto.

“Estos niños son incapaces de sufrir, son fríos, calculadores y actúan de forma premeditada, a diferencia incluso del narcisismo, que viene muy condicionado desde la adolescencia. Afortunadamente, este tipo de psicopatía la sufren una minoría de niños”, continúa Arango.

El artículo completo en: El País (España)


El riesgo de pensar deprisa. Piensa despacio y acertarás

Entrenar la habilidad del pensamiento de caminante para encontrar buenas soluciones.

Hay personas que destacan por su capacidad de responder rápido y de modo ingenioso. Se observa en las reuniones de empresa, en los grupos de amigos o en el colegio. Cuando el profesor hace una pregunta, suele haber alguien que, en apenas un parpadeo, dice la respuesta correcta. Es una habilidad socialmente admirada y que ahora, en la era de las redes sociales, tiene cada vez más relevancia. Cualquiera puede hacer un comentario a golpe de clic. Sin embargo, ¿resulta esta habilidad tan positiva en el aprendizaje o para encontrar soluciones?

Barbara Oakley, profesora de la Universidad de California, San Diego, sugiere que tenemos dos formas de pensar: el pensamiento de coche de carreras o el del caminante. Los dos pueden llegar a la meta, pero a muy diferente velocidad y con una experiencia bien distinta. Mientras que el pensamiento de coche de carreras no se fija en lo que se encuentra por el camino, el del caminante se entretiene en los detalles. Esto último le permite profundizar mucho más y encontrar pistas a la resolución de problemas que de otro modo pasarían inadvertidos. Así parece que era el padre de la neurociencia moderna, Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906. En palabras del propio científico aragonés, él no era un genio. No fue un comentario humilde, sino que realmente así lo creía. Cajal se rodeaba de genios, con los que compartía los mismos problemas. La diferencia de él con respecto al resto estaba en la velocidad y en la manera de abordar las dificultades. Mientras que los genios tenían mentalidad de coches de carreras y tomaban conclusiones apresuradas, sin cuestionarse; Cajal, con su pensamiento de caminante, reparaba en los detalles y revisaba persistentemente sus conclusiones para ver si estaba equivocado.

Igualmente sucedió con Michael Faraday, el padre de la electricidad. De clase muy humilde, no tuvo acceso de joven a estudios superiores y a través de su persistencia y pasión, descubrió los principios de la electricidad moderna. Faraday también tenía mentalidad de caminante y no daba por sentado ningún hallazgo en su terreno. De hecho, repetía las investigaciones que habían realizado otros científicos para aprender y para analizar los detalles. Solo así descubrió la relación entre la fuerza magnética y la electricidad. Y esta es una de las diferencias entre la mentalidad de coche de carreras y la de caminante. Cuando la premura aprieta, ni hay espacio para cuestionarse ni para entrenar la flexibilidad. Por ello, la mentalidad de coche de carreras suele ser más rígida, con menos capacidad de adaptación a lo que encuentra por el camino, como sucede más allá de la ciencia.

En los procesos de negociación de rehenes es importante que quien esté al mando tenga mentalidad de caminante, en opinión de los expertos Voss y Raz. Cuando las personas con mentalidad de coche de carreras negocian, suelen tener más nociones preconcebidas y obvian la información crítica que se revela durante el proceso, lo que puede tener consecuencias fatales. Y llevado al nuestro día a día, he conocido personas con habilidades de lectura rápida, que devoraban libros pero que luego, no eran capaces de deducir temas o de reconectar ideas nuevas. Sencillamente, se quedaban en el placer de concluir el libro sin haber reparado en su contenido.

En definitiva, en un mundo donde la información va tan deprisa, nos valdría la pena entrenar la habilidad del pensamiento de caminante si queremos encontrar buenas soluciones. El aprendizaje no siempre entiende de prisas. La reflexión requiere tiempo, que no es el que se estila en las redes sociales y en el mundo de la empresa. Y curiosamente, cuando reflexionamos, nos cuestionamos y tenemos la capacidad de ser flexibles hasta con nuestras creencias de partida, podemos encontrar soluciones que a priori ni se nos ocurrían. Por ello, “caminemos” este año que comienza.

Tomado de: El País (España)

20 de marzo de 2019

Psicología: No te compares con nadie

Para progresar en la vida no hay que compararse con nadie: es más productivo y gratificante volver la vista hacia nuestro interior y ponernos metas a corto plazo.


Desde la escuela nos enseñan a competir contra otras personas, y no solo en los deportes. Los alumnos más brillantes despiertan la admiración y al mismo tiempo la rabia de los que no obtienen tan buenas calificaciones. Cuando entramos en la adolescencia, los éxitos ajenos en el amor y el sexo pueden convertirse en el espejo de nuestro propio fracaso. Un chico o chica de la cuadrilla hace una conquista tras otra, mientras que quien no “se come un rosco” se pregunta: ¿por qué él/ella sí y yo no? Lo mismo sucede, una vez terminados los estudios, en la carrera profesional y el estatus económico que nos procura. Tendemos a mirar al que ha llegado más lejos que nosotros, y eso nos hace sentir disminuidos, como si todo lo que hemos logrado perdiera su valor.

Quien se compara ya está perdiendo porque sitúa el foco de atención en campo ajeno en lugar de trabajar en su propio progreso. En ese sentido, los grandes genios de la humanidad se sumergieron en una carrera de un solo corredor, pues su fijación era superar su propia marca en un proceso de automejora constante. Como dijo Lao-Tse hace dos milenios y medio, “aquél que obtiene una victoria sobre otro hombre es fuerte, pero quien obtiene una victoria sobre sí mismo es poderoso”.

Encontramos esta misma idea en un libro que está arrasando en las listas de ventas de Estados Unidos: 12 reglas para vivir: Un antídoto al caos. Su autor, Jordan B. Peterson, profesor de Psicología de la Universidad de Toronto, propone en su cuarta regla: compárate con quien eras tú ayer, no con quien es hoy otra persona.

Equipararnos a cualquier otra persona es un seguro de frustración, ya que raramente nos comparamos con los de abajo. Fijamos la mirada en quien ha conseguido más, y eso, en lugar de estimularnos, a menudo nos produce envidia o incluso parálisis vital. ¿Para qué esforzarse si habrá siempre otros que reciban más premio? Contra esa trampa, Peterson propone centrar la competición en uno mismo: “Ya no tienes envidia de nadie porque no piensas que los otros estén verdaderamente mejor que tú. Dejas de sentirte frustrado porque has aprendido a apuntar bajo y a ser paciente. Estás descubriendo quién eres, lo que quieres y lo que estás dispuesto a ser”.

La primera parte de esa reflexión apunta a la ilusión común de que conocemos el nivel de felicidad de los demás. Acostumbrados a las redes sociales, donde solo se muestran los logros, podemos llegar a pensar que la vida del otro es mejor y más dichosa que la nuestra, pero ¿qué sabemos en realidad de la felicidad de nadie? Tal vez el vecino que tiene un Porsche en su garaje está pendiente de un embargo porque no ha pagado sus impuestos, y quien se pasea con una pareja deslumbrante vive un infierno de puertas adentro porque se matan a discutir.

Con lo de “apuntar bajo”, Peterson no se refiere a ser poco ambiciosos, sino a ponernos metas a corto plazo, una tras otra, para motivarnos y medir avances. En esta competición de un solo corredor, si hoy eres un poco mejor que ayer, ya has ganado la carrera. En esta cuarta regla para vivir, el autor concluye: “Estás descubriendo que las soluciones a tus problemas particulares han de estar hechas a tu medida, personalmente y de forma precisa. Ya no te preocupan tanto las acciones de la otra gente porque bastante tienes para hacer tú mismo”.

Retomando el hilo del principio, fijarnos en lo que hacen los demás procura beneficios inconscientes para quien le da miedo o pereza arriesgar. Mientras estás pendiente de lo que hace el otro, no te exiges a ti mismo. Como en el poema Esperando a los bárbaros, de Kavafis, situar fuera nuestro punto de atención es la excusa perfecta para cruzarnos de brazos. Y eso no solo sucede cuando nos sentimos menos que alguien. También al criticar al otro estamos eludiendo nuestras responsabilidades. Justamente la regla seis del mismo libro de Peterson es: ten tu casa en perfecto orden antes de criticar el mundo.

Si en lugar de compararnos o de tratar de arreglar otras vidas nos centramos en lo que somos y podemos devenir, será difícil no conseguir éxitos. Tomando conciencia del lugar en el que estamos, de los errores que cometimos ayer y de la dirección que queremos dar a nuestra vida, cualquier paso adelante será un progreso. Y eso no solo mejorará nuestra existencia. Al estar más satisfechos, seremos también una compañía más agradable para los demás. 

Fuente: El País (España)

1 de marzo de 2019

Procrastinar puede ser bueno

Por Eparquio Delgado

Dejar para mañana lo que podemos hacer hoy es tan común como ocasionalmente peligroso. Sin embargo, también puede ser el indicador de alerta al someternos a un ritmo demasiado exigente.


QUE LEVANTE la mano quien no aplaza de vez en cuando tareas desagradables, difíciles o aburridas mientras dedica el tiempo a otras menos “importantes”. Procrastinar, un verbo que se ha puesto de moda en los últimos años y que se refiere a “dejar para mañana lo que se podría hacer hoy”, es básicamente el nombre que damos a un tipo de conducta de elección. Hablamos de procrastinación cuando alguien opta por hacer aquello que resulta más gratificante o menos aversivo y retrasa otras tareas más fastidiosas.

Aunque algunos autores pretenden diferenciar la procrastinación de la pereza —procurando probablemente no poner a la defensiva a sus lectores—, lo cierto es que hablamos de lo mismo: una negligencia o descuido en las cosas que estamos obligados a hacer. El procrastinador o perezoso no cumple sus tareas, ve mermada su productividad y en última instancia deja de ser un “ciudadano útil” y un “ser humano efectivo”, como nos explica John Perry, profesor de filosofía en Stanford y creador de uno de tantos métodos contra este mal. Para escapar del pecado capital de la pereza, los católicos suelen acudir a la iglesia y ponerse en manos de Dios por mediación del sacerdote. Para escapar de la procrastinación, un pecado mortal en la era de la eficiencia, tenemos que ponernos en manos de supuestos expertos.

Los estudios sobre la procrastinación se caracterizan por abordar el fenómeno en relación con características personales del individuo y buscan establecer qué tienen en común las personas que aplazan sus ­tareas “importantes”. Desde esta perspectiva, se concibe la procrastinación como un rasgo estable e interno del individuo, que se relaciona con especificidades de su personalidad, determinado funcionamiento cerebral y la acción de ciertos genes. Gracias a estos estudios sabemos que guarda relación con altos niveles de impulsividad y bajos de autodisciplina, cierta incapacidad para regular los estados de ánimo y las emociones, problemas en la función ejecutiva y otras tantas conclusiones curiosas.

Los supuestos expertos, entre los que se cuentan psicólogos, psiquiatras, coaches, neurofisiólogos, especialistas en management y toda clase de vendedores de consejos, suelen citar los resultados de estos estudios con el fin de dar una apariencia de cientificidad a la autoayuda que nos ofrecen en todos los formatos posibles: libros, conferencias motivacionales, programas de radio, blogs personales, revistas de divulgación científica —sí, ahí también hay autoayuda—, ­podcasts y aplicaciones para móviles. Cabría suponer que si todos ellos se apoyan en los mismos estudios científicos, las estrategias deberían ser también las mismas; sin embargo, encontramos tantas supuestas soluciones como pretendidos expertos: identifica claramente tus objetivos, busca apoyo social, bloquea las distracciones, reestructura tus ­cogniciones, perdónate, reconoce el estrés, utiliza la procrastinación a tu favor, distribuye bien tus tareas, haz de tu pasión una vocación… Todo un arsenal de alternativas para evitar caer en el terrible pecado de la improductividad.

Esta forma de abordar el asunto es bastante limitada cuando se trata de encontrar razonamientos psicológicos útiles. ¿Cómo se explica que una persona aplace ciertas tareas y no otras? ¿Y que demore una misma tarea en un momento dado pero no en otro? No se puede entender por qué una persona procrastina sin conocer el contexto en el que se produce esa conducta y la historia de la persona en relación a las tareas que pretende abordar. Proponer soluciones sin realizar un análisis funcional de la conducta es soplar para ver si suena la flauta, que es precisamente lo que hacen charlatanes y vendedores de autoayuda. Y, claro, a veces hay suerte, la flauta suena y el burro se cree músico, como en la fábula de Tomás de Iriarte.

Pero podríamos hacernos otra pregunta: ¿Por qué es necesariamente un problema procrastinar? ¿Por qué tenemos que ser productivos, “ciudadanos útiles”, “seres humanos efectivos”? Detrás de la asepsia de los “expertos” y las decenas de estudios, lo que encontramos es la eficacia erigida como valor y norma a seguir, de manera que toda desviación se convierte en una patología o un pecado, dependiendo de quién sea el juez. Procrastinar puede ser en ocasiones un problema, pero también puede ser un indicador de que necesitamos parar, de que nos vemos empujados a requerimientos que exceden nuestra capacidad de afrontarlos, de que estamos sometidos a un ritmo excesivamente severo. El derecho a procrastinar se convierte en una exigencia revolucionaria en tiempos de hiperactividad productiva. Frente a los expertos de la eficacia, reivindicamos con Lafargue el derecho a la pereza. 

Fuente: El País (España)



17 de febrero de 2019

Por qué no es bueno ser demasiado modesto

La peruana Gladys Tejeda, con la cabeza erguida y lpos brazos en alto, en clara señal de orgullo.

El orgullo es la perdición de muchos héroes clásicos.

Fritzwilliam Darcy, uno de los dos personajes principales de la novela de Jane Austen "Orgullo y prejuicio", tiene que dejar ir el suyo para poder ganarse el amor de Elizabeth Bennet.

Dante lo incluyó como uno de los siete pecados capitales. Y, como el famoso verso de los Proverbios (a menudo mal citado) nos avisa: "Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu".

No hay duda sobre esto: constantemente se nos dice que el orgullo cuanto menos nos hace antipáticos y, yendo más lejos, nos puede destruir.

Pero es posible que el orgullo no se merezca completamente la reputación de fuerza destructiva. Hay nuevas pruebas de que esta emoción tiene una función evolutiva y que juega un papel importante en cómo nos relacionamos con el mundo.

Una emoción global

Las muestras de orgullo ocurren en todas las culturas y edades, incluso en los más pequeños. El orgullo viene además con su propia pose, ampliamente reconocible: una postura erguida, brazos extendidos y la cabeza alta.

En sus investigaciones, Jessica Tracy, profesora de Psicología en la Universidad de Columbia Británica (Canadá) y autora del libro "Orgullo: el secreto del éxito", constató que esta postura la adoptan incluso personas que son ciegas de nacimiento.

Esto sugiere que el orgullo es parte de nuestra construcción evolutiva más que algo aprendido socialmente.

Los beneficios del orgullo

Según un nuevo estudio, cuando esperamos sentir orgullo por algo, es porque el orgullo evolucionó para ofrecernos -a nosotros y a la gente de nuestro alrededor- beneficios sociales.

Leda Cosmides, profesora de Psicología Evolutiva en la Universidad de California en Santa Bárbara (Estados Unidos), explica que en las sociedades cazadoras-recolectoras de los primeros humanos era esencial convencer a los demás de que tu bienestar era importante.

El trabajo que Cosmides desarrolló con otros investigadores sugiere que el orgullo que sentimos cuando abordamos una tarea difícil o fomentamos una cualidad particular es un poderoso motivador evolutivo.

"Si vas a invertir tiempo en cultivar un talento específico, será mejor que desarrolles talentos o habilidades que otras personas valoren", señala.

Y una forma de demostrar que tienes un talento que merece la pena es mostrar tu propio orgullo de tenerlo.

Una exhibición de orgullo "promociona tus éxitos", apunta Daniel Sznycer, profesor de Psicología en la Universidad de Montreal (Canadá) y principal autor del estudio. "Si no, no sabré cuáles son tus éxitos y no sabré cuánto debo valorarte".

El artículo completo en: BBC Mundo

15 de enero de 2019

Las preferencias sexuales de las moscas indican que tienen cultura

Un estudio con moscas de la fruta muestra que las jóvenes deciden qué machos son más atractivos viendo con quién copulan las mayores y esos hábitos se mantienen durante generaciones.

Hace siglo y medio, Charles Darwin expulsó a la humanidad del centro de la creación y aseguró que nuestro linaje se hundía en la profundidad del tiempo y entroncaba con el origen de la vida. En el pasado, a más o menos distancia, compartíamos ancestros con todos los seres de la Tierra, desde la reina de Inglaterra a una babosa repugnante. Esa idea fue recibida con indignación y sigue resultando humillante para muchos que continúan agarrándose a cualquier resquicio que permita elevarse sobre el resto de animales.

Uno de esos resquicios es la cultura, nuestra capacidad para recibir lo que han aprendido nuestros antecesores sobre el mundo, aportar nuestra propia experiencia y transmitirlo a la siguiente generación. Aunque la capacidad colectiva para construir bombas atómicas o sinfonías como la de Wagner sean motivos suficientes para considerar especial a nuestra especie, muchos herederos de Darwin sugieren que incluso la cultura es algo compartido con el resto de animales.

Desde hace tiempo, se han observado comportamientos que podrían considerarse parte de una cultura en animales como los monos o los delfines. En Brasil, por ejemplo, se han encontrado monos silbadores que llevan más de siete siglos utilizando piedras como herramienta para abrir anacardos y transmitiendo la técnica de viejos a jóvenes. Entre las orcas, un ejemplo de la diversidad cultural en animales de la misma especie se encuentra cerca del estrecho de Gibraltar, donde conviven dos grupos con hábitos muy diferentes. Uno de ellos caza atunes sin prestar atención a los humanos que faenan en esas aguas mientras el otro los sigue para robar los atunes que atrapan los pescadores de palangre.

Este tipo de comportamientos no se reduce a animales con inteligencias reconocidas por nosotros, los primates más abundantes del planeta. Esta semana, un equipo de homínidos de la Universidad de Toulouse III y el CNRS, en Francia, ha mostrado que las moscas también pueden tener algo parecido a una cultura. Quienes han estudiado con detenimiento a las moscas de la fruta (Drosophila melanogaster) saben que pueden copiar las preferencias sexuales de sus prójimos viéndoles copular. Sin embargo, definir ese comportamiento como cultural con criterios científicos es complicado.

Para decidir si es posible, los autores, que publican sus resultados en la revista Science, fijaron cinco criterios que se debían cumplir para considerar cultural el comportamiento de las moscas. Tenía que aprenderse de forma social, observando a sus congéneres, los jóvenes debían copiar a los mayores y se tenía que memorizar a largo plazo. Además, el rasgo decisivo tenía que ser una característica general, como el color, y no una característica exclusiva del propio individuo y, por último, los individuos tenían que adquirir el comportamiento más común entre su grupo.

Las moscas cumplieron todos los requisitos. Las jóvenes, cuando veían a las mayores copular con machos rosados adquirían una preferencia por el sexo con los individuos de ese color y rechazaban a los verdes. Si el experimento se realizaba invirtiendo el color de los machos con los que aprendían a copular las moscas, la preferencia posterior cambiaba. Y cuanto más consenso hubiese por un determinado color, más radical era la inclinación por ese color en las observadoras.

Aunque pueda parecer un rasgo caprichoso, según explica Etienne Danchin, investigador del CNRS y coautor del trabajo, al cabo de un tiempo, “el color de un macho, que no está vinculado con su adaptación al entorno, se convierte en una característica que hace que tenga más probabilidades de pasar sus genes a la siguiente generación”. Al ver la preferencia de las moscas mayores, las jóvenes aprenden que los individuos de un color determinado tendrán más posibilidades de copular y reproducirse. Una madre siempre quiere lo mejor para su cría y para tener un hijo verde lo mejor es tener sexo con una mosca verde.

Lea el artículo completo en: El País (España)



2 de noviembre de 2018

En la mente de un corrupto

A propósito de los vergonzosos audios del CNM, una exploración a la psicología de esos individuos que violan las leyes y los principios morales con tal de obtener poder, influencia, 10 o 1 millón de "verdecitos".



Hace 10 años, la psicóloga Susana Frisancho llevó a cabo un interesante estudio con un grupo de jueces peruanos.

Se reunió con cada uno de ellos por separado –eran 14, especializados y anticorrupción – y les presentó tres viñetas que contaban diferentes historias.

La primera historia era la de "María", la dueña de una lavandería, quien, como herramienta de marketing, prometía a sus clientes no mezclar su ropa con la de otros clientes. María sí la mezclaba, aunque solo ella y su equipo lo sabían.

La segunda, la del "juez Inga", quien para ascender a una plaza superior consignó en su hoja de vida maestrías y cursos que no había terminado y libros que no había escrito.

La tercera, la del "vocal Barriga", cuya sala emitía sentencias que habían sido preparadas previamente por grandes estudios de abogados.

La buena noticia fue que todos los jueces reconocieron que en los tres casos se incurría en transgresiones morales y aseguraron que ellos de ninguna manera las cometerían.

La mala, que la mayoría señaló que la razón por la que no las cometerían era evitar la vergüenza o la sanción que acarrearía ser descubiertos. Muy pocos indicaron que lo que les preocupaba era sentir culpa o vergüenza de sí mismo.

Indicio de psicopatía

Los vergonzosos audios del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) no solo han permitido destapar los mugrosos tratos que arreglan a escondidas las autoridades que se supone deben impartir justicia en el país, violando leyes y principios morales para obtener beneficios particulares.

Uno de los efectos más interesantes de estas revelaciones ha sido escuchar –como antes con los Petroaudios y los Vladivideos– el tono de esos acuerdos, la lógica que los conduce y el lenguaje con el que son expresados. Nos ha permitido atisbar, una vez más, en la mente de esa especie social no por despreciable menos fascinante: el corrupto.

Lo primero que hay que enfatizar es que un corrupto no es necesariamente una persona con un trastorno mental. "La corrupción no es una patología, pero sí está asociada a una: la psicopatía", explica el psicoanalista Jorge Bruce.

"La psicopatía es cuando, de manera inescrupulosa y sin tomar en cuenta a las demás personas se actúa exclusivamente en función del interés personal, a cualquier precio".

En otros términos, un corrupto no es necesariamente un psicópata, pero un psicópata probablemente sea alguien dispuesto a cometer actos de corrupción, es decir, violar la ley para obtener un beneficio.

Para el psiquiatra español Alberto Soler Montagud, la corrupción puede ser un síntoma de dos distintas patologías: el trastorno narcisista de la personalidad y el trastorno antisocial de la personalidad.

Los corruptos narcisistas –ha escrito– están convencidos de ser superiores, se caracterizan por un patrón de grandiosidad, necesitan ser admirados y carecen de empatía para conectar con los otros.

Los antisociales, por su lado, son manipuladores y explotadores, violan sistemáticamente los derechos de los demás y son propensos a cometer actos delictivos. No aceptan la culpa de los delitos que cometen y nunca muestran arrepentimiento.

¿Grandiosidad? ¿Carencia de empatía? ¿Manipulación? ¿Ausencia de arrepentimiento? El lector es libre de asociar con estas categorías a cualquiera de los delincuentes y mafiosos que hemos tenido y tenemos aún en el país.

El artículo completo en: La República (Perú)

3 de octubre de 2018

Once secretos para ser feliz

Hay ciertos comportamientos y maneras de pensar que favorecen los sentimientos de felicidad sin excepciones.


La felicidad que sentimos tiene un componente genético marcado en nuestro temperamento. Se considera que aproximadamente supone el 50%. La satisfacción de tener posesiones materiales, económicas y buena salud aporta un 10 %. Y el 40% restante lo causa la forma en que pensamos y nos comportamos.

Por lo tanto, a la hora de promover la felicidad en nuestros hijos, lo importante es, a diferencia de lo que solemos creer, no centrarse en el 10 %, pues es mucho esfuerzo para muy poca recompensa. La clave es invertir en la “fuente” del 40%. Es, como se ve, una cuestión de rentabilidad.

De hecho, los estudios científicos demuestran que ciertos comportamientos y maneras de pensar favorecen los sentimientos de felicidad sin excepciones, a menos que, claro, está, suframos una patología. Así que tomen nota, porque estos consejos valen tanto para niños como para adultos:

1. Expresar gratitud. En la actualidad las posesiones materiales de un niño multiplican por 10 las que tenía un niño hace 50 años. Incluso un niño de clase media baja tiene mucho más que lo que tenía un niño de clase alta hace medio siglo. Sin embargo, es una evidencia que los niños actuales no son 10 veces más felices. Algo falla, pues. El hecho de desear siempre más no es una buena idea, de modo que hay que aprender y enseñar a estar agradecido con lo que se tiene. Es una actitud típica de la filosofía budista y estoica: hay que fijarse en el presente y estar conforme con él, sin agobiarse demasiado con el futuro y sin lamentarse del pasado. Si los niños aprenden a valorar y agradecer lo que tienen, aprenden a su vez a valorar lo que tienen los demás, por lo que previsiblemente serán más generosos y empáticos.

2. Ser optimista. Pero sin caer en la ingenuidad. Hay que confiar en la autonomía de los niños para hacer las cosas y en su competencia para hacerlas bien. Sin duda cometerán no pocos errores, pero es un paso necesario para el correcto desarrollo: para un escritor, por ejemplo, no hay mejor herramienta que la papelera. La conciencia de saber que trabajar duro aumenta la posibilidad de que las cosas en efecto salgan bien es fundamental para alcanzar un estado de bienestar. A menudo, puede que no salgan bien, pero si no hay trabajo rara vez saldrán como queremos. Los optimistas no se dan por vencidos fácilmente y muchas veces esa es también la causa de su éxito.

3. Evitar pensar demasiado. Como dijo Buda, «el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional». La mayor parte de nuestra infelicidad no viene de las cosas negativas que nos pasan –dolor– sino de lo que pensamos acerca de ellas –sufrimiento–. Es decir, del relato que hacemos de lo que nos ha pasado. Pensemos que, por ejemplo, la angustia es la conciencia de una posibilidad, pero no necesariamente de una realidad. Damos muchas vueltas a las cosas, la mayoría de las veces innecesariamente. En nuestras sociedades modernas occidentales, donde en general no hay problemas vitales acuciantes, el agobio por cualquier nimiedad -ahí está la tropa de “ofendidos” de las redes sociales- se ha convertido en un estado de ánimo permanente. Este comportamiento lo contagiamos involuntariamente a los que nos rodean, especialmente a nuestros hijos. Es lo que en psicología se llama rumiación, que es agarrar un pensamiento –normalmente negativo– y empezar a manosearlo en nuestra mente hasta que el estado de ánimo es mucho peor que el inicial. Una pérdida de tiempo y de energía.

El artículo completo en: El País 

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