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14 de febrero de 2021

Neurociencia: 10 beneficios de la música relajante

Es muy posible que en ciertas ocasiones te sientas harto de estar encerrado en casa, o tenso ante un examen o sobrecargado de trabajo. Si te sientes así pues llego el momento de desconectarte. Y puedes hacerlo escuchando música.

La música, y en especial la música relajante, es un obsequio de serotonina a tu cuerpo y mente: alivia el estrés y calma molestias físicas. Además, la música siempre está a la mano por lo que podemos decir que es el analgésico más económico.

Ahora vamos a conocer diez beneficios de la música relajante:

1. Los sonidos de la naturaleza mejoran nuestra concentración

El sonido de la lluvia repiqueteando en una ventana, un río que fluye, el susurro del océano, el trino de unos pájaros… Los sonidos de la naturaleza evocan paz y tranquilidad. Y además, mejoran la concentración, sobre todo en los niños.

El proyecto BirdLife Focus Natura realizó una investigación que demostró que la música relajante, donde se incluyen sonidos de la naturaleza, mejora la concentración y rendimiento de los niños con trastorno de atención e hiperactividad.

2. Reduce la sensación de dolor

Escuchar música relajante durante los postoperatorios mejora la recuperación de los pacientes y hace de estos momentos, instantes con menor sensación de estrés. Este tipo de música produce endorfinas que reducen la sensación de dolor

En un artículo del Psychology Today se publicó que la música relajante reduce la sensación de dolor, nos proporciona endorfinas y fortalece incluso nuestra respuesta inmunitaria.

3. Mejora nuestro descanso nocturno

Escuchar música relajante con auriculares por las noches favorece el descanso, nos ayuda a desprendernos de preocupaciones y a reducir la ansiedad.

4. Mejora la función cerebral

A nuestro cerebro le apasiona la música. Aprender a tocar un instrumento musical desde pequeños potencia el desarrollo cerebral, e incluso mejora el rendimiento matemático. La música relajante nos sumerge en un estado mental propicio para mejorar nuestro razonamiento y potenciar las habilidades espacio-temporales.

Asimismo, este tipo de música mejora la interconexión entre nuestros dos hemisferios, favoreciendo una comunicación más rápida entre nuestras neuronas.

5. Tu corazón se beneficia de la música relajante

La música brinda un impacto saludable sobre nuestro corazón: reduce la presión arterial y los latidos se vuelven más regulares. Y en los hospitales los pacientes se sienten más tranquilos.

La música relajante reduce la presión arterial y la frecuencia cardíaca, los latidos se vuelven más regulares y rítmicos, se reducen las arritmias y el paciente se siente más tranquilo.


6. Más serotoninas y endorfinas

Cada persona tiene sus propios gustos musicales. Y por lo general nos gusta la música ruidosa o alegre. Pero es bueno escuchar música relajante porque produce endorfinas y serotonina que actúan como neurotransmisores, y son capaces de despertar nuestro bienestar, nuestra alegría de vivir.

7. Una alimentación más consciente

Algo tan simple como escuchar música relajante mientras comemos, nos puede ayudar a alimentarnos de una forma más consciente, equilibrada y sana. Comemos con más lentitud, quedamos saciados antes, percibimos la intensidad de cada sabor.

8. Te ayudará a meditar

Aprender a meditar no es fácil, y si llevamos un ritmo de vida intenso y rápido, pues todo se dificulta aún más. Pero aquí viene la música en nuestro auxilio. Basta con buscar un espacio adecuado, ropa cómoda, unos auriculares, y dejarnos llevar…

9. Música relajante para estudiar

La música relajante optimiza nuestros procesos cognitivos: nos concentramos más, procesamos mejor la información y retenemos los datos nuevos de forma más rápida y eficaz.

10. Con 10 o 15 segundos diarios es suficiente

Los expertos en psicología musical manifiestan que basta con escuchar cada día 10 o 15 minutos de canciones o melodías relajantes para experimentar beneficios al cabo de un par de semanas. Percibiremos mayor calma interna, una mejora en la gestión de nuestras emociones y mejor capacidad para centrar la atención en nuestro día a día.

BONUS TRACK:

¿Cuál es la canción más relajante?

Un grupo de científicos del Mind Lab Institution, un instituto especializado en experimentos de neurociencia, concluyó con un dato curioso: la canción que más relaja el ritmo cardíaco, la respiración y la actividad cerebral es la canción «Weightless», de la banda británica Marconi Union.

  ¿Necesitamos más escusas para empezar a escuchar música relajante?

10 de diciembre de 2020

El sufrimiento encoge el cerebro de los niños para siempre

Pequeños rescatados de los orfanatos de la Rumanía del dictador Ceausescu muestran alteraciones cerebrales décadas después.

Los mayores de 40 años quizá recuerden las terribles imágenes grabadas en 1990 en diversos orfanatos de Rumanía. Mostraban a niños de corta edad hacinados, desnutridos, sin higiene y totalmente desamparados. Hacía un año que la dictadura de Nicolae Ceausescu había caído con su fusilamiento. Una oleada de compasión internacional rescató a muchos de aquellos pequeños, siendo adoptados por familias occidentales. Pero, a pesar de su cariño y cuidados, aún llevan la marca de aquel sufrimiento: el volumen total de su cerebro es menor que el de otros chicos. Además, según el seguimiento a decenas de ellos, presentan un menor cociente intelectual, peor expediente académico, mayor tasa de paro y más problemas emocionales ya adultos.

La mayoría de los 100.000 niños que llegaron a estar en instituciones estatales de la Rumanía de Ceausescu no eran huérfanos. Habían sido abandonados por sus padres tras una alocada política natalista del dictador que se dio de bruces con la crisis económica de los ochenta. Con las primeras adopciones, la mayoría por parte de familias anglosajonas, los científicos vieron la oportunidad de estudiar el impacto del sufrimiento, de un ambiente adverso, en los primeros años de vida. Por estudios en ratoncitos, se sabía que en esos primeros meses del desarrollo del cerebro y, por tanto, de la personalidad, las condiciones ambientales tienen una gran influencia. Por razones éticas obvias era imposible replicar estos experimentos en pequeños humanos. De ahí, la relevancia como experimento natural de los huérfanos rumanos.

"Más de 20 años después de que acabaran aquellas condiciones, aún podemos observar diferencias en la estructura cerebral", dice la investigadora del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King's College de Londres Nuria Mackes. Junto a un grupo de científicos, entre ellos algunos que llevan siguiendo a los niños desde los 90, Mackes estudió el cerebro de 67 de los huérfanos. Habían pasado entre 3 y 31 meses de privaciones en una institución estatal rumana antes de ser adoptados por una familia inglesa. Para poder comparar, también analizaron a una veintena de adoptados pero salidos de orfanatos británicos.

Los resultados de su estudio, publicados recientemente en PNAS, muestran una reducción media del volumen total del cerebro del 8,57% aún hoy, cuando la mayoría han superado los 20 años de edad o están cerca de hacerlo.  Además, la investigación señala que el grado de reducción depende de la cantidad de sufrimiento. Por cada mes de más pasado en aquellos orfanatos, los chicos ya adultos tienen entre dos y tres centímetros cúbicos menos de masa cerebral. "Más allá del menor volumen cerebral total, también vemos cambios en el volumen y grosor de diversas áreas del cerebro", añade Mackes.Y eso que, nada más llegar a sus nuevas familias, sus condiciones materiales, emocionales y psicológicas fueron normales.

El artículo completo en: El País (España)

Más información en BBC Mundo

12 de marzo de 2020

Por qué hay que prohibir que nos manipulen el cerebro antes de que sea posible

El científico Rafael Yuste, impulsor de la mayor iniciativa para conocer el cerebro, reclama a los Gobiernos la creación de nuevas leyes frente a los riesgos de la neurotecnología.


“Tenemos una responsabilidad histórica. Estamos en un momento en que podemos decidir qué tipo de humanidad queremos”. Son palabras mayúsculas, tanto como el reto que se plantea Rafael Yuste. A este neurocientífico español, catedrático de la Universidad de Columbia (EE UU), le susurran en la conciencia los fantasmas de otros grandes científicos de la historia que abrieron la caja de Pandora. Él, que ha impulsado la iniciativa Brain, la mayor apuesta por descubrir los secretos del cerebro, no elude su responsabilidad: “Lo llevo como un deber”. Yuste sabe bien lo que su campo, la neurotecnología, ya es capaz de ver y hacer en nuestras mentes. Y teme que se nos vaya de las manos si no se regula. Por eso reclama a los Gobiernos de todo el mundo que creen y protejan unos derechos de nuevo cuño: los neuroderechos. Chile quiere ser el primer país que los recoja en su carta magna y ya se está negociando para que este espíritu se incluya en la estrategia del Gobierno español para la inteligencia artificial.

El año pasado, Yuste consiguió manipular el comportamiento de unos ratones. Y lo hizo interviniendo en los pequeños cerebros de estos roedores, amaestrados para sorber zumo cuando ven unas rayas verticales en una pantalla. Yuste y su equipo habían apuntado las neuronas concretas que se disparaban en ese momento y las estimularon directamente cuando en la pantalla no se veían las barras. Pero los ratones sorbieron zumo como si las hubieran visto. “Aquí en Columbia un colega mío ha desarrollado una prótesis visual inalámbrica para invidentes con un millón de electrodos, que permite conectar a una persona a la red. Pero también se puede usar para crear soldados con supercapacidades”, advierte Yuste. Ese aparato, financiado por Darpa (la agencia de investigación del Ejército de EE UU), podría estimular hasta 100.000 neuronas, aportando destrezas sobrehumanas.

Cuando Yuste comenzó hace dos años a trabajar en la iniciativa de los neuroderechos era casi un planteamiento abstracto, de ciencia ficción. "Pero ha aumentado la urgencia de la situación, hay problemas bastante serios que se nos vienen de frente; las compañías tecnológicas se están metiendo en esto de cabeza porque piensan, de manera acertada, que el nuevo iPhone va a ser una interfaz cerebro-computadora no invasiva", advierte Yuste. El hombre que impulsó un proyecto en EE UU de 6.000 millones de dólares para investigar el cerebro enumera con preocupación los movimientos de los últimos meses. Facebook ha invertido mil millones de dólares en una compañía que comunica el cerebro con los ordenadores. Y Microsoft otros mil millones en la iniciativa de inteligencia artificial de Elon Musk, que invierte 100 millones en Neuralink, una compañía que implantará finísimos hilos en el cerebro de sus usuarios para aumentar sus competencias. Y a Yuste le consta que Google está haciendo esfuerzos parecidos que no son públicos. Ha llegado la era del neurocapitalismo.

“Estas grandes tecnológicas se están poniendo nerviosas para no quedarse atrás con el nuevo iPhone cerebral. Tenemos que acudir directamente a la sociedad y a quienes hacen las leyes para evitar abusos", afirma. La tecnología impulsada por Musk pretende ayudar a pacientes con parálisis o extremidades amputadas a controlar su expresión y movimiento o a ver y oír solo con el cerebro. Pero no oculta que el objetivo final es el de conectarnos directamente con las máquinas para mejorarnos con inteligencia artificial. La iniciativa de Facebook es similar: una empresa con el historial de respeto por la privacidad como la de Zuckerberg, accediendo a los pensamientos de sus usuarios.



14 de febrero de 2020

Dopamina, el neurotransmisor que nos puede convertir en adictos al juego

Tomar riesgos es parte de la naturaleza humana. 

Ya sea jugando con una máquina tragamonedas o montando una patineta: todos los días hacemos algo que nos ofrece tanto un potencial de riesgo como recompensa.

Lo que nos motiva a asumir estos riesgos es la liberación de dopamina.


Esta sustancia química activa las mismas vías de recompensa placentera en nuestro cerebro que si disfrutáramos de nuestra comida favorita o tuviéramos relaciones sexuales.

Asumir riesgos puede ayudar a avanzar en la raza humana cuando fomenta el espíritu emprendedor, la innovación y una mayor creatividad.
 
Pero cuando el deseo de correr mayores riesgos acaba por causar daño, pueden surgir problemas.

Esto incluye la adicción al juego, que se estima que afecta hasta al 1% de la población, según el Real Colegio de Psiquiatras de Reino Unido.

Los últimos intentos por hacerle frente incluyen planes para prohibir las apuestas en internet con tarjetas de crédito y hacer que el tratamiento esté disponible más fácilmente.

¿Quiénes tienen problemas con el juego?

El juego extremo es reconocido como un trastorno por la Organización Mundial de la Salud.

La mayoría de personas pueden disfrutar haciendo una apuesta de vez en cuando, incluso si pierden algo de dinero.

Pero para algunos jugadores esto se convierte en un problema cuando las apuestas alteran o comprometen sus vidas y las de sus familias.

¿Por qué algunas personas tienen este problema?
 
El juego, junto con el uso de sustancias como las drogas y el alcohol e incluso otras actividades como ir de compras, puede convertirse en una adicción cuando su uso se vuelve compulsivo y se escapa de nuestro control.

Estas adicciones provienen de dos vías de recompensa separadas en el cerebro que afectan nuestro comportamiento: la de "gustar" y la de "necesitar o buscar algo". 

La primera describe el placer espontáneo de comer una galleta de chocolate. La segunda es nuestro deseo de comer una cuando vemos un paquete de galletas de chocolate en el supermercado.

Necesitar o buscar algo nos motiva, nos hace desear cosas y hacerlas repetidamente.

En pocas palabras, la adicción puede verse simplemente como un nuevo cableado de estos sistemas de recompensa en el cerebro.

Cuando las personas se vuelven adictas al juego o a las drogas, estos sistemas de "gustar" y "necesitar o buscar algo" ya no están entrelazados.

El de "necesitar" permanece constante, pero la sensación de que nos gusta lo que conseguimos se va reduciendo.

Así, la persona adicta necesita involucrarse más en la actividad o en la toma de sustancias para obtener el mismo placer que sentía antes. 

Lea el artículo completo en: BBC Mundo


El circuito del miedo en los seres humanos


El primer sitio donde se localiza el miedo reside en el cerebro, en una estructura -con forma de almendra- denominada amígdala. Encargada de controlar y procesar emociones, la amígdala da la señal de alarma ante nuestros miedos más primitivos y, lo que es más importante, los pone en relación con el resto del cerebro. Gracias a esta estructura compleja nuestra especie ha sobrevivido, puesto que la amígdala ha hecho saltar las alarmas orgánicas de nuestros antepasados cuando se presentaban estímulos amenazadores para su integridad física. De esta manera, ante un indicio de peligro, la amígdala se pone en marcha, emitiendo una señal al resto del cuerpo. Incluso, hay ocasiones, en las que la amígdala se pone activa antes de que seamos conscientes del peligro. Es cuando empieza la sudoración.

Con esto, bien puede decirse que el miedo es una respuesta defensiva tan antigua como el mundo y que nos sirve para ser conscientes del peligro cercano. De hecho, ya hemos visto que en las sociedades primitivas el miedo servía para proteger la vida. De manera parecida, en épocas no muy lejanas, el terror desplegado por los gobiernos totalitarios en Europa sirvió a los regímenes para salvaguardarse a sí mismos.


9 de febrero de 2020

El Alzheimer no puede con el área del cerebro que guarda la música


Música contra el Alzheimer

El área que guarda la música se ve menos dañada, a pesar de la devastación que provoca la enfermedad de Alzheimer a nivel cognitivo en el cerebro, y en particular en la memoria. La mayoría de los enfermos conservan sus recuerdos musicales aún en fases avanzadas, logrando algunas veces relajar y calmar su estado de ánimo positivamente.

Esta se guarda en diferentes áreas cerebrales de la del resto de los recuerdos, según señala un estudio, las posibles causas de este fenómeno, la “discoteca de los humanos”, el lóbulo temporal, es la parte del cerebro que va desde la sien hasta la zona del oído, y ahí es donde se gestiona nuestra memoria auditiva, incluyendo las canciones, y aunque este lóbulo es uno de los primeros en sufrir los estragos de la enfermedad de Alzheimer…¿cómo se explica que muchos enfermos no sepan su nombre, ni reconozcan su casa o cómo volver a ella y que reconozcan y recuerden aquella canción que los remonta a décadas atrás?, o por qué algunos no pueden articular palabras, pero se emocionan y llegan hasta tararear temas musicales…

Instituto Max Planck

Para poder responder a estas preguntas, algunos investigadores de varios países europeos liderados por neurocientíficos del Instituto Max Planck de Neurociencia y Cognición Humana de Leipzig (Alemania) se propusieron realizar un doble experimento. Por un lado buscaron qué zonas cerebrales son activadas cuando escuchamos canciones, y por otro, una vez que ya son localizadas, analizan si en los pacientes con Alzheimer estas áreas del cerebro presentan algún tipo de atrofia o por el contrario, resisten mejor el avance de la enfermedad.

Para poder localizar cuál es el lugar donde el cerebro guarda la música, los investigadores hicieron escuchar a 30 individuos sanos 40 tripletas de canciones.

Tal como se explica en la revista Brain, el diseño del experimento se basa en la hipótesis de que la experiencia de escuchar música es para el cerebro diferente al área de recordarla y en ambos procesos intervienen redes cerebrales diferentes. Las actividades cerebrales de los voluntarios fueron registradas mediante imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI). Así pudieron comprobar que la música se aloja en zonas diferentes del cerebro de donde se guardan los otros recuerdos.

Fuente: El País

16 de diciembre de 2019

Capitalismo, pseudociencias y ‘mansplaining’

Fragmento de 'Ciencia sin ficción', un libro formado por cinco peculiares narraciones recién publicado por Debate.

[Este texto es un fragmento de uno de los capítulos de Ciencia sin ficción. Publicado por Debate, el libro consta de cinco relatos que usan la ciencia como hilo conductor para desarrollar tanto la literatura de no ficción como una ficción alejada de la idea intuitiva y actual de la ciencia-ficción.]

Uno de los rasgos que identifica a buena parte de las pseudociencias es que suelen tener un componente de autoridad bastante marcado, por lo general ejercido originalmente por una figura masculina que lidera esa disciplina o ese modo de pensar. Es lo que sucede, por poner algunos ejemplos, con la homeopatía y su inventor, Samuel Hahnemann; con la antroposofía y Rudolf Steiner; con la cienciología y Ron Hubbard, o con los antivacunas y el exmédico que logró su mayor éxito manipulando estudios, Andrew Wakefield. En particular, como ha señalado el filósofo sueco y director del departamento de Filosofía e Historia de la Tecnología en el Real Instituto de Tecnología de Estocolmo Sven Ove Hansson, el campo del negacionismo científico suele ser extraordinariamente masculino. "Las mujeres son infrecuentes tanto en la negación de la evolución como en la negación de la ciencia del clima. Esto es mucho más notable en el primer caso. En comparación, hay una presencia fuerte de mujeres en las ciencias biológicas legítimas, pero están virtualmente ausentes de las actividades de negación evolutiva y creacionismo —asegura Hansson en su ensayo Science denial as a form of pseudoscience. Y añade —: Este dominio masculino es difícil de explicar, pero [...] la audacia de afirmar que uno entiende un tema mejor que todos los expertos puede ajustarse más a los estereotipos masculinos que a los femeninos". Lo que hoy conocemos como mansplaining —esa necesidad paternalista de los varones de explicarles las cosas a las mujeres, aunque estas sepan más que ellos—, pero en versión pseudocientífica.

También era hombre y líder pseudocientífico Harold Camping, el octogenario pastor estadounidense que convenció a toda su congregación de que el 21 de mayo de 2011 sería el día del Juicio Final. Como seguramente habrá notado el lector, se equivocó. Este anuncio fracasado proporcionó una oportunidad magnífica para estudiar los mecanismos que se desatan en nuestro interior cuando caemos por la pendiente del autoengaño pseudocientífico. Y, sobre todo, para explicar lo complicado que es escapar de las decisiones erróneas por culpa de las disonancias cognitivas. En el documental Right Between Your Ears, la psicóloga social Carol Tavris explica a la perfección lo que sucedió con Camping y sus seguidores, pero también lo que nos pasa a todos nosotros en la mayoría de nuestras decisiones, mucho más cuanto más importantes. Cuando una persona da un paso en una dirección, explica Tavris, trata de justificar esa elección, lo que pone en marcha una serie de autojustificaciones que llevan a nuevas acciones, que a su vez llevan a nuevas autojustificaciones. Y esa es la razón por la que, cuanto más tiempo y esfuerzo invierte alguien en tomar una posición en público, más difícil le resultará decir: "Ay, madre, que estaba equivocado". "La disonancia cognitiva es un estado de tensión que se produce cuando una persona posee dos cogniciones (ideas, actitudes, creencias, opiniones) que son psicológicamente inconsistentes, como 'fumar es algo tonto porque podría matarme' y 'fumo dos paquetes diarios"— explica Tavris en su libro Mistakes Were Made (But Not by Me). Y añade —: La disonancia produce un malestar mental que abarca desde dolores menores hasta angustias profundas; la gente no descansa hasta que encuentra una forma de reducirla". Como bien explica, todos nos consideramos más listos que la media, más justos, más acertados... Y ante la prueba de que nos hemos equivocado tenemos dos opciones: revisar nuestra visión de nosotros mismos o rechazar lo que nos deja en evidencia. La disonancia es tan incómoda como el hambre o la sed y nos obliga a actuar para mitigarla, aunque sea de la forma más absurda.

Este concepto fue desarrollado por Leon Festinger en la década de 1950 tras seguir a un grupo apocalíptico parecido al de Camping. En aquella circunstancia, el evento del fin del mundo acabaría con los elegidos, ellos, salvándose en naves espaciales extraterrestres que acudirían a rescatarlos antes del cataclismo definitivo. Festinger hizo su propia predicción: aquellos fieles que dudaron en el último momento del credo, que se quedaron en casa a esperar el final, terminarían alejándose progresivamente de la secta. En cambio, pensaba él, aquellos que vendieron sus posesiones para seguir la profecía hasta el final saldrían más reforzados en su fe a pesar del fiasco de descubrir que no había apocalipsis. Cuando llegó la noche marcada y no aparecía ninguna nave espacial, la ansiedad empezó a hacer presa de los fieles. ¿Realmente estaban tan engañados? ¿Habían arruinado sus vidas para nada? La angustia los consumía y, dándole vueltas a lo sucedido, llegaron a una revelación: en realidad, su fe había salvado a la humanidad. Dios se había sentido conmovido por la devoción de ese increíble grupo de fieles y había pospuesto el Juicio Final. Salieron de allí aún más convencidos de sus creencias. La disonancia se había resuelto huyendo hacia delante. Y Festinger estaba en lo cierto. Como explica Tavris, es como si cada paso que damos en una dirección lo hiciéramos descendiendo por una de las paredes de una pirámide, lo que hace más probable que el siguiente paso sea en ese mismo sentido y mucho más improbable que optemos por el cambio de orientación, que implicaría escalar en contra de nuestra propia decisión anterior.

El artículo completo en: El País (España)
 

11 de diciembre de 2019

10 cosas que cambian tu cerebro (10/10): acumular mucha grasa

Acumular más grasa de lo que resulta saludable no solo pone en jaque al metabolismo, aumentando el riesgo de problemas cardíacos, hipertensión y diabetes. 


Demasiados michelines también pueden ser perjudiciales para la salud cerebral. Un estudio del que se hacía eco la revista Annals of Neurology indicó que cuanto mayor es el Índice de Masa Corporal (IMC), una medida que asocia la altura y el peso, mayor es el riesgo de que el cerebro encoja al envejecer y de que seamos víctimas de la demencia o la enfermedad de Alzheimer.
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