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19 de junio de 2015

Brasil: El hombre que defiende a los delincuentes juveniles

El número de jóvenes recluidos en instituciones para delincuentes juveniles en Brasil ha crecido casi 40% en los últimos cinco años para ubicarse en 23.000. Todos critican el efecto, pero pocos van a las causas, y muchísimas menos personas crean modelos de reinserción social. Este es un claro ejemplo: hay soluciones para reducir las tasas de delincuencia juvenil (modelos con probada efectividad), pero el gobierno dice que no hay presupuesto. Pero si hubo plata para construir estadios...
Esto se debe a que los adolescentes en el país sudamericano están siendo arrestados a tasas similares a las de los adultos, según sugieren cifras del gobierno.
Se espera que el número de menores en custodia se eleve aún más si un nuevo proyecto de ley es aprobado para bajar la edad de responsabilidad criminal de 18 a 16 años.
El proyecto de ley está siendo estudiado en estos momentos por congresistas luego de que una comisión determinó que reducir a 16 la mayoría de edad es constitucional según el derecho brasileño.
Quienes apoyan la legislación argumentan que permitir a los jóvenes de 16 años ser tratados como adultos ayudará a combatir la percepción de impunidad que existe en el país.

"Condiciones medievales"

Un 40% de los jóvenes arrestados han cometido robo, pero también ha aumentado el número de adolescentes involucrados en delitos ligados al narcotráfico.
Además, la tasa de reincidencia a lo largo y ancho del país es sumamente alta: 70%.
Sin embargo, los críticos aseveran que la propuesta para bajar la edad de responsabilidad criminal puede ser un riesgo que terminará criminalizando a una nueva generación.
"Las condiciones en las prisiones para adultos en Brasil son medievales", afirma Atila Roque, director ejecutivo de Amnistía Internacional Brasil.
"Tener a adultos y jóvenes en las mismas prisiones sería catastrófico y pone a los menores en peligro dentro de un sistema de cárceles hacinadas que funciona bajo precarias condiciones y con altos niveles de abuso, situaciones inhumanas y tortura".
Muchos abogados dicen que no hay un argumento legal para reducir la edad límite y los trabajadores sociales advierten que deshumaniza a los menores.

Educación vs. castigo

Adalberto Teles Marques, que dirige un hogar que ha sido objeto de reconocimientos para resocializar a delincuentes juveniles en la ciudad de Recife, señala que los jóvenes están en riesgo de ser reducidos a simples "frutas podridas".
Agrega que más que ser perpetradores, realmente son víctimas de la violencia.
"Los crímenes cometidos por adolescentes corresponden al 0,5% del total de los delitos, pero es más fácil castigar a un muchacho que educarlo".
Marques cree que el sistema de prisiones brasileño fracasa a la hora de rehabilitar a delincuentes juveniles, algo que trata de lograr en su Proyecto Caso Jaboatao.
En el hogar que él dirige, los delincuentes juveniles son colocados en hogares de ocho personas en vez de los tradicionales pabellones que existen en los centros de detención.
Las casas están alrededor de una escuela donde los 70 adolescentes viven, aprenden lecciones y comen con sus maestros.
Los salones de clases son pequeños, con entre 12 y 15 estudiantes, y donde la asistencia es de un 100%.
La tasa de reincidencia entre los que están en ese programa es de solo 9%
El artículo completo en:

11 de septiembre de 2012

Rehabilitar o matar: el dilema de qué hacer con quienes violan la ley


Prisionero tras las rejas

La tendencia es a encerrar a más personas por períodos más largos, dicen especialistas.

Si todo ocurre como está previsto, para finales de esta semana unas 47 personas habrán sido ejecutadas en el más pequeño de los países del África continental, Gambia.


Mientras tanto, y más o menos por las mismas fechas, el confeso atacante noruego Anders Breivik cumplirá su primer mes de sentencia de cárcel, a que fue condenado por la muerte de 77 personas en dos atentados planeados y ejecutados por él en 2011. 


En Gambia, donde no se hacía efectiva la pena capital desde hace más de dos décadas, el presidente Yahya Jammeh ha decidido que la mejor manera prevenir el crimen es materializando el castigo que pende sobre todos los prisioneros sentenciados a muerte por los tribunales.

En contraste, aunque Breivik podría nunca respirar como un hombre libre otra vez (su caso puede ser revisado a intervalos), su pena de 10 a 21 años de prisión podría parecer leve. En especial si se la compara con el destino que aguarda a los 47 convictos en Gambia, la mayoría de los cuales, de acuerdo con organizaciones de Derechos Humanos, fueron condenados por delitos de traición.


Recluido en Ila, la prisión de máxima seguridad de Noruega, Breivik dispone de tres pequeñas celdas, con acceso a máquinas de ejercicio y una computadora.


"Lo que otros deben entender es que el sistema penal aquí (en Noruega) tiene por objeto rehabilitar, más que castigar", dijo el día del veredicto Rolf Henning Larsen, un ciudadano noruego entrevistado por la BBC.

Para el presidente gambés, en cambio, "no hay manera de que mi gobierno vaya a permitir que el 99% de la población sea puesta en jaque por los delincuentes", declaró.

El dilema del prisionero

 




Vea los diez países con mayor y menor número de prisioneros en el mundo

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Más allá de las consideraciones que explican tan contrastantes realidades, éstas ponen de relevo que el problema de cómo tratar a quienes cometen delitos constituye un auténtico dilema sobre el que el mundo parece no ponerse de acuerdo.


"Hay tendencias definitivas, pero casi se pelean unas con otras", le dice a BBC Mundo Gary Hill, especialista en el tema y director de Entrenamiento de Personal de la Asociación Internacional de Prisiones y Correccionales.


Hill explica que la forma en que una sociedad reestablece la justicia está intrínsecamente ligada a la cultura de la que emanan las leyes. En unas, el individuo es supremo, en otras, lo es el Estado; para un tercer grupo, dios está por encima de la ley y para un cuarto, se combinan todas las opciones anteriores.


Esto repercute en cómo y sobre qué base se llega al veredicto, que varía significativamente. En cambio, en el siguiente paso -¿qué hacer con el delincuente?- parece haber un consenso. Al menos en el papel.

"Los países, sin excepción, dicen que quieren rehabilitar más que castigar. Pero en la realidad los tribunales usan la cárcel porque es lo más fácil, lo más rápido y también porque temen la mala publicidad", indica.
Como consecuencia, las cárceles son cada día más la opción preferida en gran parte del mundo.

Alternativas

La justicia restaurativa

La justicia restaurativa o de reparación es un concepto en el que se busca atender las necesidades de las víctimas, las personas que cometen el delito y la comunidad en general.

La idea es que el agresor repare el daño cometido, y al mismo tiempo ayudarlo a no reincidir. La reparación incluye una disculpa y la posibilidad de efectuar servicio comunitario o pagar multas, entre otras.


"La prisión no hace que el individuo enfrente las consecuencias de sus actos", dice Andrea Huber, de Reforma Penal Internacional. "Puede estar en el interés de la víctima (aplicar este concepto), en vez de la cárcel", añade.


"Eso no significa que, bajo esta premisa, habrá un mundo libre de prisiones, porque hay delitos que deben ser penalizados de esta manera. Pero podría ser lo mejor para la sociedad trabajar hacia una justicia restaurativa. Hay maneras de lograr justicia sin poner a la gente detrás de las rejas", añade.


Pero esta estrategia parece no estar dando resultados de fondo: en vez de bajar, las tasas de criminalidad siguen creciendo en el mundo, según le dice a BBC Mundo Andrea Huber, directora de políticas de la ONG Reforma Penal Internacional, que aboga por la eliminación del presidio innecesario.


"Utilizar la ley criminal por defecto, para tratar el comportamiento antisocial e indeseable, es una respuesta política, que sólo trae una sobrepoblación en las cárceles", señala.


Reforma Penal Internacional es partidaria de mecanismos alternativos a la pérdida de libertad, como la "justicia restaurativa".


Hill admite que no hay investigaciones que muestren que tales mecanismos redundan en una reducción del crimen. "Sin embargo, hay un vínculo directo entre empleo y crimen, pobreza y crimen, educación y crimen. 

Y la participación en programas de tratamiento tiene un impacto en la tasa de reincidencia", dice.

Una vez que la decisión de poner al individuo tras las rejas ha sido tomada, el dilema de rehabilitar o penalizar vuelve a asomarse tercamente. Y no es fácil de resolver.

Doble pena

"El sistema criminal no puede seguir siendo una forma costosa de darle un descanso a los ciudadanos de los delincuentes, antes de que vuelvan a las calles a cometer más crímenes", decía un informe oficial del Ministerio de Justicia británico en 2010.

"Desafortunadamente, yo diría que en muchos países y regiones todavía se pone el énfasis en el castigo. Incluso si discutes las condiciones de vida dentro de la prisión, te dicen que no se supone que sean bonitas. Pero esto no debería ser una condena adicional a la pérdida de libertad. Es un castigo doble", sostiene Huber.


Protesta en una cárcel de Perú en agosto pasado

En América Latina las protestas por las condiciones de vida en la cárcel, como ésta ocurrida en agosto en Perú, son frecuentes.


Sea porque así fueron concebidas o porque las circunstancias han hecho de ellas "infiernos contenidos", este cuadro parece describir en buena medida el panorama de las prisiones en América Latina.


"Pero al mismo tiempo -apunta Gary Hill- hay una gran mezcla. Algunos tienen programas maravillosos de manejo de agresividad, de madres y bebés en prisión. El problema es que las sentencias se están incrementando y los países no están preparados para ofrecer alternativas a la prisión".


Para Andrea Hubber, las condiciones en prisión son clave de cara a la futura liberación de quienes han cometido un delito.


"La cárcel no va a la razón por la cual se cometió la falta. Si simplemente encierras a la gente no es sorprendente que luego no se adapten a la sociedad", añade.

Para Huber, lo más grave del asunto es que "el tema no está en la agenda internacional".

"La idea es seguir tratando el crimen con dureza. Pero, ¿está haciendo a las sociedades más seguras o sólo es un sistema increíblemente caro?", se pregunta.

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