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19 de junio de 2016

¿En qué momento empezamos a usar baños separados por sexo?





Los activistas de los derechos para los transexuales llevan años luchando para poder usar servicios públicos de acuerdo a su identidad de género y en las últimas semanas esta lucha ha llegado a un punto crítico en algunos países como Estados Unidos. 


En Marzo, el estado de Carolina del Norte promulgó una ley que solamente permite a la gente usar los baños públicos que se correspondan con el sexo establecido en sus partidas de nacimiento. 

Mientras tanto, la Casa Blanca House ha adoptado una postura opuesta, dictando una orden que permite a los estudiantes transgénero usar el baño de acuerdo a su identidad de género. A modo de respuesta, el 25 de mayo 11 estados presentaron una demanda a la administración de Obama para bloquear que el gobierno federal aplique la directiva.

Algunos sostienen que una solución para este punto muerto sería convertir todos los baños públicos para uso unisex, eliminando el debate sobre cuál es el sexo de la persona. Esta medida puede resultar demasiado drástica o extravagante, puesto que se asume que separar los servicios según el sexo biológico de la persona es la forma “natural” de determinar quién puede tener acceso y quién no.

Las leyes en EE. UU. ni siquiera trataron la cuestión de la separación de los baños por sexos hasta finales del siglo XIX cuando el estado de Massachusetts fue el primero en promulgar una ley al respecto. Para el año 1920, más de 40 estados ya habían adoptado normativas similares que requerían separar los servicios públicos por sexo. ¿Por qué se empezaron a aprobar este tipo de leyes? ¿Se trataba de simplemente reconocer las diferencias anatómicas naturales entre hombres y mujeres? 

He estudiado la historia de las normas legales y culturales que supusieron la separación de los baños públicos por sexo y está claro que no hubo nada benévolo cuando se redactaron estas leyes, más bien fueron recogidas al amparo de la llamada “ideología de esferas separadas” de principios del siglo XIX: la idea de que, para proteger las virtudes de las mujeres, estas tenían que quedarse en casa para ocuparse de los niños y de las tareas del hogar.

A día de hoy, tal consideración del lugar de la mujer en la sociedad sería inmediatamente considerada como sexista. Recalcando el origen sexista de las leyes sobre la separación de los baños públicos espero ofrecer motivos suficientes para, por lo menos, replantear el hecho de que sigan existiendo.

El auge de una nueva ideología americana


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Durante la primera época de los Estados Unidos, el hogar era el centro de la producción económica al ser el lugar donde se producían y se vendían los bienes. El papel del hogar en la economía estadounidense cambió a finales del siglo XVIII con la revolución industrial, pasando la producción a las fábricas, lo que supuso que los hombres fueran a trabajar mientras las mujeres se quedaban en casa.

No tardó en surgir una división ideológica entre el espacio público y el espacio privado: mientras que el lugar de trabajo y los espacios públicos eran cosa de hombres, la esfera privada pasaba a ser cosa de mujeres. Esta división es una parte fundamental de la ideología de esferas separadas.

La visión sentimental de la mujer virtuosa que se queda en casa era un mito cultural que tiene poco que ver con la realidad de la vida en el siglo XIX. Desde sus inicios, el siglo experimentó la salida de las mujeres del hogar para trabajar e integrarse en la vida civil americana. Por ejemplo, ya en 1822 cuando se fundaron las fábricas textiles en Lowell, Massachusetts, las mujeres jóvenes empezaron a trasladarse a las ciudades industriales y no tardaron en constituir la gran mayoría de los trabajadores de la industria textil, involucrándose en las reformas sociales y en los movimientos para el sufragio que les requerían trabajar fuera del hogar.

Sin embargo, la cultura estadounidense no abandonó la ideología de la separación de esferas y la mayoría de los movimientos de las mujeres fuera del ámbito doméstico eran vistos bajo sospecha y con preocupación. A mediados de siglo, los científicos intentaron reafirmar esta ideología con estudios para demostrar que el cuerpo femenino era intrínsecamente inferior al masculino.

Provistos de tales pruebas “científicas” (ahora consideradas como una mera forma de reafirmar las políticas en contra del auge de los movimientos por los derechos de la mujer), los legisladores y los políticos empezaron a redactar leyes dirigidas a proteger a las “débiles” mujeres en el lugar de trabajo. Algunos ejemplos incluían leyes que limitaban la jornada laboral de las mujeres, leyes que requerían un periodo de descanso para las mujeres durante la jornada laboral o asientos en sus lugares de trabajo, así como leyes que prohibían a las mujeres ejercer ciertos puestos o tareas que estaban considerados como peligrosos.

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