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19 de enero de 2016

¿Sabías que la dislexia no tiene cura?

Ibone Saralegui, investigadora en Osatek / Hospital de Galdakao (Bizkaia), señala que la dislexia no tiene cura, pero que un tratamiento correcto y precoz puede mejorar notablemente la capacidad lectora y de comprensión de los afectados por esta alteración. Por otra parte, el porcentaje de disléxicos es muy superior entre los hablantes de lenguas opacas, tales como el inglés y el francés.

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“La dislexia es la dificultad que presentan algunos niños para adquirir las destrezas lectoras, dificultad que les impide alcanzar con normalidad los aprendizajes relacionados con la escritura, independientemente de sus otras destrezas cognitivas, tales como la inteligencia, el razonamiento o la memoria”, explica la neurorradióloga Ibone Saralegui. Históricamente, se ha asociado la dislexia a problemas de percepción visual, pero las investigaciones más recientes desmienten dicha asociación.

Saralegui es la autora de una de estas investigaciones, llevada a cabo junto con el oftalmólogo Ricardo Martínez, realizada mediante resonancia magnética funcional (en inglés, fMRI, functional Magnetic Resonance Imaging) para evaluar la red neuronal relacionada con la lectura en niños con dislexia que no hayan recibido tratamiento específico con anterioridad. Los resultados del estudio muestran que los lectores con dislexia parecen tener una red neuronal para la lectura diferenciada de los normolectores y de aquellos con alteraciones de la motilidad (movilidad) ocular.

Subraya la investigadora que la dislexia no tiene una única causa, y que, probablemente, intervienen varios factores en su aparición. “En cualquier caso, uno de sus principales causantes es una alteración en la ruta fonológica para la lectura de los niños, lo que tiene una gran incidencia en la terapia que se les debe aplicar. Las terapias visuales y auditivas, por ejemplo, no son adecuadas en el tratamiento de estos niños”. Según Saralegui, “la dislexia no se cura. Muchos padres van a la consulta del oftalmólogo o del logopeda pensando que, tras un buen tratamiento, su hijo va a dejar de ser disléxico. Pero un niño (o un adulto) es disléxico siempre. Eso sí, con un tratamiento precoz y correcto, puede mejorar notablemente su habilidad lectora y su capacidad de comprensión”.

Lenguas opacas y lenguas transparentes

El estudio se ha realizado con niños castellanoparlantes, “aunque sus conclusiones podrían extrapolarse a los vascoparlantes” según Saralegui, “ya que el euskera y el castellano tienen un nivel de semitransparencia muy parecido. Las lenguas transparentes son aquellas en las que el grafema coincide con el fonema, es decir, en los que a una letra le corresponde, por lo general, un sonido. En las opacas (inglés, francés…), por el contrario, un grafema (la letra A, por ejemplo), puede pronunciarse de varias formas (‘a’, ‘ei’…). En la lectura el primer paso fundamental es este ensamblaje entre los fonemas y los grafemas”.

Las lenguas opacas presentan, por tanto, un problema añadido: hay que aprender varios fonemas para un mismo grafema. “Por eso, en dichas lenguas se duplica, casi, el porcentaje de niños disléxicos. En las lenguas transparentes y semitransparentes hay una menor incidencia de la dislexia, y ésta se presenta más tarde, aunque el problema de comprensión persiste”, señala la investigadora.

Referencias:

Differences in effective connectivity between children with dyslexia, monocular vision and typically developing readers: A DTI study. B. Garcia-Zapiraina, Y. Garcia-Chimenoa, I. Saralegui, B. Fernandez-Ruanova, R. Martinez. Biomedical Signal Processing and Control. 2016; 23: 19-27

Reading networks in children with dyslexia compared to children with ocular motility disturbances revealed by fMRI. I. Saralegui, JM Ontañón, B. Fernández-Ruanova, B. García-Zapirain, A. Basterra, E. Sanz-Arigita. Front Hum Neurosci. 2014; 8 (936): 1-15.

Automatic classification of dyslexic children by applying Machine Learning to fMRI images. Y. García Chimeno, B. Garcia-Zapirain, I. Saralegui, B. Fernández-Ruanova. Bio-Med Mater Eng. 2014; 24(6): 2995-3002.

Tomado de:

Cultura Científica
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