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21 de septiembre de 2015

Así se veía la primera versión de la tabla periódica de los elementos

Aquellos que alguna vez pisaron un aula de química probablemente tuvieron que lidiar con la todopoderosa tabla periódica de los elementos. Aunque parezca mentira, y como tantos otras herramientas académicas, la tabla periódica no existe para desorientarnos y desesperar, sino para facilitarnos las cosas. Si no saben de lo que estoy hablando, la tabla periódica es un sistema genuino donde se listan, según sus propiedades químicas, los elementos que componen todo lo conocido.

Una sola persona no tuvo la inspiración de confeccionar este sistema, sino que fue más bien un descubrimiento progresivo, como suele pasar generalmente en la ciencia. En particular, la tabla periódica sufrió varios vaivenes. Los científicos no encontraban quórum a la hora de encontrar un criterio para ordenar los elementos. Además, en sus primeras etapas, era bastante común el descubrimiento de nuevos elementos y la presencia de gaps (baches) en la tabla, los cuales daban cuenta que faltaban eslabones en la cadena.

Hubo un científico ruso que fue clave para darle inicio a este sistema que condensa todos los elementos y sus principales propiedades químicas. Su nombre fue Dmitri Ivanovich Mendeleev y fue el creador de la primera tabla periódica de los elementos.

La primera tabla periódica

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Bastante más chica que la actual, ¿verdad? Esta tabla fue publicada por Mendeleev en el año 1871. A primera vista luce mucho más corta, escueta e incompleta. Sin embargo, si hacemos el ejercicio de remontarnos a la época, es asombroso pensar ya estaban caracterizados los elementos más importantes: el hidrógeno, el oxígeno y el carbono, entre otros.

En aquel tiempo, grandes químicos como Cannizzaro ya habían calculado el peso relativo de las diferente sustancias conocidas. Por ejemplo, sabían que el oxígeno era 16 veces más pesado que el hidrógeno (aún hoy se sigue relativizando de esta manera). 

Mendeleev decidió ordenar los elementos en su tabla según sus pesos relativos, empezando por los más livianos y terminando por los más pesados. No obstante, como podemos apreciar en la figura, la tabla no es una mera línea horizontal que va desde el hidrógeno (H) hasta el uranio (U), sino que este criterio, al mismo tiempo, le permitió detectar patrones relacionados a propiedades químicas de los elementos.

Al igual que las tablas periódicas que podemos comprar hoy en las librerías, la de Mendeleev estaba dividida en grupos (columnas) y períodos (filas). Por ejemplo, se puede ver que los metales tienden a estar a la izquierda (potasio, magnesio) y los no metales a la derecha (oxígeno, fósforo).

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A su vez, otro rasgo sobresaliente en la obra del genio ruso es la presencia de gaps en la tabla. Cada espacio en blanco en la tabla representa un gap. Este recurso no resultó para nada menor: le permitió predecir elementos que científicos ulteriores descubrieron y caracterizaron. 

Tengamos en cuenta que por aquella época se comenzaba a poner en boga la noción del átomo. Todavía quedaba un largo trecho para el descubrimiento de los protones y electrones. Con el avance de la ciencia, en especial de la física, los científicos comprendieron que los elementos en la tabla debían ser ordenados acorde a su número atómico (cantidad de protones) y no su masa, como originalmente se hizo.

Finalmente, quiero aclarar que en realidad hubo un boceto de tabla periódica dos años antes que la presentada en este artículo. Fue publicada en 1869 por el mismo autor, en la revista Zeitschrift für Chemie. No la consideramos una tabla periódica propiamente dicha porque carecía de la estructura que derivó en las que hoy genera dolores de cabeza a los alumnos de química.

La tabla periódica hoy 

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Esta tabla probablemente te resulta más familiar. Si la comparamos con su antepasado de 150 años de edad, la esencia es la misma. Como se puede apreciar, los gaps de la antigua tabla fueron sistemáticamente descubiertos, además de nuevos elementos, varios de ellos generados en el laboratorio. 

La actual tabla periódica esta lejos de ser un sistema estático o terminado. Frecuentemente se la pone en jaque a raíz de diferentes inconsistencias encontradas en los elementos. Por ejemplo, hace sólo unos días se ponía en duda la ubicación del lawrencio (Lr) debido a anomalías en sus propiedades químicas, que lo asemeja más a otro grupo de elementos. 

A su vez, existen tablas periódicas alternativas que obedecen otros patrones o criterios a la hora de ubicar los elementos. Cada una de ellas tiene sus ventajas y desventajas. Mientras tanto, nosotros seguimos con la descendiente de lo que alguna vez fue un boceto de Mendeleev.

Fascinante, ¿no es así?

Fuente:

Ojo Científico
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