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30 de octubre de 2011

El mito de los suplementos antioxidantes se derrumba

Los complejos de antioxidantes no alargan la vida.

Los complejos de antioxidantes no alargan la vida.

  • Tomar a diario complejos vitamínicos puede ser contraproducente
  • Los radicales libres no son siempre los malos de la película

¿Tomar suplementos de vitaminas antioxidantes es bueno o malo? En teoría, su función es positiva: contrarrestar el daño oxidativo. Sin embargo, las personas que los consumen de forma habitual no gozan de mejor salud. Es más, una ingesta excesiva puede ser contraproducente e, incluso, incrementar la mortalidad. Si usted toma alguno de estos complejos porque se lo ha recetado su médico para tratar una deficiencia concreta, siga haciéndolo. Lo que cuestionan los expertos es su uso como píldora de la eterna juventud o como revulsivo que mantiene a raya el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y otras dolencias.

Hace años se pensaba que los agentes oxidantes (radicales libres, especies reactivas del oxígeno) eran siempre perjudiciales, pero hoy se sabe que también pueden ser beneficiosos, ya que ejercen ciertas funciones valiosas, como contribuir a la síntesis de energía o potenciar nuestras defensas. La clave está en el equilibrio entre oxidantes y antioxidantes; hay que evitar un exceso en cualquiera de los dos lados de la balanza.

Varios expertos reunidos en Madrid con motivo del XI Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Nutrición debatieron sobre las últimas evidencias científicas relativas al papel de los antioxidantes. José Viña, del Departamento de Fisiología de la Faculta de Medicina de la Universidad de Valencia, hizo especial hincapié en la relación entre estos micronutrientes y el ejercicio físico.

El deporte, que es una actividad indiscutiblemente saludable, genera radicales libres. Resulta lógico pensar que el uso de complejos vitamínicos reducirá esos agentes oxidantes. Sin embargo, tal y como apuntó Viña, "el ejercicio moderado es antioxidante". Conclusión: mejor no interferir en los mecanismos de autorregulación de nuestro organismo. "Los antioxidantes pueden ser recomendables para el ejercicio extenuante [como correr un Tour de Francia], pero no para el entrenamiento habitual", precisó.

Una fuente esencial de antioxidantes son las frutas y las verduras. Está demostrado que su consumo es beneficioso para la salud. Según Michael Ristow, profesor de Nutrición Humana de la Universidad de Jena (Alemania), "es un error pensar que estos alimentos son buenos sólo porque tienen antioxidantes; contienen centenares de otros ingredientes que son esenciales para prevenir multitud de enfermedades". Esos otros elementos no se encuentran en las pastillas de vitaminas.

Lo cierto es que los resultados de los ensayos clínicos y las revisiones sistemáticas publicados recientemente dan al traste con las expectativas que había generado este campo de la nutrición. "Suplementos y reducción de la mortalidad y del riesgo de enfermar, ¿otro mito que se desvanece?". Así enunció su conferencia Antonis Zampelas, del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Alimentación de la Universidad Agrícola de Atenas (Grecia).

La respuesta es sí; la leyenda ya no se sostiene. En la mayoría de los casos, la administración de las vitamina A, C, E o de selenio no tuvo ningún efecto beneficioso. En algunos estudios, no sólo no se redujo el riesgo de padecer enfermedades, sino que se observó un aumento de la mortalidad. En todo caso, el investigador aclara que "en la mayoría de trabajos que evaluaron la mortalidad se dieron dosis ingentes de antioxidantes".

En definitiva, los expertos abogan por 'rehabilitar' a los agentes oxidantes, que no siempre son los malos de la película. En ciertas circunstancias, la administración de antioxidantes es más dañina que beneficiosa.

Fuente:

El Mundo Salud

Cientificos descubren porque las alucinaciones procedentes de la ayahuasca son tan reales


La “ayahuasca” (soga de muerto), una bebida alucinógena es considerada por los indios chamanes de América del Sur, como una ventana hacia el mundo de los espíritus para, la cual actúa en el cerebro de una manera tan fuerte impidiendo que la gente distinga entre una visión y la realidad, debido a que las alucinaciones pasan a través de los centros visuales del cerebro, informó el periódico New Scientist.

Draulio de Araujo, investigador de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte, de la ciudad de Natal, en Brasil, analizó los cambios que se producen después de una dosis de ayahuasca, en el cerebro de 10 voluntarios amantes de esta bebida. En el experimento, pidieron a los voluntarios mirar unas fotos periódicamente abriendo y cerrando los ojos registrando la actividad del centro visual del cerebro con la ayuda de la resonancia magnética funcional.

Resultó, que el centro visual permanece activo con los ojos abiertos pero se desactiva cuando están cerrados.

Después, los investigadores dieron una porción de ayahuasca a los participantes y utilizando nuevamente el tomógrafo y observaron que las imágenes eran casi indistinguibles, el centro visual continuó trabajando e incluso con los ojos cerrados.

Los científicos creen que la ayahuasca cambia la dirección del flujo de los impulsos entre el cerebro, “conectando” determinadas zonas del cerebro con los centros visuales. Por lo tanto, una persona que utiliza la bebida, puede ver todo lo que está almacenado en otros centros del cerebro, como pensamientos, deseos, recuerdos y otras imágenes.

Las tribus amazónicas indígenas a menudo utilizan la ayahuasca durante sus prácticas religiosas, que se obtiene de una mezcla de un extracto de psicoactivos de la liana Banisteriopsis caapi tropical y hojas de otras plantas, cuyos dos principales componentes son la sustancia psicoactiva “dimetiltriptamina” (DMT) y bloqueadores de monoamino oxidasa, que ayudan a las moléculas del fármaco para penetrar a través del intestino.

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RIA Novosti

27 de octubre de 2011

La batalla diaria en la sobrepoplabada Paris

Especial: Demografía

El día a día en la ciudad más poblada —y una de las más caras— de Europa no es fácil. Julie y Alan viven en el distrito número 11. Son de los pocos que aún no se han exiliado a la cada vez más concurrida periferia. Los precios desorbitados de los alquileres y el ritmo de vida en el corazón de la 'ville' han empujado a los parisinos al exilio campestre.


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Cada mañana Julie, parisina de 30 años, enciende su portátil aún con las huellas de las sábanas marcadas sobre su rostro. Tiene suerte. Su 'puesta a punto' antes de afrontar la batalla diaria dura exactamente lo que tarda en saltar de la cama a la mesa y prepararse un té. Al contrario que la mayoría de los vecinos de París, ella no tiene que meterse en el pozo suburbano para llegar a su trabajo. Desde que creó su propia agencia de comunicación se ahorra las horas de atascos, empujones y apretones matutinos. «Lo mejor que tiene trabajar por tu cuenta es poder coger el metro a horas fuera de las punta», explica.

Julie Mayer es un punto en la enrevesada madeja de más de dos millones de cabezas que habitan la corona de la capital francesa, una cifra que se eleva a más de 10 millones si en el cálculo se incluye la región. París es la ciudad más densa de Europa. Sus calles son un hervidero de abrigos ajetreados que van de casa al trabajo, del trabajo a casa.

Alan, compañero de Julie desde hace tres años, sí padece la marabunta diaria, aunque siempre que el tiempo acompaña huye del metro y va a pie a trabajar porque así puede disfrutar de la arquitectura parisina, una de las cosas que más le gusta de la ciudad. «Lo peor es la mala educación. La gente que no respecta las reglas, como los ciclistas que van por las zonas de peatones o los que se salta las colas», se lamenta, resignado, este escocés de 32 años.

Vivir en la ciudad más poblada de Europa no es fácil. Julie lo resume en una frase: «París es una batalla diaria». Hace poco más que un año que la pareja se mudó a un apartamento de dos habitaciones en el distrito número 11 para poder tener un poco más de espacio. Un lujo al alcance de pocos en una ciudad donde la opción para la mayoría no pasa de los 40 metros cuadrados.

Ellos son de los pocos que aún no se han exiliado a la cada vez más concurrida periferia. Los precios desorbitados de los alquileres y el ritmo de vida en el corazón de la 'ville' han empujado a los parisinos al exilio campestre. Todavía ligados a la urbe, Julie y Alan no tardarán en unirse a sus compatriotas. «No me imagino criando a mis hijos en una ciudad tan caótica», explica la joven.

Durante la semana, desplazamientos y obligaciones consumen las horas de vida. Es durante el fin de semana cuando parisina y escocés pueden disfrutar de sus aficiones y casi siempre este paréntesis pasa por huir de París, rumbo a Escocia, donde vive la familia de Alan. En la capital francesa, donde la temperatura media ronda los 10 grados y apenas asoma el sol, sus opciones de ocio se limitan a ir al cine o a ver una exposición. Si Julie es más callejera, Alan prefiere refugiarse en la intimidad de casa para leer. Su pequeño placer es pasarse la tarde entera del domingo devorando novelas. «Es lo que no puedo hacer durante la semana», explica el joven.

Además de ser la más poblada, París cuenta con el dudoso honor de ser también una de las ciudades más caras de Europa. Por eso, la vida social se hace a menudo de puertas para dentro. La cocina es un valor importante en la cultura francesa y también en este reducto francés que comparte la pareja en el barrio de Oberkampf. Amantes de la cocina, las veladas domésticas con amigos son un clásico en casa de Julie y Alan.

«Cuando el tiempo lo permite salimos al patio común. Los parisinos buscamos salidas al estrés de la ciudad, una bocanada de aire fresco», dice Julie, que apunta que esto explica el afán de nuestros vecinos por el universo bio. «El francés siente que ha perdido todo el contacto con la naturaleza, con el origen de lo que come. En ese tipo de alimentación encontramos esta conexión con la tierra que ya no tenemos», explica Mayer.

Sabe de lo que habla, pues desde hace años esta periodista trabaja como asesora en temas de salud y alimentación. Con la creación de su agencia de comunicación hace un año su sueño está casi cumplido. Ahora sólo le queda volar. «Me gustaría trabajar en el extranjero, aplicar todo lo que sé en otros países», explica. Más conservador, Alan asegura que sólo se irá si le garantizan un puesto similar en el banco donde trabaja. «¡Vivir en Asia con el sueldo de expatriado es un auténtico lujo», le advierte su pareja.

Hace dos meses que a su familia se ha unido Cooper, un 'cachorro' de año y medio, y acaban de saber que pronto serán uno más. Francia es uno de los países europeos con la tasa de natalidad más elevada y cada año 830.000 nuevos ciudadanos ayudan a colmar el casi desbordado vaso francés. Según datos del Instituto de Estadística, la mujer francesa se convierte en madre a los 30 años y tiene una media de 2 hijos.

Julie no es una excepción al perfil. A sus 31 años afronta el reto «feliz». «Siempre he pensado que un hijo no tiene por qué impedirte hacer tus proyectos, así que sigo con mi idea de vivir en Asia». Alan ve el momento para salir de la urbe y «tener por fin un jardín». La llegada de un nuevo miembro al clan Mayer-Guetier les da aún más alas para volar de esta ciudad, «maravillosa pero asfixiante a la vez».

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El Mundo (España)

Sobrepoblación: Un pisito en El Cairo

Especial: Demografía

Uno de cada cinco egipcios vive bajo el umbral de la pobreza. Um Mohamed relata cómo es su vida en un pequeño piso de Al Qarafa ('la ciudad de los muertos') una árida llanura sita en el este de la capital egipcia, la megalópolis que habitan más de 20 millones de almas. «Vivimos felices. Tenemos parabólica, teléfono, internet…», dice, desde un patio con vistas a decenas de tumbas.



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Um Mohamed, en la azotea de su casa en 'la ciudad de los muertos' de El Cairo. | F.C.

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Ali Husein, en la cocina habilitada en el panteón donde vive y mostrando el salón de su vivienda. | F.C.

Las cuatro paredes que guardan los sueños de Um Mohamed custodian también el descanso eterno de Ibrahim Pasha, el hijo del comandante albanés que emancipó a Egipto de la tutela otomana. Ajenos a las hazañas bélicas de su inquilino decimonónico, la joven de 30 años y su marido han convertido el panteón en el hogar que soporta las batallas cotidianas de sus hijos: los seis y tres años de Mohamed y Sef y los 10 meses de la pequeña Yumena.

«Vivimos felices. Tenemos parabólica, teléfono, internet…», enumera la mujer desde un patio con vistas a decenas de tumbas. Su vivienda se levanta en Al Qarafa ('la ciudad de los muertos', en árabe coloquial egipcio), una árida llanura sita en el este de El Cairo, la megalópolis que habitan más de 20 millones de almas. Entre lápidas y viviendas funerarias, unos cinco millones de vivos mantienen tiendas de comestibles, talleres mecánicos y lavanderías o sencillamente sobreviven.

Las estadísticas indican que uno de cada cinco egipcios vive bajo el umbral de la pobreza. Pero el salvaje crecimiento económico y el aumento de la inflación condenan a muchos otros descendientes de la tierra de los faraones a una vida mísera. A unos kilómetros de lujosas urbanizaciones y guetos para ricos, los panteones de un cementerio son los únicos metros hábiles para miles de familias como la de Um Mohamed.

«Existen muchas diferencias entre clases aunque algunos ricos son buenos», puntualiza la joven que, antes de casarse a los 23 años, sirvió en la vivienda de «unos señores pudientes» por un jornal de 20 libras (poco más de 2 euros). Desde el primer embarazo, es su marido quien para traer ingresos a casa completa su sueldo de funcionario —apenas 50 euros hasta hace unos meses— recorriendo las tardes cairotas a bordo de un taxi. Aunque Um Mohamed maldice a «la crisis económica» por su precaria existencia, jamás ha gozado de los beneficios de los tiempos de bonanza.

Impermeable a las penurias y su desaliento, la treintañera se despereza al amanecer. «Me levanto a las seis de la mañana. Visto a mi hijo mayor y tomamos un autobús hasta el colegio. Durante la mañana cocino y luego vuelvo a recogerle», relata mientras sus ojos grandes y expresivos miran el reloj. «En un rato debo ir a la escuela», agrega quien presume de ser «buena cocinera», especializada en macarrones al horno o ‘sambusek’ (una especie de empanadilla).

Como el cubículo de techos altos y escasa ventilación y luz en el que viven, el menú familiar desconoce el lujo. Contadas veces al mes compran carne —el kilo está a 10 euros, justifica la mujer— y la dieta es una sucesión de verduras, arroz, pasta, pan y queso. Um Mohamed, enfundada en una larga túnica negra, es una romántica aficionada a las películas de viejas emperatrices y a los cuentos de hadas. «Pero también a las series y películas de acción extranjeras», matiza y esboza una sonrisa pícara que ilumina un rostro envuelto en un ‘hiyab’ (pañuelo islámico). Sin embargo, el rey de sus pasiones catódicas son las ‘musalsalat’, los culebrones que suelen acaparar la parrilla egipcia durante el Ramadán, un mes de ayuno, perdón y reconciliación interior para los musulmanes.

«Las egipcias trabajamos más que ellos pero estamos en casa. Somos respetables. No vamos por ahí buscando…», explica sentada en un sillón harapiento que comparte con su padre Ali Husein, un hombre de 60 años cuya figura dócil y callada parece confundirse con la realidad funeraria que le rodea. «Es mi hija mayor. Tengo otra chica y un varón de 23 años. Ella es buena y fiel. Está en las buenas y las malas», confiesa Ali. Entre bromas, su primogénita le recuerda las trabas que puso a su matrimonio. «Es que él no había hecho el servicio militar y tú solo estabas empezando la vida», le replica un débil hilo de voz.

Ali recibe al periodista arrastrando su cuerpo por las estancias del panteón. En cuestión de segundos, abre y cierra puertas; agasaja al invitado con un vaso de té; vierte unas cucharadas de azúcar en el cuenco; guarda la ropa apilada sobre uno de los camastros y ofrece unas chancletas ajadas para recorrer el interior. Ningún lugar permanece sin desvelar. Orgulloso de un lugar que habitaron sus antepasados, el hombre ataviado con una galabiya (una tradicional y holgada túnica) ejercita también la hospitalidad pulsando el interruptor que acciona las aspas de un ventilador colgado en el techo.

«Lo único que deseo es que el futuro de mis hijos y nietos sea mejor», declara el padre. Y Um Mohamed, que sólo completó la educación obligatoria, asiente. «Yo me privo de muchas cosas para que mis hijos lleguen a ser alguien en la vida», afirma antes de describir sus renuncias. «Míreme. Mis vestidos no son de buena calidad. Y ver el mar una vez al año son nuestras únicas vacaciones. Vamos al amanecer y regresamos por la tarde en minibús», responde. Las furgonetas que la familia suele usar para alcanzar la playa o desplazarse por la enloquecida jungla cairota son conocidas entre los egipcios como «los diablos del asfalto».

La madre de Mohamed, Sef y Yumena confía en el fruto lento de sus sacrificios: «Quiero que mis hijos sean ingenieros, oficiales de las Fuerzas Armadas o policías… pero no abogados porque son unos buitres y carecen de misericordia». Puestos a fantasear, el otro sueño de quien ha transitado sin éxito por los irritantes pasillos de la burocracia es un techo nuevo y luminoso: «Con un salón, un comedor espacioso, un dormitorio individual para la niña y otra pieza para los dos varones…»

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Panorámica de Al Qarafa. | F.C.

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Dos niños juegan en 'la ciudad de los muertos'. | F.C.

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El Mundo (España)

La sobrepoblada NY: Una habitación por 800 $

Especial: Demografía


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Wendy y Roger, en el campus de Columbia. | E.S

Nueva York no es sólo Manhattan, por mucho que se empeñen las películas. El núcleo urbano que integran Nueva York y Newark 'engulle' a cerca de 20 millones de personas. Esta ciudad, cara y abrasiva, recibe cada año cientos de miles de extranjeros. Pisos caros, muchas horas de trabajo, pocas vacaciones... Y casi todo el que llega se quiere quedar.

No es el nombre que aparece en su pasaporte, pero aquí todos la llaman Wendy. Es china y acaba de llegar a Nueva York para estudiar ingeniería electrónica en la Universidad de Columbia. «Me encanta este lugar», explica sonriente, «siempre hay muchas cosas que hacer y muchos parques. Y me gusta tener las últimas novedades tecnológicas al alcance de la mano».

Wendy nació en una localidad de la provincia china de Sichuan y acaba de cumplir 23 años. Su padre forma parte de la burocracia gubernamental y su madre tiene un empleo en una firma financiera. «Aquí vivo con otros seis estudiantes en un piso alquilado», explica, «llevo aquí sólo unas semanas pero ya he hecho muchos amigos. Muchos son americanos pero también algunos turcos».

Wendy es un ejemplo de la ductilidad de esta ciudad, que cada año recibe a cientos de miles de estudiantes extranjeros. Columbia es la universidad más prestigiosa de Nueva York y sus responsables presumen de acoger a jóvenes de 140 países distintos. Algunos llegan con una beca Fulbright bajo el brazo. Otros como Wendy están aquí gracias al esfuerzo de sus padres y a la generosidad de la universidad. «Columbia es una escuela muy conocida y por eso quería estudiar aquí», explica Wendy, «todos los profesores son excelentes y el entorno es magnífico para estudiar».

Wendy está en el campus porque tiene una reunión. Le acompaña su novio Roger. Un chino que también es natural de la provincia de Sichuan pero al que ha conocido aquí estudiando ingeniería electrónica. Roger tiene 23 años y tiene un perfil muy similar. Su padre trabaja para el Gobierno chino y su madre para una aseguradora. Él también aspira a terminar sus estudios en Nueva York y a trabajar quizá después en una firma estadounidense. «Siempre sentí la llamada del sueño americano», explica Roger, «Nueva York es mi ciudad favorita y me encantaría trabajar aquí cuando termine la carrera. No tengo prisa por volver a China».

A Roger le encanta la ciudad por sus conciertos y porque siempre hay algo que hacer. Pero responde con recelo a las preguntas y se asegura de la identidad del reportero. Quizá por el reflejo de una persona que ha vivido en un país sometido al control dictatorial. Él y Wendy llevan gafas con monturas caras y sendas sudaderas de Abercrombie. A priori no parece que tengan problemas de dinero. En estos dos meses han tenido tiempo de salir de compras por la ciudad.

Nueva York es una ciudad atractiva pero poco propicia para los estudiantes. Una habitación en un piso compartido roza los 800 dólares sin incluir el gas, la conexión a Internet y la televisión por cable. El espacio es muy reducido. Los pisos casi nunca tienen lavadora y sus inquilinos se someten a la tortura de hacer la colada en las máquinas comunitarias de los sótanos del edificio. Quienes viven en Manhattan no suelen tener coche, pero el transporte no es muy de fiar. Sobre todo los fines de semana. El abono semanal cuesta 29 dólares: unos 20 euros al cambio actual. Los taxis son más accesibles que en ciudades como París o Londres. Pero al precio hay que añadirle siempre los impuestos y la propina.

Nueva York es una ciudad abrasiva cuyos habitantes trabajan muchas horas y casi nunca tienen vacaciones. Un detalle que compensan su intensa vida cultural y sus espacios verdes. Los supermercados exponen fuera sus frutas y verduras. Los letreros están en inglés y en español. El metro está lleno de Kindles y en los Starbucks es difícil ver un ordenador que no sea de Apple.

Ni Roger ni Wendy tienen hermanos. Al fin y al cabo, los dos nacieron en 1988. Nueve años después de que el Gobierno chino instaurara su política de un solo hijo, que ha ayudado a contener el crecimiento de la población. Según estudios independientes, el Gobierno ha aplicado la política con mano de hierro en las zonas urbanas y ha logrado que un 87% de las mujeres casadas usen métodos anticonceptivos. Y no uno cualquiera sino aquél que les recomiendan los responsables de natalidad. «Por ahora me gustaría quedarme aquí en Estados Unidos», dice Wendy sobre el futuro, «trabajar en una firma informática aquí o en California y quizá luego volver a mi país».

La sobrepoblada São Paulo, la otra Manhattan

Especial: Demografía

«La vida en São Paulo es muy estresante». Lo sabe cualquiera que haya puesto un pie sobre este gigante de asfalto y lo ratifica Adriana, una funcionaria de 39 años que se cuenta entre los casi 21 millones de habitantes de la mayor ciudad brasileña y de su inmensa región metropolitana; 21 millones apiñados en un territorio equivalente a la Comunidad de Madrid.

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Panorámica de São Paulo. | L.T.

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Adriana, con su hija, de 16 años. | L.T.

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Al fondo, la torre del Banespa. | L.T.

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Sidney Faile Ucella tabaja como funcionario. | L.T.


Adriana dos Reis vive en Diadema, uno de los 39 municipios que forman el conglomerado de calles y rascacielos conocido como la Grande São Paulo. La teoría dice que puede llegar al centro de la capital paulista en menos de media hora; pero la práctica le aconseja calcular el doble —quizá más— para recorrer los 20 kilómetros que separan su barrio del emblemático edificio Copan, cuyas curvas diseñó Oscar Niemeyer a mediados del siglo pasado. O de la sede de la Secretaría de Agricultura y Abastecimiento, para la que trabaja.

São Paulo no es ni remotamente la ciudad de sus sueños. Tanto que Adriana preferiría mudarse a Vitória, la capital de Espírito Santo, una urbe minúscula al lado de aquella: 330.000 habitantes. «Muy bonita, con una infraestructura muy buena»... y playa. «Mejoraría mi calidad de vida...», reconoce.

Pero la realidad es que el sitio de Adriana continúa por ahora en São Paulo y allí su día a día resulta «bastante ajetreado». Divorciada, vive con su hija de 16 años en una casa familiar de Taboão, un barrio de clase media-baja 'fronterizo' con otra zona residencial más selecta. El inmueble está a la venta y, una vez consiga desprenderse del mismo, Adriana aspira a dar el salto al barrio de enfrente. «Ese lado es óptimo para vivir, en cuanto tenga el dinero pretendo comprarme allí un apartamento financiado...», suspira.

Igual que ocurre con su ciudad, tampoco Adriana parece entusiasmada con su empleo. «Mi profesión es oficial administrativo y soy sustituta de una directora de infraestructura. [...] No estoy satisfecha con lo que hago actualmente», admite. «Pero sé que mi situación va a mejorar», matiza de inmediato.

Ella confía en escalar laboralmente porque está a punto de concluir sus estudios como técnico de Gestión Financiera, un peldaño que debería ayudarle a multiplicar sus ingresos. En la actualidad cobra algo más de 700 euros, muy por encima de los 220 euros del salario mínimo, aunque al mismo tiempo muy por debajo de los alrededor de 1.400 que reciben sus compañeros ya licenciados.

A sus 29 años, Sidney Faile Ucell ha completado las carreras de Letras y Administración; sin embargo, cobra igual que otra compañera con sólo una carrera. Y tampoco en su caso se cumplen los informes según los cuales las mujeres brasileñas suelen verse obligadas a conformarse con sueldos inferiores a pesar de tener habitualmente un nivel de escolaridad superior. «No existe mucha diferencia de salarios cuando se trata de actividades administrativas, que pueden ejercer tanto hombres como mujeres», señala Adriana. «Yo no siento ninguna discriminación por ser mujer, me valoran igual que a mis colegas masculinos. Y creo que mis amigas que trabajan en empresas fuera del Gobierno tampoco pasan por esos trastornos».

Más allá de sus aspiraciones de prosperar y alejarse de la agotadora 'Manhattan brasileña', Adriana respira confianza y orgullo hacia su país. El mismo Brasil que escuchó a Lula da Silva y se atrevió a entregar por primera vez las llaves del Palacio de Planalto a una mujer, Dilma Rousseff, la ahijada política del carismático expresidente. «La voté y su desempeño está siendo bueno», elogia Adriana. «Estamos viendo que una mujer sabe administrar un país y muy bien, con competencia, capacidad y humanidad por encima de todo. Creo que Brasil está en buenas manos y tiene un brillante futuro por delante».

Dilma demuestra, en opinión de Adriana, el avance irrefrenable del poder femenino. «Cada día conquistamos nuevos espacios en la vida profesional. Hasta los servicios más pesados, como albañil, ya han sido conquistados por una mujer. ¡Santo Dios! ¿Ya has pensado en una mujer haciendo masa de cemento? ¿Eso es ser frágil?», se pregunta. «Podemos ser un sexo sentimental, pero frágil jamás», insiste. «Una mujer sola es mucho más fuerte que 10 hombres. No es fácil ser madre, esposa, amiga, compañera, amante y profesional y además ser una mujer moderna, todo eso en tiempo real. Nosotras somos muy, muy valerosas», defiende.

Y concluye con una queja: «Pocos hombres saben reconocer el valor de una mujer. Los que saben son hombres de honor, merecen medallas».

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Rascacielos en la Avenida Paulista. | L.T.

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El Mundo (España)

En la superpoblada Delhi: dos vidas, una amenaza


Sheda


Reminder

Especial: Demografía


Reminder (21 años) es azafata y dedica el fin de semana al ocio. Sheda (20) no sabe leer ni escribir, vive 'encerrada' en la casa de su suegra, tiene un hijo y un marido alcohólico. A estas dos mujeres les separa mucho más que horas de vuelo. Sus historias muestran dos Indias opuestas, pero tienen una cosa en común: ven al hombre como una amenaza.

Se mira al espejo coqueta. Sombra azul como el sari, toque de rimmel, gloss en los labios... El neceser de un bolso inmenso arroja sin cesar aperos: cepillo de púas, perfume de barra... Reminder Kaur se autosomete a un ritual de belleza en el baño de un aeropuerto. El de Delhi, la superpoblada capital india. Su centro de trabajo. Esta joven de 21 años es un claro ejemplo de que las cosas cambian en los países en desarrollo. Vive con sus padres, se preparó para azafata y espera al fin de semana para entregarse al ocio. Y se niega a casarse. Todavía. Su 'oficina' está inundada de carteles de Apple con las frases más memorables de Jobs. Qué mejor prueba de que Delhi despega.

Cada mañana, Reminder pelea con el despertador y padece la tortura del tráfico. Vive en West Delhi y se deja dos horas diarias en calles atestadas de vehículos que se rigen por un código propio. Cada uno el suyo. La recoge un conductor. No se ven mujeres al volante en Delhi. «Pero las hay —defiende— yo no conduzco porque no sé, pero podría aprender si quisiese». Es una firme defensora del progreso indio.

Cuenta que de niña soñaba con ser doctora, pero después eligió azafata. Estudió hasta los 17 años, hace unos meses la contrató una aerolínea nacional y ahora vuela de estado en estado. Sabe que es una mujer afortunada. Según los informes de Naciones Unidas, sólo el 66% de los niños indios ingresan en la escuela primaria y las mujeres suponen el 37,6% de los inscritos en secundaria. Y sólo el 27,1% de las mujeres trabaja de forma remunerada.

«Pero eso ocurre sobre todo en el campo. Delhi está cada vez más desarrollada, todos los niños estudian y puedes ir a la universidad si quieres», defiende esta joven, que fantasea con Shakira y Beyoncé. En eso tiene razón: según el informe de población de 2011 de la UNFPA, en los últimos tres decenios, el porcentaje de personas pobres en Delhi se ha reducido del 55% a sólo el 7%. Las grandes ciudades están perdiendo a los más desfavorecidos porque no pueden costearse la vida en ellas —el 27,8% de la población india vive hoy en zonas urbanas—.

El lado más conservador de su sociedad se muestra en Reminder por oposición. «He tenido novio, pero ahora no quiero que me controlen. Hay muchas mujeres que pierden su vida después de casarse. Tienen que dejar su trabajo y encargarse de la casa y es su marido quien decide lo que pueden hacer. A muchas de mis amigas les ha pasado. Por suerte, en Delhi cada vez tenemos la mente más abierta y más confianza en nosotras. La vida de las mujeres es mejor aquí que en otras zonas» explica, móvil en mano.

Reminder Kaur lleva el ritmo de vida de un occidental medio, del trabajo a casa y de casa al trabajo, internet diario y domingos de ocio. Y sabe que se acabará casando: «Cuando tenga 40 años, me imagino como una buena esposa, pero no en casa, yo no soy de esas, sino con un buen trabajo fuera. Y sólo con un hijo porque es muy complicado hacerse cargo de ellos. Creo que puedes ser mejor madre si sólo tienes uno que con una familia grande».

La vida de esta joven no tiene nada que ver con la de millones de mujeres de su país, que se enfrentan a matrimonios adolescentes pactados por los padres y, con menos de 20 años, se ven atrapadas en la casa del marido y cargadas de hijos que no pueden mantener. Sheda es un ejemplo de ello. Vive en un 'slum' de Varanasi, ciudad sagrada a la que Reminder Kaur viaja regularmente en su trabajo. Pero a sus vidas les separa mucho más que horas de vuelo.

Sheda vive 'encerrada' en la casa de su suegra. Tiene 20 años, un hijo y un marido alcohólico que abusa de ella. Su situación es tan desesperada que se ha esterilizado sin que él lo sepa. «No puedo arriesgarme a tener más hijos. No tendríamos para comer», cuenta entre lágrimas en la penumbra de una infravivienda. Su hermano, el único que podía ayudarla, falleció hace unos meses y ella se siente sola y desprotegida en un entorno hostil, el de su familia política. El marido es pintor. Depende de su dinero para sobrevivir. No sabe leer ni escribir.

Sus historias muestran dos Indias opuestas, pero tienen una cosa en común: ven al hombre como amenaza. «Ellos no tienen la presión de casarse y cuidar de una familia. Hacen lo que quieren», dice Reminder en Delhi. «Si se entera de lo que he hecho, sufriré las consecuencias», añade Sheda, 670 kilómetros al sudeste. Un claro ejemplo de que nacer varón en La India sigue siendo un privilegio.

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El Mundo (España)

«No pienses cuántos hijos quieres, sino cuántos puedes tener que vivan una vida maravillosa»

Especial: Demografía

Entrevista a Paul Ehrlich


Cuando Paul Ehrlich, biólogo y profesor de Stanford, escribió 'El boom de la población' (1968), éramos 3.500 millones de humanos, la mitad que hoy. Sus pronósticos de que no íbamos a ser capaces de alimentar a todos si seguíamos creciendo no se hicieron realidad como resultado de la 'revolución verde'. Aun así, Ehrlich piensa que «estamos viviendo directamente del capital natural en lugar de vivir de sus intereses».

PREGUNTA: ¿Se siente 'vindicado' ahora que la sobrepoblación vuelve a ser considerada un problema después de tantos años aguantando críticas?

RESPUESTA: Está bien que la gente por fin se esté dando cuenta de lo seria que es la situación. Pero pienso que todavía la prensa lo considera un tema tabú.

P: ¿Por qué?

R: A todos nos gustan los niños, así que la idea de limitar el número de niños no recibe mucho apoyo. Es una decisión muy personal. Cada vez hay más gente que decide no tener más de dos hijos. Pero en muchos lugares es, de forma relativa, económicamente viable y hasta necesario, tener más hijos. Uno de los retos de la Humanidad es cerrar la brecha entre ricos y pobres, para que la gente pobre no deba tener hijos para que les apoyen en su tercera edad.

P: ¿Cuál es la población ideal del planeta?

R: Depende del estilo de vida que queramos tener con la tecnología disponible. Si todos quieren vivir como un estadounidense, tendríamos que ser menos de mil millones. Si queremos vivir como un ciudadano de México, entre tres y cuatro mil millones. Según los últimos estudios, es posible que la Tierra aguante a largo plazo entre mil y dos mil millones de personas. Pero vamos por siete y rápidamente a por nueve o 10. De cualquier manera, tendríamos que ser menos de los que somos hoy.

P: ¿Cómo puede la gente concienciarse para tener menos hijos?

R: Es muy importante no pensar cuántos hijos quieres, sino cuántos hijos puedes tener que vivan una vida maravillosa y puedan recibir una buena educación.

P: ¿Cree usted que en el futuro la gente se comprometerá a tener uno o dos hijos o acabará siendo obligatorio tener sólo un hijo, como en China?

R: Creo que veremos más control de población, lo que es triste. Deberíamos haber encontrado otras maneras de restringir la población. Lo ideal sería que todos los países tuvieran una tasa de crecimiento media de 1,5 niños por familia, con familias de padres maravillosos que tengan tres hijos y gente que no quiera ninguno. Lo mejor es un eslogan político que diga: «Para en el número dos». Así podríamos comenzar a rebajar la población a un nivel sostenible, donde nuestros hijos, nietos y bisnietos puedan vivir vidas decentes en lugar de peores a las que vivimos hoy.

P: Un niño de 10 años me pidió que le preguntara cómo piensa usted que será su vida dentro de 50 años.

R: Puede que tenga un futuro muy agradable, o un mundo no deseable que no se parezca en nada al de hoy. Si no hacemos nada por el ambiente y nuestras relaciones internacionales, podríamos tener una guerra nuclear. Depende de nosotros, de sus padres y abuelos, y de su generación, de si nos empezamos a tomar el medioambiente con seriedad. Ningún país está haciendo algo verdaderamente significativo para frenar la destrucción de nuestros sistemas climáticos y vitales, de los animales y plantas de los que dependemos para nuestro sustento. Si no cambiamos, no puedo ofrecer una visión muy alegre. Pero si decidimos hacer algo, y podemos hacer muchas cosas, podría tener una vida mejor que sus padres.

P: Según el filósofo y anarquista verde John Zerzan, la única solución es volver al primitivismo, y que acabaremos así de todas formas.

R: Estoy de acuerdo en que acabaremos así si seguimos el rumbo marcado, pero no diría que es la solución. La solución está en ver cuánto necesita una persona consumir, y ver cuáles son las ventajas de tener tanta gente viviendo al mismo tiempo. Si quieres maximizar el número de personas que vivan en el mundo, debemos tener una población sostenible a un plazo de millones de años. Al ritmo que vamos, es muy posible que lleguemos a un colapso de población en los próximos 50 o 100 años. Si queremos tener el máximo número de personas que vivan en este siglo, podemos destruir nuestros sistemas vitales y llegar a ocho o nueve mil millones, para después bajar a unos tantos cientos de miles y regresar a una población de recolectores y cazadores, que no es lo que yo apoyo.

P: ¿Usted cree que los científicos deben ser también activistas y no sólo informar?

R: Todos deberíamos invertir parte de nuestro tiempo en la acción. Las protestas de Wall Street demuestran que la gente está harta, y quizás sea el principio de un cambio del sistema político. Es triste que los candidatos presidenciales sean unos imbéciles que no saben nada y con cerebros pequeños que piensan que toda la comunidad científica se equivoca cuando dice que la sobrepoblación, el cambio climático, el vertido de sustancias tóxicas en el ambiente y la falta de atención al cultivo de nuestros alimentos son un peligro. Es un momento peligroso, en particular para EEUU, porque nuestro gobierno está roto, y lo llevan unos idiotas.

P: ¿Quizás nos fijamos demasiado en beneficios a corto plazo, comenzando por nuestro sistema económico, en lugar del pensamiento a largo plazo?

R: Correcto. Creemos que la economía puede continuar creciendo por siempre jamás. Un economista muy famoso dijo que si crees en el crecimiento perpetuo de la economía, o estás loco o eres un economista. Si la prensa sigue atrapada por las corporaciones y el Tribunal Supremo sigue dando más poder a las corporaciones y los más ricos, seguiremos igual. Desafortunadamente, los EEUU suelen arrastrar al resto del mundo.

P: ¿Es posible un cambio a una visión a largo plazo?

R: Si la gente, como la que protesta en Wall Street, sigue insistiendo por un cambio, es posible. Tenemos la ventaja de contar con un presidente muy listo, aunque esté mermado por asesores tontos y por una oposición al borde de la locura, el Partido Imbécil, los Republicanos. Es una pena, porque yo solía ser republicano. Pero, como muchos otros, dejé el partido cuando se volvieron totalmente locos.

P: ¿Recomendó usted alguna vez la esterilización obligatoria?
R: Dije que podríamos llegar a eso, pero nunca que fuera la solución ideal. Siempre pensé que sería muy difícil a nivel social. De hecho me sorprende el éxito de la política china. La presión suave con sistemas contraceptivos disponibles para todo el mundo que sea activo sexualmente y la política social que anima a la gente a parar con dos, es lo que yo siempre he recomendado. En Europa ha funcionado.

P: En el libro que escribió con su mujer, 'El animal dominante', dice que el hecho de que el Papa esté en contra de la contracepción no ha tenido mucho efecto en países católicos como España. ¿Cree que es igual en Latinoamérica?

R: No tanto como en Europa, pero van en esa dirección. Cuando el Papa habló contra la píldora, muchas mujeres latinoamericanas preguntaron a sus párrocos dónde encontrar esa píldora que había mencionado el Papa.

P: En sus estudios de evolución, consiguió que la mosca del vinagre se volviera resistente al DDT en un par de semanas. Los humanos necesitaríamos cientos de años para evolucionar de la misma manera. ¿Le preocupa el uso de pesticidas y tóxicos?

R: Mucho. Está comprobado el cambio drástico en proporción de hombres y mujeres. En algunos poblados subárticos están naciendo el doble de niñas que niños, cuando lo normal sería 107 niños por cada 100 niñas. Y también se está adelantando la edad de la pubertad. Sabemos que muchos de los químicos que soltamos al medioambiente, según crece la población, son tanto veneno como imitadores hormonales. En nuestras botellas de plástico ponemos bisfenol A, que fue desarrollado como una hormona femenina. El componente se filtra al agua de las botellas de plástico utilizadas para alimentar tanto bebés varones como hembras. ¡Es una locura! La situación tóxica es una bomba de relojería… y podría ser peor que el cambio climático, porque lo que soltamos al ambiente no hay manera de capturarlo de nuevo. Lo mismo con los océanos, que hemos recubierto con partículas de plástico y no sabemos el efecto que esto pueda tener.

P: Quizás así se reduzca la población…

R: ¡No es el método que yo recomendaría!

P: ¿Puede usted finalizar con un mensaje optimista?

R: Podemos hacer muchas cosas para enfrentarnos a estos dilemas, como limitar nuestra población, ser justos en el consumo distribuyendo bien los recursos, cambiar nuestro sistema energético para reducir los problemas de cambio climático, controlar nuestras sustancias tóxicas, proteger nuestra pesca, proteger la biodiversidad… Se puede hacer todo esto si contamos con voluntad política, lo que significaría organizar a la población mundial para que estemos verdaderamente seguros, en lugar de seguir el sistema de siempre. No hay nada pesimista sobre lo que podemos hacer. Lo pesimista es seguir haciendo lo de siempre. Debemos cambiar y lo podemos hacer de forma que todo el mundo viva mucho mejor.

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El Mundo (España)

Nuevo jefe de la FAO advierte que el agua es una barrera para alimentar al mundo

Especial: Demografía

Jose Graziano

Graziano denuncia que mientras 1.000 millones pasan hambre, 2.000 millones son obesos.

La necesidad de incrementar la productividad agrícola para alimentar a la creciente población global -ya somos 7.000 millones- está ejerciendo una fuerte presión sobre los recursos naturales, especialmente el agua, según el brasileño José Graziano, director general electo de la FAO.

"El agua se ha convertido en el principal obstáculo para aumentar la producción, especialmente en algunas áreas como la región andina, Sudamérica y los países subsaharianos", dijo en entrevista con la BBC el que será próximo número uno del Organismo de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

De acuerdo con los cálculos de la FAO, en 2050 la producción de alimentos tendrá que ser un 70% mayor para poder mantener el ritmo de crecimiento de la población.

Graziano afirma que, pese a la presión sobre los recursos naturales que supone el creciente número de seres humanos sobre la Tierra, es posible terminar con el hambre con cuatro acciones principales: aplicación de modernas técnicas en la agricultura (muchas ya disponibles), crear una red de seguridad social para la población más vulnerable, recuperar para la agricultura los productos locales y cambiar los patrones de consumo de los países ricos.

"Si pudiéramos cambiar los patrones de consumo de los países desarrollados, habría comida para todos", comenta. "Desperdiciamos mucha comida en la actualidad, no solo en la producción, sino también en transporte y consumo".

Según Graziano, titulado en Agronomía, Economía Rural y Sociología, mientras en los países ricos desperdician comida, 1.000 millones de personas pasan hambre.

"Necesitamos asegurar que esa población pueda alimentarse, facilitarles buenos trabajos bien pagados o, si no, encontrar una fórmula de protección social".

El brasileño dice que los programas de transferencia de dinero sirven a unas 120 millones de personas en América Latina, lo que ha ayudado a reducir las tasas de desnutrición en la región.

Graziano aboga por expandir esos programas a otros países afectados, especialmente en África.

Mercados locales

Otra acción que podría ayudar a luchar contra el hambre, argumenta, es recuperar la agricultura de productos típicos de cada región.

Además, agrega que, en tanto esos productos no son materias primas, no se ven afectados por cambios repentinos en el precio, beneficiando así a consumidores y productores. También pueden crear un ciclo de producción y consumo local.

"Lo que hace la comida cara es el transporte, porque la producción es muy barata. Si pudiéramos diversificarla, volver regionales los canales de distribución, los precios serían mucho menores".

Graziano también afirma que estimular los productos tradicionales ayudaría a diversificar las fuentes de comida.

"En la actualidad, hay sólo unos pequeños productos responsables de la alimentación de 7.000 millones de personas".

Según comentó en la entrevista, la prioridad dada a los alimentos presentes en los mercados internacionales, por ejemplo, reduce la capacidad de América Latina en la producción de fríjol, una fuente tradicional con alto valor nutritivo que se obtiene a bajo costo.

Problema de la obesidad

La diversificación de la producción agrícola también serviría para afrontar otras preocupaciones relacionadas con la comida: el incremento de la clic obesidad, incluso en países pobres.

Procción azucarera en Brasil

Graziano defiende que el etanol de Brasil no afecta al precio de los alimentos.

Graziano asegura que el número de personas con una dieta inadecuada o con obesidad ya está en los 2.000 millones, el doble de quienes pasan hambre.

Y lo atribuye al estilo de vida moderna, que desincentiva la actividad física y facilita el acceso a comida industrializada, normalmente con altas concentraciones de azúcares.

Por eso, el brasileño cree que la lucha contra la obesidad debería incluir campañas educativas "que están siendo descuidadas".

"Creemos que nuestras madres sabían lo que se debía comer. Eso podría servir para nuestras abuelas, que solían tomar los alimentos de la huerta, pero las madres de hoy buscan comida rápida porque pasan mucho tiempo trabajando fuera de la casa".

Graziano también argumenta que las multinacionales de comida rápida deberían ser conscientes de su responsabilidad en este problema e incrementar la presencia en sus menús de alimentos frescos, como frutas y verduras.

Biocombustibles

El que en la actualidad es todavía director regional de la FAO para América Latina y el Caribe destaca otros dos problemas que, junto a la obesidad, son parte de la reciente discusión sobre la producción de alimentos alrededor del mundo.

Son la supuesta competición entre agricultura para la alimentación y la producción de biocombustibles, y los riesgos que la agricultura impone a la preservación del medioambiente.

Destaca que dos de las tres áreas que más producen biocombustibles, EE.UU. y Europa, han experimentado alzas en el precio de algunos alimentos por tener que competir con los biocombustibles.

Pero en la tercera, su país natal, los estados en que se produce etanol a partir de caña de azúcar no están observando ningún impacto en los precios de los alimentos, pues la fuente está sobre todo en tierras que no eran productivas y que lo son gracias a la modernización de las técnicas.

"Igual que hay colesterol bueno y malo, eso pasa con los biocombustibles".

Graziano agrega que no hay conflicto entre la preservación ambiental y la necesidad de expandir la producción agrícola.

"La intensificación de la producción a través de tecnologías modernas, reduciendo el uso de fertilizantes y pesticidas, pueden beneficiar enormemente el medio ambiente".

"Los avances tecnológicos en esa dirección deberían terminar con esta dicotomía entre los ambientalistas y los agricultores".

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BBC Ciencia

Cada segundo nacen cinco seres humanos

Especial: Demografía

Un joven se manifiesta en Madrid mientras una mujer muere durante el parto en Nigeria. Los neones ciegan en Tokio y un anciano llora su soledad en Noruega... Un gemido, un sollozo, parto, parto, parto… Cada segundo, cinco recién nacidos incrementan el censo del mundo.

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Las calles de Tokio, la ciudad más poblada del mundo. | Rudy Sulgan

Estos nacimientos nos llevan a crecer en 80 millones al año y a batir este mes de octubre de 2011 el récord de los 7.000 millones de 'vecinos' en la Tierra. El doble que en 1971. De acuerdo con las proyecciones de la ONU, el perfil medio de esta comunidad que aumenta, cada vez más contenida, es el de un asiático de 25 años y la vida a la que se enfrenta, de todo menos sencilla.

«El ciudadano 7.000 millones llega a un mundo interconectado, con nubes negras de crisis en los países desarrollados, pero con muchas potencias del sur superando la brecha. Nace en un mundo de relaciones internacionales nuevas, con desafíos, pero también con medios que no teníamos antes para sobreponerlos». La bienvenida al 'nuevo' se la da José Miguel Guzmán, experto de la UNFPA (fondo de población de la ONU), y estudioso de las tendencias en que nos movemos: mientras el mundo rico envejece haciendo tambalearse el bienestar, el menos desarrollado lucha contra la falta de opciones para planificarse. Los números hablan por sí solos: 97 de cada 100 personas nacen en países empobrecidos. [Consulte el informe de la ONU en PDF]

En términos globales, el ritmo de crecimiento de la población está descendiendo: la tasa de fecundidad mundial ha disminuido un 50% en 60 años —de los cinco niños por mujer en 1950, a 2,5 en 2010—. El aumento anual es del 1,1% y se prevé que entremos en fase de estabilidad a partir del año 2070. Lejos quedan las previsiones catastrofistas de Malthus, que alertaba en 1798 —'Ensayo sobre el principio de población'— de que crecíamos en proporción mayor que los alimentos y habría grandes guerras hasta alcanzar el equilibrio. O las del biólogo Paul R. Ehrlich, que en 'The population bomb' (1968) hablaba de la superpoblación como amenaza y cifraba en 2.000 millones la sostenibilidad del planeta.

Erraron en su análisis. No contaron con la tecnología. «Nunca antes hemos sido tan creativos. Hay más conciencia sobre el medio ambiente, cambios energéticos, mejoras en la medicina... Estamos a tiempo de crear un mundo sostenible», afirma Álvaro Serrano, coordinador de la campaña 7 Billion Actions, centrada en lograr ese objetivo.

Pero las diferencias entre países son abismales: mientras que Japón, la mayor parte de Europa, Singapur y Rusia presentan tasas de fecundidad de 1,6 niños por mujer o menos, Afganistán y el África Subsahariana superan los cinco. Otra cifra de las que hablan solas: Alemania con 82 millones de personas y Etiopía, con 83, son ahora similares en censo, pero en 2050, el alemán habrá disminuido a 75 mientras que el de Etiopía 'pesará' el doble. De cumplirse las previsiones, África se triplicará de aquí a final de siglo —pasará de 1.000 millones de personas hoy a 3.600 en 2100— y, en una década, La India superará a China como el estado más poblado del mundo. Europa será el único continente que decrezca: tras tocar el techo de 740 millones en 2025, seremos 63 millones de europeos menos al despedir la centuria.

«Existe una gran diversidad demográfica que podemos separar en tres grandes bloques», resume Guzmán: «Los países ricos, que tienen que compensar con inmigración su crecimiento negativo; los países con ingresos medios, que están acercándose al nivel de reemplazo —2,1 hijos por mujer, fundamentales para sostener el sistema— y los menos desarrollados, que mantendrán una natalidad elevada hasta mitad de siglo y luego se contendrán». Si las tendencias persisten, la Humanidad alcanzará los 9.000 millones de personas en 2050 y seremos más de 10.000 al finalizar el siglo. Más y mayores: la esperanza de vida ha pasado de 48 años en 1950, a 69 hoy. Guzmán advierte de que ningún país escapará a la «transición hacia el envejecimiento», pero ése es sólo uno de los retos a los que nos enfrentamos: cada día, 1.000 millones de personas pasan hambre; otros 1.000 millones no tienen acceso al agua; mil mujeres mueren durante el embarazo o parto...

¿Cuántos habitantes puede soportar el planeta? Espacio hay —la población actual cabría en el estado de California—; pero la sostenibilidad dependerá de las políticas y modelos de consumo que asumamos: «Serán cruciales los cambios que hagamos en los próximos 30 años. Es necesario planificar el acceso a servicios básicos, potenciar el poder de las mujeres para decidir sus vidas y reducir la dependencia de los mayores», explica Marcela Suazo, directora de la UNFPA para América Latina. Y advierte: «El 7% de la población —los 500 millones más ricos— producen el 50% de las emisiones CO2 —las de un estadounidense equivalen a las de cuatro chinos, 20 hindúes, 40 nigerianos o 250 etíopes—». Por ahí, no. ONGs y Naciones Unidas ponen sus esperanzas en los casi 2.000 millones de jóvenes que tenemos —el 43% de la población es menor de 25 años—. Invirtiendo en ellos, dicen, estamos a tiempo de diseñar un nuevo planeta.

Fuente:

El Mundo (España)

Somos 7.000 millones, ¿cuáles son los desafíos?

Especial: Demografía

Años en que aumentó la población mundial, con incrementos de mil millones
  • 1.000 millones. . . 1804
  • 2.000 millones. . . 1927 (123 años después)
  • 3.000 millones. . . 1959 (32 años después)
  • 4.000 millones. . . 1974 (15 años después)
  • 5.000 millones. . . 1987 (13 años después)
  • 6.000 millones. . . 1999 (11 años después)
  • 7.000 millones. . . 2011 (13 años después)
  • 8.000 millones... 2024 (13 años después)
  • 9.000 millones... 2042 (18 años después)




El 31 de octubre, según las proyecciones de Naciones Unidas, la población mundial llegará a 7.000 millones, mil millones de personas más que hace sólo 13 años y 6.000 millones más que al comenzar el siglo XIX.

En su informe anual lanzado este miércoles en Londres, el Fondo de Población de la ONU, UNFPA por sus siglas en inglés, advierte sobre enormes desafíos.

"¿Cómo asegurar que cada uno de nosotros tenga un nivel de vida digno y al mismo tiempo, preservar los recursos de la Tierra? ¿Cómo reducir la brecha entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres? ¿Cómo lograr que las ciudades sean aptas para vivir? ¿Que las mujeres tengan la libertad suficiente para decidir en materia de reproducción?", señaló Safiye Cagar, vocera de UNFPA.

El hito de siete mil millones de personas va acompañado, según el informe, de éxitos, reveses y paradojas.

-Si bien, en promedio, las mujeres tienen menor cantidad de hijos que en el decenio de 1960, la cantidad de seres humanos sigue aumentando. En algunos países las altas tasas de fecundidad perpetúan la pobreza, mientras que en algunas naciones ricas el bajo número de adultos en actividad laboral pone en peligro los sistemas de seguridad social.

-La expectativa de vida promedio ha aumentado 20 años desde 1950, de 48 a 68 años, pero se estima que más de 880 millones de personas a nivel global aún no tienen acceso a fuentes seguras de agua potable, y 2,6 millones carecen de servicios básicos de sanidad como excusados.

-La Tierra en 2011 alberga enormes desigualdades. En 1960, el 20% más rico de la humanidad percibía el 70% de los ingresos. En 2005, de acuerdo al Banco Mundial, ese porcentaje había aumentado al 77%. Ese mismo año, la misma institución estimó que el número de personas viviendo en extrema pobreza, con US$1,25 o menos al día se situaba en 1.400 millones.

-En el planeta viven 1.200 millones de adolescentes o preadolescentes entre 10 y 19 años. Pero más de 101 millones de niños en edad escolar no van a la escuela, y de este grupo más de la mitad son niñas. Se estima también que de los más de 770 millones de analfabetos adultos, dos tercios son mujeres.

Gráfico sobre el crecimiento de la población mundial

Los desafíos de América Latina

En su informe, la ONU se centró en el estudio de nueve países, entre los que se incluyen China, Egipto, India y México.

Uno de los temas analizados en el caso mexicano es el impacto de la educación sexual en las decisiones reproductivas.

"Los estudios de evaluación han mostrado que la educación sobre sexualidad tiene repercusiones en cuanto a aplazar la edad de la primera relación sexual, acrecentar la utilización de métodos anticonceptivos, especialmente condones (preservativos), y reducir los niveles de violencia contra las adolescentes. Esto redunda en la reducción de los embarazos precoces y no deseados y en la disminución de la cantidad de casos de VIH/SIDA", señala en el informe Gabriela Rivera, Oficial auxiliar de Programas en la Oficina del UNFPA en Ciudad de México.

La población de América Latina es actualmente cercana a los 600 millones, un 8,6% de la población mundial, y se estima que llegará en 2050 a los 750 millones.

Entre los desafíos principales para la región se encuentran la creciente urbanización y el envejecimiento de la población.

Jóvenes en Etiopía ©UNFPA/Antonio Fiorente

El número de adolescentes y preadolescentes, entre 10 y 19 años, es de 1.200 millones. ©UNFPA/Antonio Fiorente

"En los próximos 25 años, la población urbana de América Central se va a incrementar en 40 millones de personas. Lo importante es ver cómo se está planificando para este crecimiento poblacional", dijo a la BBC José Miguel Guzmán, jefe de población y desarrollo del UNFPA.

Por otra parte, "la población de A. Latina mayor de 60 años se duplicará entre 2010 y 2030 (sólo 20 años), pasando de 59 a 118 millones", agregó Guzmán.

9.000 millones en 2043

La ONU prevé que la población mundial llegará en 2050 a 9.300 millones. En el siglo XXI, Asia seguirá siendo la región más poblada, pero África ganará terreno. Se prevé que su población se triplicará, de 1.000 millones en 2011 a 3.600 millones en 2100.

En un planeta que enfrenta el impacto del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, el gran interrogante es cómo proveer una vida digna para otros dos mil millones de personas en forma compatible con la preservación de la Tierra.

La Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación, FAO, advirtió en el pasado que será necesario producir un 70% más de alimentos para 2050.

El informe de la ONU afirma, por su parte, que si desde ahora se realiza una correcta planificación "nuestro mundo de siete mil millones y más podría tener ciudades prósperas y sostenibles".

El documento recuerda la importancia de ofrecer información para los más de 200 millones de mujeres en el mundo en desarrollo que quieren acceso a la planificación familiar pero no lo tienen.

Pero para muchos no se trata simplemente de controlar la población, sino de reducir los patrones de consumo en los países desarrollados.

Paul Ehrlich Foto Linda A. Cicero / Stanford News Service

El biólogo Paul Ehrlich advirtó sobre el impacto de la población en los recursos y ecosistemas del planeta. Foto: Linda A. Cicero / Stanford News Service

En su libro de 1968, titulado "La bomba de población", el biólogo Paul Ehrlich ya advertía sobre los riesgos de un crecimiento descontrolado del número de personas en el planeta.

¿Qué problemas ve Ehrlich hoy en día? Desde la Universidad de Stanford, el biólogo señaló que "estamos viendo distorsiones climáticas que llevan a aumentos en el precio de los alimentos, pérdida de biodiversidad, deterioro en los servicios aportados por ecosistemas (...) y una reducción en la probabilidad de que pueda evitarse el primer colapso catastrófico de una civilización global".

"Cuando es necesario, las sociedades humanas han mostrado una habilidad increíble de cambiar rumbos hacia nuevas direcciones. Por ejemplo, los patrones de consumo cambiaron de un día para otro durante la Segunda Guerra Mundial y vimos el éxito de los movimientos de derechos civiles. Soy optimista de que cuando llegue el momento, la forma en que tratamos el medio ambiente y a otros seres humanos será tema prioritario en todas partes. Mi único temor es que esto no suceda a tiempo".

Fuente:

BBC en español

Superpoblación en Japón: Tokio, la marea humana

Especial: Demografía


Mari Tanitsu y su marido, Mako, trabajan más de 10 horas al día y disfrutan de muy pocas vacaciones. Una vez al año se escapan a algún baño termal en la montaña para reponer fuerzas, y el resto del año esperan a tener algún día libre para salir o simplemente descansar. La última vez que hicieron un viaje largo fue hace cinco años, cuando pasaron cinco días en Hawaii.

Cada mañana, Mari Tanitsu se levanta a las seis y sirve en la mesa el desayuno habitual: dos tazas de café, dos tostadas y un poco de fruta cuidadosamente pelada y cortada. Mako, su marido, come deprisa y se va a trabajar. Es redactor jefe en una revista mensual de automóviles.

Mari se toma su café tranquilamente y se maquilla antes de sentarse frente al ordenador. Desde que dejó de ser empleada de Renault por voluntad propia se dedica a subtitular películas en inglés. Es un trabajo que le impone unos tiempos de entrega muy estrictos, pero le divierte y le permite estar en casa. Vive en un piso pequeño pero agradable de Shimokitazawa, en el distrito de Setagaya, junto a la casa de sus padres. Ahora que su madre ha muerto ya le importa menos, pero fue crucial estar cerca de ella durante los últimos años.

Tradicionalmente los japoneses deben cuidar a sus padres cuando éstos se hacen mayores como signo de gratitud por lo que han recibido de ellos. Es una de las máximas del confucianismo que más hondo han calado en la sociedad. La tradición dice aún más: las esposas de los primogénitos deben cuidar de su suegra, pero Mari se casó con el pequeño de dos hermanos. Su obligación se redujo al cuidado de su madre y de su abuela casi centenaria. Afortunadamente, su padre goza de buena salud y no necesita demasiada atención, pero a Mari le gusta prepararle la comida y acercarse a comer con él. «Así, ninguno de los dos comemos solo», dice.

Tanto Mari como Mako trabajan más de diez horas al día y disfrutan de muy pocas vacaciones. Una vez al año se escapan a algún baño termal en la montaña para reponer fuerzas, y el resto del año esperan a tener algún día libre para salir o simplemente descansar. La última vez que hicieron un viaje largo fue hace cinco años, cuando pasaron cinco días en Hawaii. Este archipiélago del Pacífico es un destino asequible para los japoneses y el lugar predilecto para celebrar bodas.

Pero Mari y Mako no se casaron allí; simplemente disfrutaron de cinco días de sol y playa que se han convertido en la gran excepción de sus vidas. Los alquileres de pisos son muy caros en Tokio y ambos tienen que trabajar mucho para pagar las facturas y mantener un tren de vida confortable. Pero si algo tienen claro es que prefieren esa vida a la de traje y corbata. «Al menos puedo ir a trabajar en vaqueros», dice Mako.

Mari sabe lo que es trabajar en una oficina; lo hizo durante algunos años en Renault. Cobraba más y tenía posibilidades de ascender, pero a cambio tenía muy poca libertad. Ahora la tiene.

Eso es un respiro en una ciudad con tantos asalariados que deambulan con sus uniformes y salen borrachos del metro después de haber ahogado sus frustraciones en el alcohol. Un elevado número de ellos se suicida a los 50 —las cifras más conservadoras hablan de unos 33.000 suicidios al año; el 71% de las víctimas son hombres, según datos de 2009—. Mari comprende, dice, el vértigo que sienten los extranjeros cuando en estaciones de metro como Shinbashi o Shinjuku se encuentran con hordas de hombres con el mismo traje y la misma corbata caminando con su maletín mirando al infinito.

Muchas amigas de Mari están haciendo carrera en empresas privadas. Todavía son jóvenes, pero saben que en algunos años tendrán hijos y se verán obligadas a dejar de trabajar. Las compañías japonesas no facilitan la conciliación laboral y los periodos de baja maternal que conceden son ridículos o inexistentes. Lo habitual es que las mujeres abandonen su puesto, lo cual las aleja, a menudo para siempre, del mercado laboral.

Pese a todo Mari tiene sus pequeños placeres: una parte del día la dedica a cocinar. Hace poco participó en un curso de comida china, aunque su especialidad es la cocina francesa. Siente fascinación por todo lo francés, incluso ahora que han pasado tantos años desde que volvió de Francia. Recuerda con mucha emoción su vida de estudiante en París y hace todo lo posible por seguir hablando el idioma.

En sus ratos libres practica taichi, ve cine francés, hace la compra o se va a mirar tiendas. Shimokitazawa está lleno de pequeños comercios de su gusto, tanto de ropa como de comida o libros. Le gusta pasear por las callejuelas llenas de tiendas de diseñadores independientes y libros de segunda mano. Otras veces se acerca hasta Shibuya, el barrio ‘loco’ de Tokio, que queda sólo a tres paradas de tren.

A diferencia de sus padres, que vivieron el Japón paupérrimo de la posguerra aún muy marcado por las tradiciones, Mari se siente cómoda en su estilo de vida occidental. Ha elegido libremente a la persona con la que quería casarse, disfruta comprando buena materia prima para cocinar, tuvo la oportunidad de estudiar fuera y comparte las tareas domésticas con su marido.

«Algún día quiero volver a París», dice Mari. «¡Tenemos que conseguir Mako y yo 10 días seguidos de vacaciones!».

«Eso es imposible», dice Mako. «Tendrán que ser cinco».

Fuente:

El Mundo (España)

El consumo creciente es la amenaza clave al aumento de la población

Especial: Demografía

Multitud en una calle

El paso al que crece la población mundial está superando los cálculos hechos por Naciones Unidas.

El biólogo estadounidense Edward Wilson examina las perspectivas de sobrevivencia de un mundo que, dentro de muy poco, enfrentará el desafío de sostener a siete mil millones de habitantes.

Es absolutamente crucial controlar desde muy cerca el crecimiento de la población humana.

De hecho, ya estamos superando las expectativas de Naciones Unidas, con unos 9.000 millones calculados para 2043.

Deberíamos tratar de frenarnos en los 10.000 millones. Eso sería factible, y las tendencias van en esa dirección, con una baja de las tasas de fertilidad en todos los continentes.

Pero habría que poner más esfuerzos en alejarnos del sometimiento de la mujer, de los nacimientos no deseados y de un crecimiento de la población generalizado.

Sin embargo, aún más importante, deberíamos estar tratando de manera creativa con el asunto del creciente consumo per capita en el mundo.

Eso va a tener consecuencias devastadoras y tenemos que abordar el problema de modo que apuntemos a un estándar de alimentación y niveles de vida decentes para la gente en todo el orbe, que sean sostenibles.

Eso no está en ningún programa del mundo de una manera que tenga una repercusión sobre países individuales y la gente que está más involucrada.

Estoy particularmente preocupado por lo que estamos haciendo con el resto de la vida. Estamos destruyendo la diversidad biológica, que consiste en ecosistemas y las especies que viven en ellos.

El peligro de ser verde a medias

Según Wilson, debemos volcar nuestra atención a las partes vivas de los ecosistemas.

Parte de nuestro problema en ser verde a medias es que la población mundial ha estado centrándose en las partes no vivas del medio ambiente, en los recursos naturales, en la calidad del agua, de la atmósfera, en el cambio climático tec.

Todo eso está muy bien, pero ahora deberíamos volcar nuestra atención, con igual énfasis, a la parte viva de nuestro medio ambiente, hacia nuestros ecosistemas naturales que aún están en pie y la gran mayoría de especies, que tienen millones de años y están en proceso de erosión.

Quisiera ver que se pone mayor atención al establecimiento de reservas y parques en todo el mundo.

Ya lo estamos haciendo en algunos lugares, pero de manera parcial, y no a la velocidad necesaria.

Necesitamos seleccionar más lugares de refugio, donde la naturaleza, donde el resto de la vida, el medio ambiente vivo pueda ser protegido, mientras resolvemos nuestros problemas como especie y nos asentamos antes de destruir la totalidad del planeta.

Alternativas para el siglo que viene

Vamos a entrar al siglo XXII ya sea con un planeta en muy malas condiciones y con menos perspectivas de habitabilidad para nuestra especie, o bien, con las suficientes reservas de vida preservada y el potencial para reconstruir un mundo natural suficiente como para darle a la humanidad un asomo de paraíso, con un estándar de vida decente para todo el mundo.

No podemos pretender que los países desarrollados elaboren programas de producción y consumo sostenibles, hasta que los países desarrollados no lo hagan mejor y muestren el camino.

Por ahora, la gente rica tiene niveles de consumo absurdos y las diferencias, incluso en los países desarrollados, entre el sector más rico y el sector más pobre están acentuándose.

Ésta es una tendencia peligrosa. Necesitamos dar un ejemplo en los países desarrollados, por lo menos a través de una limitación moderada de nuestro consumo y una distribución de la riqueza más sabia.

Fuente:

BBC Ciencia

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Especial: Demografía

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Las mujeres se encargan de la mayoría de las tareas agrícolas. | R.Q.

«¿Quiere saber el sexo de su bebé?», reza un cartel publicitario en las abarrotadas calles de Varanasi. Bajo esta propuesta, inocente en apariencia, se oculta una realidad trágica: el aborto selectivo es una constante en una sociedad en la que 'niña' es sinónimo de 'carga económica' para familias empobrecidas, que tendrán que pagar una dote para casarlas y no podrán contar con sus ingresos, como sí hacen con los varones. Ser mujer es una condena desde la gestación.

«La preferencia por los hombres es algo muy arraigado en la sociedad india, el problema es que ahora se combina con la tecnología que permite saber el sexo del feto. Por eso, las que más practican el aborto selectivo son las mujeres de más nivel económico porque son las que pueden pagar las ecografías —cuestan unas 600 rupias, alrededor de 10 euros—. Si una mujer no 'produce' un hijo, es estigmatizada. Su marido y su familia no estarán contentos con ella. Es un terreno complicado que juega con la ética de la sociedad y de los médicos», explica Frederika Meijer, representante de la UNFPA —el fondo de población de Naciones Unidas— en La India y que trabaja sobre el terreno con diferentes organizaciones para fortalecer a las mujeres.

El 'India Times' informaba el 21 de octubre de 2011 de que las grandes ciudades están registrando el peor ratio de sexos del país: mientras que la media india es de 914 niñas por cada 1.000 niños entre los 0 y seis años, el de las grandes ciudades es de 898. Delhi presenta el peor dato, con sólo 868 mujeres. Lo normal en una sociedad que no interviene en la natalidad es que nazcan unas 960 mujeres por cada mil varones.

Desde 1996 existe una ley que prohíbe las pruebas de determinación de sexo en las ecografías, pero la práctica sigue estando muy extendida en la enorme red de clínicas privadas del país. Y aunque el aborto es legal hasta las 12 semanas bajo los preceptos tradicionales (malformación, peligro para la madre, etc.), en ningún caso se contempla entre ellos la cuestión del sexo. Además, es peligroso: según la ONU, se practican más de 10 millones de abortos al año, muchos en condiciones inadecuadas, por lo que el 8% de la mortalidad materna —de 230 por cada 1.000 nacidos vivos— deriva de ellos.

Gracias a las campañas de concienciación, día a día, va cambiando el discurso de las familias. Cuando se pregunta a una mujer qué prefiere, niño o niña, todas dicen que no importa. Saben que no está bien visto decantarse. Los ejemplos se repiten. Parot aguarda en un centro de planificación familiar de Varanasi respaldado por la Urban Initiative Health (UHI). Tiene 20 años, una hija y un hijo. Mientras atiende a uno de sus bebés, que juega con su sari rojo, cuenta que quiere usar anticonceptivos para no tener más hijos, pero su suegra, con la que vive, se niega a que ponga fin a la descendencia. Y la voluntad de la suegra es todopoderosa en esta región de La India. «Quiero que tenga un niño más porque yo sólo tuve uno», dice la mujer dominante. ¿Y por qué un niño y no una niña? Risas nerviosas en la sala. «Bueno, no importa, pero uno más». De puertas para afuera, todas evitan la polémica.

El poder de las suegras es una de las cosas que más sorprende a un europeo que se adentra en la sociedad india. «Las niñas se casan a edades muy tempranas y se marchan a vivir con su familia política, donde no conocen absolutamente a nadie. Pasan a depender de la suegra y del marido —al que con frecuencia, tampoco conocían antes—. La mayoría son analfabetas y dependientes económicamente, por lo que se encuentran sometidas a su voluntad, sin nadie a quien confiar sus problemas o necesidades. Además, hay índices muy altos de alcoholismo y violencia doméstica», cuenta Gita Pillai, responsable de la UHI. Esta realidad se percibe a cada paso que se da por los 'slums'; en cada casa que se visita: es la suegra la que decide si la pareja tiene o no hijos, si la joven entra o sale.

Fuente:

BBC (España)

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